Tiene una visión global de la horticultura en el país. Conoce los pormenores de la actividad desde la genética hasta los intrincados circuitos comerciales de un sector que, en sus estratos de menor escala “debe encaminarse a resolver sus mayores debilidades, como son la informalidad y la falta de organización”.
En diálogo con Fincas, Claudio Galmarini analiza el estado de situación de la horticultura y esboza algunas acciones que, según su criterio, serían necesarias para empezar a fortalecerla.
-¿Cómo ha venido evolucionando el negocio hortícola en los últimos años?
-Depende mucho del sector pero, en general, ha sido fluctuante. Por ejemplo, los cultivos que son claramente de exportación, como ajo o cebolla, han estado muy atados a los vaivenes macroeconómicos del país y algunos factores geopolíticos, por lo cual ha tenido años buenos y años malos.
Otro caso es el del tomate para industria. Ese sector tiene un muy buen modelo de organización, con la Asociación Tomate 2000, y a pesar de que hay otros productores en el mundo que son muy competitivos, ha logrado sobrevivir en algunas épocas, crecer y mantenerse.
Las industrias deshidratadoras son otro caso interesante. Son grandes compañías en este caso, que han afianzado vínculos de largo plazo con productores de distinta escala. Eso ha favorecido la mejora tecnológica, el uso de nuevas variedades.
El sector más complicado es el de frescos, para mercado interno. Hay muchos actores y muy dispersos. Es un sector que no está organizado. Si se formalizara un poco habría entidades que los representarían, y eso le daría otra proyección.
-¿Qué importancia relativa tiene la horticultura en el contexto de la actividad productiva nacional?
-La horticultura representa el 11% del producto bruto agrícola del país, pero no llega a ocupar ni el 0,8% de la superficie cultivada. Esto demuestra lo intensiva que es la actividad.
Por otro lado, dentro del sector hortícola el 93% de lo que produce el país va al mercado interno. Sólo el 7% se exporta.
Para colmo, prácticamente no tenemos diversificados los mercados, porque Brasil se lleva el 90% de esos productos. Con lo cual el sector tiene su talón de Aquiles en todas las complicaciones que tengan las relaciones binacionales, la paridad cambiaria.
-¿Dónde está el futuro comercial de la horticultura?
-En el mercado interno. Se puede aumentar la exportación de algunos productos, pero no creo que las exportaciones de hortalizas crezcan mucho. Por eso, el futuro está en el mercado interno. Y la oportunidad del mercado interno está dada por circunstancias que tienen que ver con la salud. Está probado que el consumo de frutas y hortalizas previene la incidencia de enfermedades crónicas no transmisibles (cardiovasculares, cerebrovasculares, cáncer) que son la primera causa de muerte en el mundo. Por eso la Organización Mundial de la Salud recomienda comer 400 gramos de hortalizas y de frutas por habitante y por día.
-¿Cuánto consumimos en Argentina?
-No sabemos con certeza, porque no hay estadísticas. Pero creemos que andamos en 140 gramos. Si siguiéramos la tendencia mundial, que viene en aumento, tendríamos que duplicar la producción sólo para satisfacer la demanda interna. Entonces, el desafío es, primero, promover el consumo y asegurarle al consumidor la trazabilidad de los productos.
-¿Por qué no termina de despegar el consumo de frutas y verduras? ¿Es sólo una cuestión cultural?
-No es sólo eso. Una de las razones por las cuales se comen menos hortalizas es porque son más caras. El sector de la población que más consume son los de más altos ingresos. Hay un problema económico en el medio. Pero hay mucho que hacer en la promoción y en la educación, en las escuelas y en cada casa.
En los países centrales tienen claro que esto es -más allá de lo humanitario- una cuestión de conveniencia económica. Si la gente se enferma menos, es menor el gasto en salud pública y menos gente pierde días de trabajo. Por donde se lo mire, cierra hacer una campaña para promover el consumo de hortalizas.
-¿Qué hace falta, desde lo productivo, para incentivar la demanda?
-Un sector mucho más profesional, que aplique buenas prácticas y garantice esa trazabilidad y, por supuesto, que al propio sector le cierre el negocio. Claro que, por otro lado, uno habla con los productores, y dicen: “Todo eso es muy interesante, pero a mí me siguen pagando lo mismo”, o “tengo problemas para vender”, y ahí viene la discusión de cuánto recibe el productor y a qué precio le llega al minorista. Pero, antes que eso están los problemas de producción, de conservación y de logística. Es un panorama complejo, pero la oportunidad está ahí.
-El desafío, entonces, es cómo lograrlo.
-Quienes sean más competitivos, que inviertan en tecnología, serán los que tengan mejores oportunidades. En nuestra zona, el solo hecho de usar riego por goteo (bien aplicado) garantiza un piso de rendimiento que no se puede lograr si uno depende del agua de turno. Es una tecnología que trae aparejada el uso de mejores variedades, semilla un poco más cara pero de mayor potencial de rendimiento. El camino va por ahí. En cuanto a los productores más chicos, que no tienen acceso a esa tecnología, en principio hay que ver cómo asociarlos, cómo agruparlos.
Perfil
Claudio Galmarini. (54) Es ingeniero agrónomo, doctor en Genética Vegetal (Universidad de Wisconsin (EEUU), profesor titular de Horticultura en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Cuyo e Investigador principal del Conicet.
Fue cimentando su carrera profesional en la Estación Experimental Agropecuaria La Consulta, la unidad del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria que es referente en todo el país, en investigación sobre el cultivo de hortalizas. Su desempeño lo llevó a ocupar hoy la Coordinación del Programa Nacional Hortalizas, Flores y Aromáticas del INTA.
Un sector muy informal
Claudio Galmarini explica que “una de las características más claras del sector hortícola es la diversidad, en cuanto a especies, regiones y estratos productivos”. Hay “desde productores de autoconsumo o de huerta, hasta grandes empresas que hacen conservas o deshidratados o que exportan productos frescos”.
Por otra parte, “una condición que cruza a casi todo el sector es la informalidad”, lo que se refleja en las relaciones laborales.
Sobre este punto, el técnico remarcó que "el de la mano de obra es todo un tema" para esta actividad. Es que "no resulta fácil conseguir gente para trabajar, sobre todo para implantación y cosecha. Por eso “la tendencia que se da en la horticultura es la mecanización”, lo que “se ve en nuestra zona, con plantadoras de ajo, sembradoras neumáticas de cebolla y de zanahoria para hacer siembra directa, cosechadoras de ajo, de tomate, de zanahoria, de papa, que antes no era muy frecuente encontrarlas y ahora son muy comunes”.
Claro que hay otros planos, además de la mecanización de ciertas labores, donde se evidencia un proceso de incorporación de tecnología en el sector hortícola. “Depende del estrato de productores y del cultivo en particular -aclaró Galmarini-, pero un claro ejemplo son las inversiones en riego por goteo y tela antigranizo”.