En medio de un círculo las calles conducen a modo de radios al Duomo di Milano. Imponente, gótico y con guiños eclécticos, secuestra la visual. Sin embargo no es una catedral más, hechiza con su fachada, abre las puertas a su penumbra interior, mística, de la cual solo es posible escapar mediante los coloridos vitrales; por una minúscula escalera lleva a los orígenes paganos y católicos de los subsuelos, y aún como si fuese poco, peldaño tras peldaño eleva a los tejados, entre agujas, esculturas, tallos, flores y hojas pétreas que crean pasadizos gloriosos a más de 100 metros de altura.
Es precisamente en esos techos donde nace esta nota, en la que la cronista deja volar su imaginación para trasladarse al mundo de los comics: aquí perfectamente podría aparecer Batman, se dice. Arcos con complejas nervaduras y columnas a modo de troncos con ramas minuciosamente pensadas por los arquitectos de ésta, ciudad gótica, encierran en las páginas de una vieja revista.
Convengamos que a metros de la Galería Vittorio Emanuele con las grandes marcas de la moda mundial en sus escaparates, un Guasón ataviado de Gucci y un Batman calzado con Dior no sería un disparate, pues si hay superhéroe y villanos glamorosos, éstos son.
Pero retornemos al universo granítico inmersos en una luz transfigurada y tonalizada por los ventanales, por alguna luz artificial que de tan alta parece presencia etérea, mientras transforma el espacio en una alucinación de la divinidad. Universo que amalgama la retórica bíblica con los juguetones signos de los que dejaron huellas más allá de la religión, su propio dogma.
Ángeles de caras sospechosas, diabólicas o de zombies, estatuas que honran a seres de dudosa procedencia, imágenes de seis dedos y serpientes disimuladas, todos entre las figuras de los mártires santificados, de los nobles que contribuyeron con la costosa obra y de las enseñanzas del Evangelio, hasta Napoleón tiene su escultura sobre una aguja. Entonces, no es tan delirante buscar el sello de Batman, por las noches, cerca de la Madonnina, cuando algún peligro amenaza a la ciudad.
Horas antes
El Duomo siempre está rodeado de gente, la que lo fotografía, la que lo penetra. Es una de las iglesias más grandes del mundo -tiene 157 metros de largo y puede albergar a 40.000 personas-. Los planos indican que desde la antigüedad el lugar es el sitial preferencial para los dioses.
Su peregrinaje de ladrillo y mármol –como el de tantas iglesias europeas- tardó centenares de años, desde la primera basílica de San Ambrosio del siglo V, pasando por la de Santa Tecla 3 siglos más tarde destruida por un incendio, hasta que en 1386 nació el nuevo proyecto en estilo Gótico, ya parte de lo que vemos hoy.
Sin olvidar el capricho de Bonaparte en concluir la fachada para ser coronado allí rey de Italia en 1805 junto a Josefina, y aún hay más, la mayor parte se terminó en el siglo XX.
Lo cierto es que cada mes transcurrido valió la pena, las 3.400 estatuas, 96 gárgolas y cerca de 153 agujas, los baptisterios externos, hablan por sí. Alcanza con rodearla para ver su magnificencia, pero no nos conformamos.
El interior
Ésta, la casa de Dios, sugiere sentarse un momento para percibir el ambiente oscuro, y cuando los ojos estén listos fijar la mirada en las obras. 5 naves, relieves, cuadros, vitrales, recrean escenas de la Biblia y de la vida de los santos inmersos en el gótico esbelto e infinito. Pero antes de emprender el recorrido un detalle llama la atención: el Reloj de sol, junto a la entrada, los signos del Zodíaco en el suelo, algo pagano en el reino de Dios.
A metros del ingreso, una estrecha escalera lleva a las ruinas de los 2 templos primigenios que dejan ver mosaicos, pinturas y una piscina en la que se sumergía al bautizado en tiempos de decadencia del imperio romano cuando los fieles se sumaban al cristianismo. En ella San Ambrosio bautizó al futuro San Agustín. Este sería un excelente escondite para el batimóvil, pensamos.
Nuevamente en la nave principal con la cabeza colgando hacia atrás para ver hasta el fin de las nervaduras, un hecho histórico nos distrae. La Coronación de Napoleón como rey de Italia en 1805. El general francés se colocó la corona diciendo: “Dios me la ha dado y guarda con el que me la quite”. Pero claro, no contaba con los acontecimientos posteriores, en los que no se descarta la presencia de un misterioso hombre murciélago liberando a Europa.
El clavo de la cruz de Jesús
La corona de Napoleón se remonta a la época de Constantino con la diadema imperial, es esa en la que su madre Elena, obsesionada por las reliquias, añadió uno de los clavos de la cruz de Cristo que rescató en una de sus hazañas místicas. Cierto es que el símbolo real pasó por numerosas manos de reyes y emperadores, incluso por Carlomagno y luego hasta los nazis quisieron tenerla por el poder que representaba. En la actualidad se encuentra en la basílica de Monza.
¿Pero que hay del clavo? En lo alto, sobre la bóveda, hay una cruz con una luz roja. Abajo en una cesta de metal una cruz dorada y una cortina escarlata, es un ascensor en forma de nube que se eleva 45 metros hasta la bóveda en la que se encuentra el clavo que traspasó el cuerpo de Jesús. Cada 14 de setiembre es rescatado de los cielos del templo para ser adorado por la comunidad.
Sin embargo no todos saben la historia anterior y se detienen en la escultura de San Bartolomé la más llamativa y espeluznante. El hombre que predicaba en Armenia fue desollado por su fe. Se ven todos los músculos del cuerpo y a modo de capa su pellejo. Un superhéroe de otros tiempos.
El Duomo fue financiado principalmente por los fieles y después los grandes señores. Niños de blanco pedían dinero en las calles y poblados, hasta se despojaba a los difuntos de sus vestiduras que eran vendidas un año después. Es obvio que por aquellos días faltaba un comisionado y un héroe anónimo.
El altar mayor, descomunal con sus 2 púlpitos, un baldaquino o templete y una cúpula de 8 columnas corintias, resguarda en el interior el sagrario, las estatuas de San Carlos y San Ambrosio, los custodios. En la cripta y en las capillas laterales hay reliquias de santos, como la de Juan el Bueno, con sus mejores vestiduras aplastando al demonio.
En 1786, un grupo de astrónomos del observatorio de Brea trazó el meridiano, una larga tira de metal que atraviesa de norte a sur el templo. A lo largo situaron un total de 12 paneles de mármol negro y blanco que representaban los distintos signos del zodíaco, acompañados de las fechas de entrada del sol en cada uno.
Por una cavidad situada en la bóveda a 24 metros cada jornada al mediodía, un rayo se cuela marcando el signo correspondiente. Los científicos querían hacer algo útil para la comunidad...
La mejor vista de la ciudad pero lo mejor es ver las agujas y estatuas de forma cercana, incluso tocarlas. Líneas de piedra como venas, pináculos y torres, arbotantes, que también evacuan el agua hacia las gárgolas, terroríficas ellas, y miles adornos, flores, hojas, ángeles, hombres y bandidos, también niños y hasta obreros que se retrataron.
Es posible caminar por lo más alto, custodiados por la guardia del templo para que nadie haga una locura, o quizá, para que los malhechores estén prevenidos. Ante cualquier imprevisto, la Madonnina mira atenta desde 108 metros de altura, y dicen que el sello de Batman cada tanto aparece.