Monserrat toma un jugo de naranjas y sale del hotel 5 estrellas de Polanco a caminar su ciudad un rato. En el trayecto unas “carnitas” le devolvieron la sazón a la mañana soleada teñida de recuerdos de su país, al que dejó por un tiempo hace más de un año y ahora reencuentra en un puesto de comida callejero.
Como tantos otros habitantes de la desmesurada urbe, degustar sabores al paso es parte de la idiosincrasia, de un modo de ser y moverse en la capital mexicana en la que las distancias se miden en tiempo. El congestionado tránsito vehicular logra modificar las escalas métricas y casi todo queda a 45 minutos, cuando hablamos de 20 cuadras o, de hora y media, sumando unas pocas más en el radio céntrico. Sin embargo no cunde el pánico, y la gente fluye en colectivos, metro o trenes abarrotados, y cómo no en una urbe que alberga a 10 millones de habitantes y da trabajo a diario a otros 20 millones del conurbano. Un dato por demás interesante, en las horas pico los vagones se dividen en mujeres, niños y mayores de 60 por un lado y hombres por otro, para evitar el acoso sexual. En tanto el metro tranvía asigna la mitad del espacio para varones y la otra para damas con el mismo objetivo.
El viajero consulta cómo llegar a un museo, si queda lejos, “tantito”, es la respuesta que va con la explicación, la grácil medida del espacio-tiempo que no mesura nada, pero que de tan amable se comprende y se acepta.
A poco más de 70 km -quizá 2 horas- de la Ciudad de México la ciudadela de Teotihuacán se alza en un paraje desértico. Antes, cerros tapizados de casas de mil colores habitadas por millares de personas que frecuentemente las utilizan como vivienda dormitorio, ya que deben levantarse a las 5 de la mañana para tomar un transporte público y llegar a trabajar a las 9; el retorno será idéntico, 10 horas después.
Con el caserío en planos superpuestos los viajeros comprenderán que es una representación de la visita a México, que se puede ver/vivir en planos, dimensiones, en recortes que más tarde, y con lucidez deberán unir para obtener una idea de lo que significa este país.
Teotihuacán
La patrimonial urbe en la que “los hombres se convierten en dioses” perteneció a la cultura teotihuacana (400 años A.C hasta 700 años D.C) mucho más antigua que la azteca, con la que el viajero la confunde, y no es casual puesto que lo que se conoce de esos ancestros es de voces de los segundos. Precisamente cuando los aztecas alcanzaron estos muros la zona había sido abandonada hacía 700 años. Al contar con estos datos y observar las estructuras de piedra, sólo se puede sentir profundo respeto.
Las pirámides del Sol y de la Luna o de la lluvia (cielo) y el agua (tierra) dominan el paisaje entre otras construcciones más bajas. Ese sitio en el que alguna vez vivieron los dioses según creencia azteca, era conocido por el pueblo, por los descendientes de los originarios, pero nunca tenido en cuenta por conquistadores o ya por el gobierno virreinal. Recién en 1910 se abrió al público por decisión de Porfirio Díaz para celebrar los 100 años de la Independencia. Claro que para la ocasión y con los escasos conocimientos de conservación de patrimonio, grandes “sacrilegios” se cometieron en nombre de la modernidad. Por suerte acciones posteriores y el haber sido declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad, resguardan al complejo edilicio del olvido y los saqueos.
Para comprender la relevancia histórica se debe observar las estancias del Palacio de los Jaguares, por ejemplo, un centro ceremonial que aún abriga pinturas murales de tonalidades rojizas, originales. Allí entre cubos de lava volcánica y piedra pómez, columnas con jaguares en espejo aludiendo a la dualidad de todo lo conocido en el universo. El diseño con talud y en tablero hizo estas paredes antisísmicas 200 años a.C.. Se especula que entre inciensos o símiles se realizaban danzas en diversos rituales, se leía el firmamento. Así se creó el complejo y exacto calendario que era vital para la siembra y cosecha, y se establecía contacto con las deidades. El conocimiento de los chamanes excedía la curandería. Los saberes matemáticos, astronómicos, arquitectónicos como políticos, estaban en poder de ellos. Por esto eran además quienes amalgamaban el entramado social.
Mientras caminamos descubrimos los drenajes y hasta los baños en las habitaciones de los poderosos. El comercio fue particularmente próspero en esta cultura. Lograron intercambios con todo el territorio mexicano. Los testimonios están relatados en piedra. La sociedad era muy compleja. Sin embargo los saberes fueron los que los hizo enormes en su tiempo. La dicotomía luz-oscuridad; día-noche; cielo-tierra; femenino- masculino, se aprecia en cada aspecto de la cultura, como en esa serpiente emplumada, la que repta y se eleva en la explicación de cuerpo y alma, de la que también se extrae cierto sistema binario.
Pero un día desaparecieron, simplemente se fueron y nadie supo más de los teotihuacanos. Nadie hasta que los aztecas tomaron su ciudadela despoblada tan bella y perfecta que supusieron que sólo podría haber sido habitada por seres superiores. Otra vez esto de viajar por estas tierras impregnada de misterios, presentada en caras, planos, dimensiones diferentes, opuestas, duales quizá.
Ni oro, ni plata, yo quiero la piñata
Por las ventanillas del tránsfer observamos los comercios con las famosas piñatas, las que veíamos desde chicos en el Chavo del 8, ahora con onda Disney. Sin embargo sus orígenes son el relato vivo de un sincretismo que se resignifica a diario. Durante la colonia las piñatas fueron un recurso de los frailes agustinos para evangelizar. Eran de barro y tenían forma de estrella de 7 puntas. Adentro: frutas frescas, caña, cacahuates que caían cuando lograban romper la amalgama de tierra que representaba al demonio y cada una de las puntas -ni más ni menos- a los 7 pecados capitales, los placeres terrenales de los que el ser humano -cristiano- debía alejarse. El palo con el que se golpeaba simbólicamente era la palabra de Dios, la que aporrea y destruye al diablo dando como resultado el regalo de la vida eterna, en este caso expresada en los frutos de la tierra. Los curas vendaban a los indígenas y los mareaban dándolos vuelta sobre sí mismos con la premisa de que “al mal se lo puede vencer, pero con fe” entonces así atontados igual podrían hallar la figura de barro y derribarla.
Si bien la costumbre persiste, el sentido es más liviano en un festejo de cumpleaños o en otras fiestas populares. Pero los rituales como los cánticos festivos se mantienen en el tercer milenio con la letra intacta, adoctrinadora de la Iglesia de la conquista, como es el caso de los villancicos en las posadas de Navidad: “No quiero oro, no quiero plata, yo lo que quiero es romper la piñata” una liberadora canción para despojar a los indígenas de sus riquezas. “Dale, dale, dale, no piedras el tino, porque lo que pierdes es el camino” (hacia el cielo), y el famoso juego cruz o cuerno. Claro que estos cuentos casi de niños no ocultan que los españoles acabaron con el 90% de la población local en uno de los mayores genocidios de la historia.
La evangelización con cruces y espadas, sin embargo, no logró llevarse las creencias más férreas. Es cierto que elevó catedrales en sitios ceremoniales de los aborígenes y otorgó nombres católicos a prácticas nada cristianas, pero en cada una de ellas subyace la matriz original. Tal es el caso de la célebre conmemoración de los difuntos de los días 1 y 2 de noviembre que claramente lleva la raigambre del sincretismo.
Los indígenas creían en el plano celeste más allá de la muerte, en el regreso de los ancestros y las manifestaciones rituales se fundieron con el dogma católico, dando como resultado prácticas particulares e imborrables del ADN cultural. Así el Día de los Muertos, las familias van al cementerio, elevan altares con enchiladas o la comida dilecta del que ya no está: tequila, cigarros, y con los pétalos de la llamada “flor de muerto” se dibuja el camino hacia las ofrendas, para que no haya confusiones. Tanto en el camposanto como en los hogares las gentes se reúnen para honrar a los suyos que no habitan ningún infierno. Primero es tequila y jugo, luego tequila solo, más tarde la melancolía y la algarabía se van de la mano zigzagueando, hasta el próximo festín.
Una creencia sin discrepancias
El Estado de México como en herradura cierra a la Ciudad de México (ya no se le llama DF), lo apapacha, un verbo local de raíz indígena que es más que un abrazo tierno. Esther, nuestra guía, cuenta que la zona histórica se hunde 1 cm por año mientras llegamos a la Basílica de Guadalupe. Los templos como la explanada dan cuenta de esto con nada sutiles ondulaciones en piedras y mármoles, también rajaduras en cemento. Es que los aztecas construyeron su urbe sobre 5 lagos y la geografía tantos siglos después les cobra factura. Xochimilco y sus 185 km de canales es una muestra de lo que debería ser toda el área primero cubierta por piedra, luego por concreto.
Lo que no se hunde es la fe, la más pura y férrea, una de las mayores manifestaciones católicas del orbe, la devoción a la Virgen de Guadalupe. Trasciende credos y generaciones. Es la madre que une y a la que todo habitante le pide ayuda. La Guadalupana de ojos negros, piel morena, virgencita americana, cuenta con su importante basílica visitada por millones de personas cada año, a la que también llegaron Juan Pablo II y Francisco.
La historia se remonta a 1531 cuando la imagen de una mujer muy luminosa se le aparece al indio Juan Diego sobre un cerro, el Tepeyac. Le dice que hable con el obispo y que allí construya su iglesia. La prueba de su divinidad primero fueron rosas en un sitio en el que jamás podrían haber crecido, luego la imagen de la Virgen grabada en la tilma o poncho del hombre, que aún se exhibe en el templo mayor. Resguardada por un vidrio y un intrincado sistema de seguridad, los fieles pasan por una cinta trasportadora frente a ella con lágrimas en los ojos y promesas en el alma.
En el predio pueden verse otros 3 templos y un sitio muy particular: el de los Juramentos. El edificio fue erigido para dar solución a asuntos en los que ni curas, ni jueces tenían cabida. A modo de ejemplo cuando un marido afecto al alcohol ya había agotado todos los recursos, lo único que le quedaba para que su esposa le vuelva a creer es el juramento ante la Guadalupana. Para tal fin dos testigos y una firma sellan el acuerdo, y hablo en presente porque hasta la actualidad las cuestiones que no encuentran asidero en el plano terrenal se arreglan con la Virgen en este edificio.
Otro de los rostros de la capital mexicana que no deja de sorprender, y a la que queremos, necesitamos seguir descamando.
Y en esta empresa de continuar descubriendo este México querido, el viajero se mete en Polanco, la zona más top si las hay. Allí el Intercontinental Presidente donde nos hospedamos, ostenta la suite presidencial más preciada del país: la Diego Rivera, que de tan paqueta hasta una línea de piscina cuenta en su interior. Desde Obama hasta estrellas de rock durmieron en su cama. Tiendas, restaurantes y bares convierten al alojamiento en un punto de encuentro, pero si hay un sitio para hacer un parate es el Gin Tonic Bar, en el epicentro de la plaza de compras. Allí todas las variedades de la bebida y el Gin jitomate una versión con Tenqueray, Jitomate cherry, apio, albahaca, fever tree tonic y agua mineral, la perfecta combinación para retomar el barrio.
Al norte de Chapultepec lo más selecto en materia gastronómica y de shopping, desde Hermés, Christian Dior, Tiffany's, Max Mara, Intimissimi, Goyard, Escada, Gucci, Apple, Porsche, Vespa y otras automotrices. Enotek con etiquetas del mundo sin descorche o la muy preciada Uriarte con cerámica Talavera se extienden sobre la calle Presidente Masaryk, otra de las capas de la ciudad inabarcable.
Entre tanto, una mujer con su pequeño hijo cada día frente al Intercontinental cose sus muñecas de trapo y confecciona flores de papel; a una cuadra, un delicioso cafetín, Maison Belén, despliega su pastelería pero a pocos metros en un carro ambulante, unas enchiladas emocionan al viajero.
Con la sensación de tan sólo haber leído algunas páginas de esta ciudad magnífica, de haber vivenciado un puñado de sus planos, regresamos a casa con chiles y “alegrías”, esos dulces típicos que Monserrat nos enseñó a valorar. Volveremos, es seguro, para intentar abarcar, apapachar, la infinita y multifacética Ciudad de México.
Para Hacer
El Zócalo es el corazón del centro histórico en medio de una treintena de manzanas en la que abundan palacios, museos, iglesias. Allí la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional -con murales de Diego Rivera- y desde donde cada 15 de setiembre se da el grito de Independencia por parte del presidente de la Nación y el Museo del Templo Mayor, porque Tenochtitlán -la gran ciudad azteca- está debajo de la virreinal, y por esto de los hundimientos cada tanto aparece un resto arqueológico que grita para que nadie olvide las cepas originarias.
Desde el Portal de los Mercaderes y la cantina El Nivel quizá se escuche a Agustín Lara con su melancólica “Solamente una vez” y desde cualquier lugar un tema de Alejandro Fernández. Adentrándose en la cuadrícula en el 4 de Madero se encuentra un Sanborns pero originalmente fue la Casa de los Azulejos de estilo árabe español, con patio morisco y el mural de José Clemente Orozco, que pintó en 1925.
Frida, Diego y Trotsky. En Coyoacán además de sus plazas coloniales, teatros, bares, la Casa Azul de Frida Kahlo -Londres 247- donde nació y murió la genial artista. Allí vida y obra, amores y desventuras se dan cita de la mano de colores vivos, obras y objetos personales; los esqueletos, sus vestidos, pinceles y caballetes, hasta se intuye su dolor. A unas cuadras, la casa en la que León Trotsky fue asesinado y un poco más alejado el Anahuacalli con obras de Diego Rivera.
Turibus. Una gran propuesta del gobierno son los buses con audioguías y wi fi que recorren la urbe, como el "Turiluchas" para conocer la mejor lucha libre del mundo, con auténticos superhéroes enmascarados que vuelan y caen sobre los contrincantes. Pero pronto tendrá lugar otro trayecto muy preciado para el turismo: el Esotérico, de los chamanes prehispánicos y también de ritos virreinales que visitará el mercado de Sonora. Centro histórico, Polanco, Circuito Sur, son otras de las opciones. $ 140, $ 70 para niños.http://mexico.city-tour.com/
Información
Excursión Teotihuacán y la Basílica de Guadalupe. México Overseas, duración entre 9 y 10 horas con almuerzo incluido, U$S 61.
www.mexicooverseas.com
Teléfono: + 52 55 2652 1572
mexico.overseas@overseasmexico.com
Cómo llegar: LATAM tiene un vuelo diario a la Ciudad de México, vía Santiago. La tarifa parte de los U$S 915 con impuestos incluidos. Ventas & Consultas ZLATÁ 0810-9999-526 www.latam.com
Dónde alojarse: www.presidenteicmexico.com habitaciones desde U$S 250.
Imprescindible: bajar la App de la web cdmxtravel.com
www.mexicocity.gob.mx
www.viajemospormexico.com