Si bien triunfó el “no” en el plebiscito realizado en Colombia, el pueblo quiere la paz. Lo que en realidad manifestó la población colombiana fue su desacuerdo con los beneficios que se les otorgaban a los guerrilleros. Entonces, el proceso de paz no está concluido y se puede seguir avanzando dentro de otros marcos de diálogo.
Las FARC constituyen un grupo armado autoproclamado marxista-leninista surgido en 1964, que operó en la zona fronteriza con Venezuela y cuyas acciones consistían en el narcotráfico, guerra de guerrillas, atentados con bombas, secuestros extorsivos y ataques a puestos policiales y militares, entre otros aspectos. En poco más de medio siglo provocaron la muerte de 220 mil personas, a lo que hay que sumar 45 mil desaparecidos; las estimaciones consideran que hubo en total más de 8 millones de afectados, si tomamos el caso de las poblaciones que debieron desplazarse por el avance de la guerrilla.
A mediados de junio de este año y después de casi cuatro años de diálogos y reuniones entre el gobierno colombiano y las FARC, que tuvieron lugar en La Habana, Cuba, las partes declararon el cese de las actividades militares de ambos bandos, desmovilización, entrega de armas y reinserción a la vida civil de los militantes del grupo subversivo, lo que constituía de hecho el fin de la agrupación armada como organización insurgente. El llamado Acuerdo Político Nacional contenía una serie de puntos que hacían referencia a una reforma rural integral, en la búsqueda de crear condiciones de bienestar para la población rural, integrando las regiones y erradicando la pobreza; un acuerdo de participación política -nuevas fuerzas en el escenario político-; otro de cese del fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, permitiendo a las FARC reincorporarse a la vida civil y un cuarto sobre una solución definitiva a las denominadas “drogas ilícitas”, estableciendo una nueva visión sobre el narcotráfico. Personalidades importantes de la política internacional, como Barack Obama y hasta el mismo papa Francisco, habían dado su visto bueno al fin del conflicto y a un definitivo acuerdo de paz entre las partes.
Para sorpresa de muchos, la ciudadanía no aceptó el acuerdo. Sucede que las encuestas previas determinaban un triunfo amplio del “sí” y la realidad marcó que el pueblo colombiano quiere la paz, pero no en las condiciones que se firmaron. Sucede que en esa decisión tuvo un peso fundamental la sensación que dejó en la gente el más de medio siglo de terror sembrado por las FARC y considera que algún tipo de sanción debe aplicarse, al menos en casos determinados y comprobables. El ex presidente Alvaro Uribe, líder de la campaña por el “no”, señaló que “la paz es ilusionante, los textos de La Habana son decepcionantes”, impulsando la idea de renegociar, especialmente en lo relacionado con la participación política de los líderes guerrilleros y el hecho de que ninguno pagará cárcel, siempre y cuando reconozca sus crímenes.
En los hechos, el pueblo colombiano dejó sentado que quiere la paz, pero no a cualquier precio, lo que abre el camino al Gobierno para renegociar tal cual propone Uribe. Por de pronto, es necesario señalar que el líder de los guerrilleros, Timoleón Jiménez, aceptó la posibilidad de rectificar el acuerdo, asegurando que no se ha perdido la batalla por la paz.
En la inteligencia de los dirigentes está centrada ahora la posibilidad de alcanzar un acuerdo que permita erradicar definitivamente el conflicto armado que durante tantos años mantuvo en vilo a esa parte importante del continente.
