Hacia finales del siglo XIX poseíamos una capital insalubre, especialmente en la zona cercana a la Plaza Pedro del Castillo. Ese espacio, conocido como el "barrio de las ruinas", seguía destruido luego del terremoto de 1861. En diciembre de 1885, Los Andes señaló al respecto: "siempre tenemos ocasión de encontrar en las calles de la antigua ciudad, cadáveres de perros en completo estado de descomposición (...) Anteayer se encontraban en la calle Bolivia, al llegar a la esquina de la de Chacabuco, dos perros muertos que infectaban la atmósfera" también "varias gallinas y gatos muertos que se encuentran en la calle Rioja".
La basura era un enorme problema. Los municipios ya debían encargarse de su recolección, pero podían pasar semanas sin que lo hicieran y la pestilencia ganaba las calles.
Al desatarse la epidemia de cólera se estaban realizando obras para llevar agua potable a los mendocinos. Se trataba, principalmente, de colocar surtidores en las calles para que la población se abasteciera. Además, las familias que estaban en condiciones de costear el gasto podían contar con agua corriente en sus hogares. Pero muchos aún tomaban agua de las acequias. En estas circunstancias precarias, nuestra provincia fue presa fácil del cólera.
La prensa tuvo un papel destacado e informó continuamente sobre los modos de evitar el contagio. También nos servimos de estas publicaciones para comprender la magnitud de la situación, basta con ver las listas de fallecidos cada día. Entre el 17 y el 18 de diciembre de 1886 murieron 48 personas de cólera en la Ciudad, sin contar el resto de la provincia.
Estas situaciones dejan ver el lado más crudo del ser humano, pero también el más altruista. La Cruz Roja, recientemente fundada en el país, llegó entonces a Mendoza para colaborar. Formaron "escuadras de servicio", con grupos de voluntarios que se encargaron de prestar asistencia a los enfermos.
Por otra parte se generaron varias redes de colaboración monetaria a través de suscripciones, el mismo diario Los Andes inició una. Los comerciantes de la ciudad hicieron lo propio, también los políticos que colaboraron a través de la "Comisión Popular", siendo Rufino Ortega quien más pesos donó.
Debemos tener en cuenta que el Estado provincial estaba dando sus primeros pasos y se hallaba francamente desbordado. Aún así, con Luis Carlos Lagomaggiore como intendente de la ciudad no bajó los brazos. Por ejemplo, se nombró a numerosos médicos de asistencia pública para atender a las poblaciones con pocos recursos, las más afectadas por la epidemia. Sin duda fueron días difíciles para los galenos, fundamentalmente por la desconfianza de miles y la idea generalizada que comenzó a difundirse culpándolos de las muertes. Lo cierto es que muchos enfermos se negaron a seguir recomendaciones o tomar medicinas, además muchas veces acudieron al doctor cuando la enfermedad estaba ya muy avanzada.
Simultáneamente muchos se apegaron a la fe buscando consuelo y salvación. En la Basílica de San Francisco, por ejemplo, se llevaban a cabo novenas a San Roque abogado de las epidemias. También se realizaban misas y procesiones por las calles de Mendoza, pidiendo por el fin del cólera. Enfermedad que comenzó a amenguar durante los primeros días de enero y para marzo ya era sólo un mal recuerdo.