Un mate y un termo por cabeza. La fórmula uruguaya contra las esperas de ronda no fallan, y en la costanera de Colonia del Sacramento, los paisanos se sacian de amargos.
Lo hacen midiendo los cuentos y templando las ideas, con esa mezcla de picardía y solemnidad que envuelve a los charrúas en hálitos de sabios. “Mirá que imponente que está el atardecer vó, aprovechémoslo ahora que es gratis, que como anda el enredo mañana no se sabe. De verdad, a mí no hay otra cosa que me haga mover tanto el pecho”, dice uno del grupo, sencillo y orondo, entre besuqueos a las bombillas y tributos al Río de la Plata.
La postal y sus circunstancias encajan justo en una ciudad que por lo del alma podría denominarse pueblo, que tiene 25 mil habitantes, ningún peligro, y un patrimonio capaz de conquistar a cualquier corazón que se precie.
Lo célebre radica en su maravilloso barrio histórico, obra de portugueses y españoles, aunque el encanto se perfila allende murallas y adoquines, incluso en la paz, incluso en la gente. Situada a la vuelta de Entre Ríos y separada de Buenos Aires por 50 kilómetros del afluente más ancho del mundo, Colonia está a punto de susurrarlo todo.
Lusos, castellanos y uruguayos
Fundada por navegantes portugueses en 1680, la capital del departamento homónimo se honra de ser el asentamiento más antiguo del Uruguay. Su ubicación estratégica la convirtió en un apetitoso botín para las cortes lusas y castellanas, que fueron alternando mandato en la región entre pólvora, gritos de guerra y la amenaza constante de los ingleses.
Dan cuenta de la época las murallas y las hileras de cañones, que enmarcan la porción sur del Barrio Histórico. Patrimonio de la Humanidad desde 1995, el nido de musas y construcciones ancianas alberga las mejores galas del mapa.
Al respecto, el primer rincón en cantar es la Puerta de Campo (1745), ayer umbral del fortín. Foso, puente y paredón traen versos de tiempos ajenos, en modismos difíciles de hallar en otras partes del sur de Sudamérica.
Al lado descansan los vergeles de la Plaza 1811, y cerca la Calle de Los Suspiros. Emblema del municipio, la arteria aloja esencia local, muy poéticas sus casas maltrechas y multicolores, sus farolas, el desordenado empedrado de su suelo.
Dicen que desde las viviendas, acomodadas en la tenue pendiente con vistas al agua, prostitutas amigas de la marinería ofrecían amor a cambio de la moneda (de ahí aquello de los “suspiros”).
En el sector, la lista de imperdibles incluye también al Faro (mediados del siglo XIX, subirlo es obtener fabulosas panorámicas del centro y el río), las Ruinas del Convento de San Francisco (Siglo XVII), la Basílica del Santísimo Sacramento (o “Iglesia Matriz”, cuyo origen se remonta a la fundación de la ciudadela), y un portfolio de ocho museos (destacan el de Los Azulejos, el Español, el Portugués y la Casa de Nacarello).
El conglomerado sirve para sumergirse en la interesantísima historia vernácula, y constituye en sí mismo un baluarte de la arquitectura colonial (al igual que cantidad de inmuebles anónimos).
Ya en la médula del casco antiguo, el viajero descubre las plazas de Armas y 25 de Mayo, y una coyuntura que sigue los valores antes citados.
Enfatizando la tendencia, autos de principios y mediados del siglo XX estacionan los aires arcaicos sobre adoquines, mientras cafés y cantinas con semblante de pulpería garantizan los típicos “chivitos” (el equivalente al lomito argentino, pero servido con panceta, morrón, aceituna, tomate, lechuga, queso muzzarella y huevo duro) y deliciosas carnes (cocinadas a la uruguaya: leña y fuego lento).
En las lunas de verano, y como para tornar el cosmos más oriental, los murguistas calientan parches alrededor de hogueras de papel, en plena esquina. Tras el ritual, tambores que ensayan carnaval vuelven trepidante la calma de Colonia.
En la piedra o en la arena
Hacia el norte del distrito, la virtud casi zen de los parroquianos hace nuevamente de las suyas, ahora con el Río de la Plata (que ampara en las vecindades a las islas San Gabriel y Farallón), absolutamente dispuesto a dejarse contemplar.
La zona es hogar de tardes de sol y piedras regadas de pescadores, ocasos soberbios y noches iluminadas por las velas de los restaurantes. Una especie de malecón de seda, que conecta con la pasarela y el Puerto Viejo (el nuevo, donde atracan los buques de pasajeros llegados desde Buenos Aires, está del lado sur) y el Centro Cultural Bastión del Carmen.
Continuando el rumbo que marca la costanera, la urbe moderna endereza la silueta y, en cinco kilómetros de ribera, despliega varias playas (El Álamo, Oreja de Negro, El Balneario…), todas bien pertrechadas de arena, paradores y arboledas.
Al final del recorrido, el pasado regresa en dos joyas: La Plaza de Toros y el Frontón de Pelota Vasca (el más grande de Sudamérica). En el sector, conocido como Real de San Carlos, hay movimiento apenas perceptible. El de un viejo que alarga la mano, convida mate y cuenta de los calores.
Desembarco argentino
Las plantaciones están verdísimas y las vacas gordas, aseguran las ventanillas. También Rubén, un productor que va aferrado al volante de su camioneta mientras recorre la ruta 21 hacia el norte de Colonia, da más precisiones: “Acá la cosa cambió mucho a partir de la llegada de los argentinos: los empresarios que compraron campos y además los ingenieros, quienes un poco revolucionaron el asunto con la tendencia de los fertilizantes y todo eso.
Ustedes sí que saben de agricultura ¿eh gurises?” La referencia gira en torno a la cantidad de compatriotas que hace rato se animaron a apostar por el suelo charrúa.
Pero el aterrizaje no sólo se nota en ámbitos rurales. La prueba está en la abundancia de viviendas (muchas de ellas verdaderas mansiones), emprendimientos turísticos y hasta embarcaciones que pueblan la zona, sobre todo en el sector de Carmelo (75 kilómetros al norte de Colonia).
La localidad más opulenta del Departamento cotiza alto sus dominios, aunque para dar un paseo por el delta (plagado de vegetación, lanchas y botes del estilo), sólo se necesitan ganas y un par de pies contentos de compartir naturaleza.
Desde el apacible municipio, parten excursiones a la Isla Martín García (pertenece a Argentina, aun cuando reposa a apenas 4 kilómetros de la costa uruguaya).
En el lugar (famoso por la cárcel que alojó a importantes figuras de la política criolla, como Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón, entre otros), esperan al viajero más construcciones históricas y ambiente evocativo.