Una ciudad perdida y un mar muerto

Uno de los destinos de mayor crecimiento en los últimos años. Petra, el Mar Muerto, los paisajes del Wadi Rum y la magnífica Ammán, en un recorrido que hipnotiza.

Una ciudad perdida y un mar muerto
Una ciudad perdida y un mar muerto

Aquí están los manuscritos del Mar Muerto, los textos hallados más antiguos del mundo. En el centro de Ammán, en la colina de la Ciudadela, el Museo Arqueológico Nacional resguarda ese tesoro y otros, como: 4 sarcófagos de barro cocido de la Edad de Hierro; esculturas nabateas y, más cercanos en el tiempo, arte bizantino e islámico. Todos tratan de armar en la cabeza del visitante un mapa conceptual, un rompecabezas de la historia de la región, una guía para un viaje inolvidable por la bella Jordania.

Entre los amenities del lujoso hotel que acoge, el murmullo citadino desaparece. Afuera, grandes cadenas hoteleras, tiendas con instantáneas casi occidentales, casi. La esencia es de populosos mercados, multitudinarias mezquitas como la antigua de Abu Darwish y la del rey Abdullah, muy reciente, que tiene apenas una veintena de años. Las ruinas también pueblan la urbe, -como la de Rujm el Malfouf-; magníficas iglesias con exquisiteces heredadas de Bizancio se pueden conocer; es el caso de Sweifiyah.

Hay que saber que recientemente se descubrieron algunas de las construcciones católicas más lejanas en el tiempo. Una investigación estudia restos de un edificio construido con ladrillos de lodo en Aqaba que podría ser la iglesia más antigua del orbe, levantada a fines del siglo III.

Más allá entre las colinas, la Ciudadela, el templo romano de Hércules y el Teatro Romano, y el palacio Omeya, por nombrar las edificaciones que nadie debe perderse porque si bien la city avanza y se moderniza, es la historia la que habla.

Nadie se cansa de caminar las calles de Ammán, entre el desierto y el fértil valle del Jordán, de tomar un aromático té o un auténtico café beduino, que incluye 3 tazas: una por el alma, otra por la espada y otra por el invitado. Tampoco nadie se niega a robar la deliciosa gastronomía que contribuye, con la meta implícita de este país, a hipnotizar a los que llegan. Es fácil sentirse como las serpientes danzando ante el flautista, asomando desde la canasta, atónitos, expectantes.

La ciudad perdida

Por supuesto el tour debe continuar en Petra, una de las ciudades más increíbles del planeta. Notas periodísticas, comentarios de amigos, documentales y folletos suelen prevenir al recién llegado. Sin embargo, la mandíbula caerá desencajada ante las rocas, eso es seguro.

El camino denominado Sig que da acceso a la ciudad rosada o escondida, es la previa necesaria para aclimatarse a la descomunal belleza. Es un pasaje estrecho entre inmensas rocas, como un cañón apretado, una rajadura de impactantes elevaciones -hasta 80 metros- en donde los camellos son el medio de transporte ideal, y ya está: todo es perfecto, se dice el viajero. Toda la gama del rojo presente en las maravillosas formaciones pétreas que se extienden a los lados del camino por tan sólo 1 kilómetro para inmediatamente presentar El Tesoro, Al-Khazneh, la primera visión de Petra.

La inmensa fachada, de 30 m de ancho y 43 m de alto íntegramente excavada en la cara rocosa de color rosa pálido, sencillamente deslumbra. Es una tumba de un importante rey nabateo realizada en el siglo I. Es también la muestra irrefutable de las habilidades de esa cultura.

Los frentes, los monumentos esculpidos parecen alucinaciones, aunque tan macizamente reales, palpables, que generan contradicciones en la mente. Es que se trata de toda una urbe tallada en las paredes de las montañas. Esta obra de arte “utilitaria” se fundó alrededor del siglo VI aC. ¡Imaginen! Los nabateos, una tribu árabe con vastos conocimientos de matemáticas e ingeniería, la esculpieron en medio de la nada pero estratégicamente entre las rutas de la seda, la de las especias y otras que conectaban a China, la India y el sur de Arabia con Egipto, Siria, Grecia y Roma.

Muchos imperios trataron de apoderarse de ella. Sin embargo, resistió hasta el año 100 d.C. cuando finalmente Roma se la anexó. Pronto el interés romano iría al Este, a Constantinopla, por tanto más tarde su apogeo decaería. Se sabe que durante las cruzadas había un fuerte en este sitio, hacia el siglo XII, pero fue abandonado.

El pasar de los siglos vio virar las rutas hacia otras latitudes. Los terremotos se sucedieron, razón por la cual la ciudad fue abandonada por la mayoría de sus habitantes,  quienes huyeron hacia zonas más prósperas. Permaneció oculta al mundo, especialmente al occidental, hasta que en 1812 el explorador suizo Ludwing Burckhardt, la “descubrió” y la dio a conocer. Hasta entonces había sido habitada y custodiada por los herederos de aquellos que, a fuerza de cincel, la erigieron.

Con las primeras luces del día o con las últimas durante el atardecer, las excursiones la recorren ya que los colores resaltan indescriptiblemente en esos momentos. Si bien el tour regular dura una jornada, hacen falta 3 ó 4 días para detenerse en las diferentes estancias; disfrutar de los paseos en camello o a caballo; comprar las artesanías beduinas e ingresar a los museos: el Arqueológico y el Nabateo.

Cabe señalar que hay 500 tumbas trabajosamente decoradas con diseños increíbles. Se dice que fueron construidas para que duraran toda la eternidad y hay que creerles ya que siguen en pie tras más de 2.000 años. Hay sendas de columnas; altares para sacrificios que realmente impresionan; hay obeliscos y el imponente monasterio Ad-Deir que, para apreciarlo en su plenitud, se deben subir 800 escalones.

Otro de los sitios más visitados es el santuario de Aarón, en el monte homónimo levantado en el siglo XIII. Fue una obra encargada por el sultán mameluco Al Nasir Mohammad para conmemorar la muerte de Aarón, hermano de Moisés. Lo que decida ver y el tiempo que se destine, no es en vano, eso es seguro.

Densas olas y un desierto inmenso

Quien pisa estas tierras tiene que conocer también sus aguas, el Mar Muerto. Ése que está a casi 400 metros por debajo del nivel del mar siendo el sitio más bajo del planeta. El elevado contenido salino, sus elementos sólidos, lo han hecho famoso. Primero, por no contener vida en sus entrañas. También por sus propiedades curativas y porque todo el mundo flota, sepa nadar o no. Obviamente, las referencias bíblicas y en el fondo Sodoma y Gomorra, cubiertas por las aguas tras un terrible terremoto o la ira de Dios, como prefiera.

Por supuesto el desierto no escapa a la visita a Jordania. Es imposible ya que representa un 60% de su territorio. Seguramente en algunos trayectos el turista perciba las enormes extensiones de arena. Sin embargo es aconsejable realizar una excursión particular en la que se relatan las historias de los nómadas, incluso se los puede ver y hasta imitar en campamentos móviles especiales para turistas, por ello con mucho confort.

Wadi Rum es otro lugar para tener en cuenta. Laderas caprichosamente labradas por el tiempo dejando al descubierto, junto con los colores, las eras geológicas. Arenas de varios tonos entre puntas, monolitos, rascacielos pétreos y quebradas que tan bien describiera  T.E. Lawrence: “Inmenso, solitario... como tocado por la mano de Dios”.

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