Usted no ha conocido Viena si no ha visitado su Ópera. Este teatro de la corte imperial no solo se destaca por su arquitectura neorrenacentista en una de las zonas más hermosas de la ciudad, sino también porque no hay figura destacada de la lírica que no haya cantado sobre su escenario para satisfacer el exigente gusto de los melómanos vieneses. Músicos de la talla de Mozart, Beethoven y Brahms le tenían un respeto reverencial a este público, justamente por su rigurosidad.
Fue esta misma exigencia la que terminó dando un vuelco dramático a la vida de los dos arquitectos que llevaron adelante el desafío de construir una ópera a la altura de los gustos de la corte y la burguesía vienesa. A tal fin, fueron elegidos dos notables arquitectos: Edward Van der Nüll y August Sicard von Sicardsburg. Ambos habían diseñado en su estudio otros teatros, como el Calteather.
Entre 1861 y 1869 trabajaron en la nueva Ópera, construida, como ya hemos dicho, en un estilo neorrenacentista pero con reminiscencias románticas, un estilo que con los años se replicó en varios edificios de la Ringstraße, el boulevard que rodea el centro histórico de Viena.
La pintura del foyer central fue encomendada a Moritz von Schwind, un artista autodidacta que, además de ilustrar los textos de Goethe y los hermanos Grimm, había decorado el palacio de Luis l de Baviera, el rey bávaro que abdicó por amor a su amante, la célebre bailarina Lola Montez, cuyo verdadero nombre era Elizabeth Gilbert y era oriunda de Irlanda. La obra de Schwind recrea la leyenda de Melusina (hada femenina del agua) y fue alabada por la crítica.
No pasó lo mismo con el diseño del teatro, que fue víctima de la maledicencia de los medios y de un comentario despectivo del emperador Francisco José (más conocido entre nosotros por ser el marido de Sissi), que resultó ser devastadora para sus diseñadores.
Como las calles vecinas al teatro fueron elevadas un metro (diferencia que aún subsiste y que actualmente se aprovecha para crear un anfiteatro donde el público puede ver y escuchar las óperas en pantalla gigante), los vieneses pasaron a llamarlo “el pecho hundido”. Además, trazaron una analogía con el desastre militar de 1866 que le había quitado el predominio de Austria sobre los Estados alemanes. Con esa idea hiriente, apodaron al teatro “el Königgrätz de la construcción”.
Perturbado por las críticas de lo que él consideraba su obra maestra, van der Nüll se suicidó el 4 de abril de 1868. Su socio y amigo, Von Sicardsburg, murió semanas más tarde por tuberculosis, aunque algunos dicen que sufrió un infarto masivo ocasionado por el estrés de los acontecimientos vividos.
En un final digno de una tragedia operística, ninguno de los dos arquitectos asistió a su función inaugural, el 25 de mayo de 1869, con la representación de “Don Giovanni” de Mozart.
El emperador Francisco José, impresionado por el suicidio del arquitecto, expresó su consternación y se limitó a decir que el edificio le resultaba “muy bonito”... Después de la dramática consecuencia de sus palabras, el emperador fue más cauto con sus consideraciones estéticas.
El teatro se convirtió en una catedral de la ópera y, entre sus muchos directores, se destacó Gustav Mahler, quien impuso una costumbre que al principio no fue muy apreciada por los bulliciosos vieneses: atenuar las luces de la sala durante las representaciones.
Con el advenimiento del nazismo, muchos miembros de la compañía teatral fueron perseguidos y se prohibieron algunas óperas como parte de la campaña contra el Entarte Kunst o arte degenerado.
El 12 de marzo de 1945, una bomba destruyó el escenario y la sala del teatro, además del decorado para 120 óperas y más de 150,000 trajes.
El director a cargo en ese momento era Karl Böhn (1894- 1981), un músico de indudable talento y profesionalismo, pero devoto del Führer. Tras la guerra, tuvo un período de inactividad y debió cumplir con el proceso de desnazificación, hasta que en 1951 obtuvo la dirección de óperas alemanas en el Teatro Colón de Buenos Aires, cargo que ocupó hasta 1955, cuando se lo volvió a convocar como director de la Ópera de Viena.
Hay otro detalle que hermana al Teatro Colón con la Ópera de Viena: su arquitecto, Vittorio Meano, tampoco pudo asistir a la inauguración en 1908 porque había sido asesinado por el amante de su esposa cuatro años antes. Otro drama con connotaciones operísticas ...
La nueva Staatsoper se reinauguró el 5 de noviembre de 1955 para celebrar el restablecimiento de Austria como país independiente (recordemos que en tiempos de Hitler, Austria se había unificado con Alemania en el proceso conocido como Anschluss).
En la oportunidad se interpretó “Fidelio” de Ludwig van Beethoven, una obra con un valor metafórico para la oportunidad, ya que relata las desventuras de un perseguido político y la perseverancia de su esposa para salvarlo del cautiverio.
* El autor es médico y escritor.