Son épocas en las que abundan el césped sintético y las toneladas de caucho y -por la fuerza- se hacen entrar hasta 4 canchas de fútbol donde debería ir una sola.
Son épocas también cuando cualquier terreno es tentador para lotear y levantar un barrio privado o un centro comercial. La rivalidad lleva a dos hinchas a agredirse hasta matarse por vestir cada uno camisetas diferentes.
En estos tiempos aún sobrevive el Club Deportivo Unión Vecinal Moyano -en Luzuriaga, Maipú- con sus canchas de pasto y tierra (como lo establece la “ley del potrero”) donde juegan más de 70 chicos que asisten a la escuelita de fútbol y con los torneos y encuentros que se repiten todos los fines de semana -donde lo más importante suele ser la comida y bebida que vendrá cuando termine el partido-.
No sólo sobrevive, sino que sigue dejando su huella: el 18 de agosto pasado, estas canchas -fundadas en 1936 por Elías Moyano, quien les dedicó toda su vida (falleció en 2005)- cumplieron 80 años.
“Esto era un tierral y recuerdo cómo el Papi lo regaba todos los días y le echaba guano de pollo. En 80 años nunca tuvimos que resembrar ni hacer otra cosa más que ponerle un poco de semilla, pero porque se ha mantenido impecable. No queremos perder la esencia de potrero, de la cancha de tierra, de lo amateur”, destaca Mario Moyano (68), el mayor de los hijos de Elías.
“Muchas veces nos han ofrecido comprar el terreno. Están creciendo mucho los barrios privados en la zona. Pero mi padre nos pidió que hagamos lo que hagamos, mantengamos siempre la cancha. Y mientras yo esté, la cancha va a seguir”, acota a su turno Domingo (66), el otro hijo del fundador.
La tercera generación de los Moyano es la que maneja la escuela de fútbol por estos días. “Nuestros hijos también están en la escuelita y muy entusiasmados, por lo que hay canchas Moyano para rato”, agrega sonriente Yemina (33), nieta de Elías y quien junto a su esposo y su hermano Adrián (39) prepara a chicos de toda la provincia.
Glorias del fútbol mendocino dieron sus primeras patadas en el Moyano, entre ellos el ‘Nene’ Martín y el ‘Gallego’ Soto (en la década del ‘60), Ariel Pereyra (el ‘Fantasmita’, quien ascendiera a la B Nacional con Godoy Cruz en 1994), Felipe ‘Pitu’ Canedo y los hermanos Juan y
Sergio Scivoletto, dos grandes referentes queridos en todo el departamento.
“El que vive en Maipú y no conoce la cancha de Moyano, no es maipucino”, acota jocoso Roberto Ríos, otro personaje que dedica sus días al club y a la cantina.
“Hace un tiempo falleció Walter, uno de los muchachos que jugaba el torneo para mayores de 50 los domingos. Los amigos y su mujer nos pidieron permiso para esparcir las cenizas en la cancha. ¿Cómo decir que no?”, cuenta conmovido, dejando en claro que el Moyano es más que un club.
Toco y me quedo
Las 4 hectáreas del predio están divididas en 3 canchas de 11 y una chica, donde practica la escuelita. Todas con arcos metálicos.
Entrando por Juan B. Justo al 2180 está la cancha principal, aquella con la que comenzó Elías y a la que le dedicó su vida.
“Tiene 55 por 90 metros, es casi reglamentaria”, resumen sus hijos. En uno de los costados sobresale el cartel que ha sobrevivido mil batallas y otro millar de pelotazos.
“Club Deportivo Unión Vecinal Moyano. Fundado 18-8-36. Bienvenidos”, se lee allí, aunque la familia anunció que ya está listo el nuevo cartel que remplazará a esta reliquia. Además, han instalado postes con reflectores, para poder jugar de noche.
Durante los primeros 40 años, en el lugar había también una cancha de bochas, otro de los atractivos no sólo de los maipucinos sino de gente de toda la provincia.
“Antes terminaba el torneo de la Liga Mendocina de Fútbol y muchos de los jugadores se venían a seguir jugando al Moyano. En los ‘70 existía la Liga Maipucina y los 16 equipos jugaban acá. Por estas canchas pasaron Antúnez, Guardati, por ejemplo.
El ‘Pitu’ Canedo vivía enfrente y venía todos los días a jugar acá; los Scivoletto vivían en la finca de Giol y también se la pasaban acá”, resume Mario Moyano.
“Hace 45 años todo esto era finca, por lo que quienes trabajaban todo el día se venían a jugar a la tarde. Además venían los equipos de la Liga Coloniense, las hinchadas y jugadores venían en micros y camiones. Se cobraba entrada para ver los partidos", agrega el menor de los hermanos con melancolía.
“Hasta el intendente Alejandro Bermejo ha jugado acá con nosotros. Es bastante maleta, pero jugó”, completa entre carcajadas Roberto Ríos. Los Moyano reconocen que la Municipalidad y el intendente en persona los han ayudado siempre que han necesitado.
“Mantener el club es un gran esfuerzo y lo hacemos todo a pulmón”, asegura Adrián, quien recuerda su infancia en el predio y cómo bebían el agua del canal después de jugar. Junto a Yemina y los profes Diego Abiati y Gustavo Videla, son quienes hoy comandan la escuela de fútbol.
La cantina, tan sagrada como la cancha
“Éramos chicos y nos encargábamos de mantener la cantina, que en esa época eran dos tachos con la bebida adentro. Salíamos hasta el centro a buscar hielo en la bicicleta y volvíamos”, resumen Mario (68) y Domingo (66) Moyano al recordar sus primeros años en el predio fundado por su padre. Ambos llegaron a este mundo después que la cancha, por lo que ella sería su hermana mayor.
Lo que comenzó con esos dos tachos con bebida hoy tiene su sector especial en el terreno, más precisamente detrás de uno de los arcos.
Se trata de una construcción antigua, pero que mantiene el espíritu y todas las características que la cantina de un club de barrio debe tener.
“El ritual de la cantina es casi tan importante -o más- que el del partido. Los sábados y domingos empiezan a las 10 y es la 0 y no se quieren ir”, resumió entre risas Yemina.
“El Moyano tiene un himno desde que se creó que dice así: ‘Y chupe, y chupe, no deje de chupar, Moyano es lo más grande del fútbol nacional’. Cuando hay comida tenemos que hacerle honor al cantito con la bebida también”, acota también con humor Roberto Ríos, el amigo que colabora con la familia.
Conejo al disco, lechón asado y empanadas son sólo algunos de los manjares que han sido preparados en el Club Moyano, y más de una vez los padres de los chicos que van a la escuelita de fútbol han programado un picadito con asado para terminar suspendiendo el partido al final (no así la comida).
Los sábados, en el predio, se disputa un campeonato para mayores de 40, mientras que los domingos es el turno de los que tienen más de 50. Todos desembocan al final del día en la cantina.
“Estos clubes ya casi no existen porque los barrios y grandes emprendimientos les están comiendo todo el terreno”, cierra Ríos en tono reflexivo.
Un lugar de contención para más de 70 chicos
Más de 70 chicos de entre 3 y 14 años, oriundos de toda la provincia, integran la escuelita de fútbol Elías Moyano (el nombre del fundador del club y las canchas).
“Acá les damos mucha contención. Muchos de ellos son conflictivos, pero cuando salen de la cancha están hechos una sedita”, destaca Yemina Moyano, nieta de Elías y una de las encargadas de la institución infantil.
Además de practicar y jugar, a los chicos les preparan la mediatarde para que se vayan integrando más. “En verano, al estar rodeado de árboles, se genera como un microclima muy agradable. A los chicos les das algo con pasto y tierra para que puedan jugar al fútbol y son felices”, sigue la mujer.
Recientemente participaron de un encuentro sudamericano en Chile, con equipos de ese país, de Argentina y de Brasil, y ya están preparando todo para ser anfitriones de un campeonato.
“Cuando han venido los chicos de Chile quedan fascinados con que sea pasto real y no sintético”, dice Yemina.