Finjamos que nos vamos a París”, dijo Clarice a su amiga Olga cuando se tomaron el taxi que las llevaba al hospital. Olga le siguió la corriente y empezaron a hacer planes.
El taxista se sumó: “¿puedo ir yo?”. “Claro y traiga a su novia”, respondió Clarice, que pocos minutos después quedaría internada en Río de Janeiro por una obstrucción intestinal, se enteraría de que además tenía cáncer de ovarios y moriría al mes y medio (el 9 de diciembre de 1977) poco antes de publicarse su última novela “La hora de la estrella”.
Pero ahí, en el taxi, imperaba la ficción. El chofer dobló la apuesta: “Mi novia es una mujer mayor de 70 y no tengo dinero”. Clarice chistó desechando el obstáculo: “También viene. Finjamos que ha ganado usted la lotería”. El viaje costó 20 cruzeiros. Ella le dio 200.
La escena está en “Por qué este mundo. Una biografía de Clarice Lispector”, de Benjamín Moser, editado este año.
La niña de los dos nombres
Nació en un éxodo. Tenía apellido ucraniano y destino brasileño. Creció en las costas de Pernambuco, en el nordeste del Brasil de los ‘30 y el Río de los ‘40. Bella. Solitaria. Parecía -cierto- un gato egipcio. Escribió con uñas: “Hay que sacar aristas al lenguaje”. Según sus conocidos tenía “una forma felina de estar en el mundo, siempre alerta”. Así la muestra una estatua suya en la playa de Leme, dando la espalda a Copacabana. “El no haber nacido animal es una de mis nostalgias secretas... A lo mejor es porque soy sagitario, mitad bestia”, sospechó Clarice Lispector.
Elegir la propia máscara es el primer gesto voluntario humano. Lispector eligió la del enigma. “Tengo varias caras. Una es casi bonita. Otra es casi fea. ¿Quién soy? Un casi todo”. La llamaron “la Virginia Woolf tropical”, “La Esfinge de Río de Janeiro”. Uno de sus traductores, Gregory Rabassa, intentó definirla: “Si Kafka fuera mujer y brasileña”.
Y así como a través de una masacre doméstica de cucarachas reflexionó sobre el absoluto, escribió con sana insolencia sobre cocina y maquillaje en secciones “femeninas” de la prensa carioca. “Señora, si usted fuma, por lo menos fume bien”, aconsejaba. O: “No se desanime por lo que cualquier espejo puede responder. Las respuestas no son tan crueles, son informativas, y de usted depende el uso de las informaciones”.
Las vidas de La Esfinge
Murió un día antes de cumplir los 57. “Me enamoré de ella”, dijo su último biógrafo, Benjamín Moser. A este texano de 41 años, la literatura de Clarice lo cautivó tanto que se mudó a Río durante meses para dedicarse a leerla. El resultado de ese idilio es “Por qué este mundo”, una biografía exhaustiva editada por el sello que abarcó toda la obra de Lispector, Siruela.
Cuando murió, el poeta Drummond de Andrade escribió: “Clarice procedía de un misterio / y regresó a otro”. A 40 años, la fervorosa investigación de Moser anota éste y otros varios testimonios y alumbra su brumosa existencia.
Vida 1. Había nacido en un viaje, en una pequeña aldea ucraniana, casi a bordo del barco que trajo a su familia (el apellido Lispector significa "flor de lis") hacia el país más grande de América Latina. Huían de los pogromos. Su primer nombre fue Chaya, que en hebreo significa "vida". La madre, Mania, violada por soldados rusos, había contraído sífilis. Existía la creencia de que un embarazo la salvaría. Chaya vino al mundo con el peso de esa misión. Su madre murió cuando tenía 9 años. "Les fallé", sintió.
Los Lispector calaron en Recife y luego en Río de Janeiro. Lidiaron con la pobreza. Se crió cerca del mar, de los monos, de las gallinas. Y cerca de una madre moribunda a la que le contaba historias creyendo que, milagrosamente, la iban a sanar. Rebautizada Clarice, anotó su voz de niña-personaje: “Vivía en una casa rosada. ¿La casa se acabó? Estaba pintada de rosa. ¿Un color se acaba? Se desvanece en el aire”.
Clarice siempre se acurruca en las preguntas (“¿qué hago en este mundo?”) y las duras certezas: “Yo tenía miedo, pero era un miedo vital y necesario porque venía del encuentro con mi más profunda sospecha de que el rostro humano también fuera una especie de máscara”. Máscaras iguales a las del carnaval.
Vida 2. A los 9 años, la niña judía se enojó con Dios. Escribe Moser: "Emergió del mundo de los judíos de la Europa del Este, un mundo de santones y de milagros que ya había experimentado las primeras señales de la fatalidad. Trasladó esa ardiente vocación religiosa en declive a un nuevo mundo, un mundo en el que Dios había muerto.
Como Kafka, se desesperaba; pero al contrario de Kafka, al final y de manera dolorosa, emprendió la búsqueda de un dios que la había abandonado. El alma expuesta en su obra es el alma de una sola mujer, en la que se encuentra todo el alcance de la experiencia humana.
Por eso se ha descripto a Clarice Lispector simplemente como todo: mujer y hombre, nativa y extranjera, judía y cristiana, niña y adulta, animal y persona, lesbiana y ama de casa, bruja y santa.
Puesto que describía su experiencia íntima con tanto detalle, podía serlo todo para todos, venerada por los que encontraban en su genio expresivo el reflejo de sus propias almas. Como ella misma dijo: ‘Yo soy vosotros mismos’”.
Vida 3. "Escribo para mí misma, para sentir mi alma hablando y cantando, a veces llorando", decía Clarice, quien estudió Leyes y trabajó como periodista antes de publicar su primera novela, "Cerca del corazón salvaje" (1942), a los 21 años. Su debut fue aplaudido: ganó el premio Graça Aranha y los críticos la consideraron "algo excepcional". Se dijo que "Clarice Lispector era lo que Kafka hubiera sido de ser mujer.
O si Rilke hubiera sido un judío brasileño nacido en Ucrania. O si Rimbaud hubiera sido madre, si hubiera alcanzado los cincuenta. Si Heidegger hubiera podido dejar de ser alemán”.
Vida 4. Se casó con un diplomático con el que trajinó a desgano por el mundo, tuvo dos hijos (uno de ellos con esquizofrenia), se separó en los '60 y volvió a Brasil, cuando los gobiernos militares desataban encendidas marchas de protesta. Manifestación en Río: allí conoció a Caetano Veloso, quien compuso luego "¿Qué misterio tiene Clarice?".
Nunca daría respuesta: quizás, porque para ella el misterio era un vicio: “Tengo miedo de escribir, es tan peligroso. Quien lo ha intentado, lo sabe. Peligro de revolver en lo oculto, pues el mundo está oculto en sus raíces sumergidas en las profundidades del mar. Para escribir tengo que colocarme en el vacío”.
En el matrimonio se sentía domesticada y la asaltaban períodos depresivos debido a la nostalgia por la tierra en la que se había criado. En 1959 abandonó a su marido y se radicó en el barrio de Leme, en Río de Janeiro. Ahí se reunió con sus antiguos amigos y publicó su primer libro de relatos, “Lazos de familia” (1960), que fue aplaudido por la crítica y el público.
Vida 5. Noctámbula, se quemó viva. Fue un descuido: olvidó quitar el cigarrillo de su boca al dormirse sobre esa cama donde solía escribir con la máquina apoyada en las rodillas. El fuego la devoró: dos días al borde de la muerte, dos meses de hospital, la mano derecha paralizada, un cuerpo de cicatrices.
Al año siguiente, estrenó un libro infantil que había hecho para su hijo Paulo, “El misterio del conejo que sabía pensar”. Solía recibir cartas de sus lectores que la seguían en las columnas del Jornal do Brasil. En una, según cuenta Moser, una nena le agradecía por haberla “ayudado a amar”.
Siguieron pasándole cosas curiosas: en 1975, junto a Olga Borelli, asistió al Congreso Mundial de Brujería, en Bogotá. Se murmura que allí prefirió encerrarse en un cuarto y cambiar el texto que llevaba por su cuento más hermético: “El huevo y la gallina”. Allí resonaron estas líneas: “La gallina existe para que el huevo atraviese los tiempos. Para eso está la madre... El huevo vive huyendo porque siempre se adelanta a su época... el huevo siempre será revolucionario...”.