Cirujano de balones: el hombre que alarga la vida a las pelotas de fútbol

Convertido ya en un personaje icónico de la zona de San Martín y Paso (Carrodilla), Feliciano Robles cuenta su historia.

Cirujano de balones: el hombre que alarga la vida a las pelotas de fútbol
Cirujano de balones: el hombre que alarga la vida a las pelotas de fútbol

"No hay otro en Mendoza que se dedique exclusivamente a arreglar pelotas. Me han traído fulbos de San Martín y de San Rafael, gente que viene especialmente para que se las arregle y se va. Cuando el Seba Torrico jugaba en Godoy Cruz, me traía a veces de a seis y 8 pelotas. Yo se las arreglaba y se las tiraba por encima de la medianera en la casa del padre cuando estaban listas. Los Sperdutti en Maipú también me han mandado pelotas del club y suelen venir los dueños de canchas de cinco o siete con los fulbos para que los arregle. Yo no he hecho más publicidad que ese cartel metálico que está ahí (señala un trozo de chapa doblado con letras donde con dificultad y a no más de 20 centímetros de distancia se lee 'se reparan fútbol' –sic–). Pero el otro día me dijeron que buscaron en Internet para arreglar pelotas en Mendoza y salió mi nombre y ubicación. ¡Yo ni sabía que estaba ahí!"... Armando Feliciano Robles (58) larga una frase tras otra, sin pausas y casi sin respirar, pero siempre con la premisa de la humildad y el perfil bajo.


    Ignacio Blanco / Los Andes
Ignacio Blanco / Los Andes

Feliciano –o "Gareca", como le dicen en los picados de fútbol callejero que juega todavía– es "el arreglador de pelotas" por excelencia que tiene Mendoza. El mismo que ha hecho de la esquina de Paso y San Martín (Carrodilla) su taller, punto exacto donde hace más de 22 años se instala religiosamente de lunes a sábado de 13 a 19.30 a la intemperie, rodeado de los esféricos y de sus herramientas,  dándose maña con las dos agujas, los hilos y el pegamento.

"El domingo me robaron todas las cosas que tenía guardadas con candado en la estación. Me sacaron dos infladores, cuatro fulbos, el pegamento y muchas herramientas. Me dejaron con una mano atrás y otra adelante. Así que esta semana tuve que ir comprando todo de a poco. No tiene nada de valor lo que se llevaron, lo hicieron de rateros nomás", cuenta Armando, masticando algo de bronca y mientras acomoda las pelotas en una pirámide sobre la vereda. A esa compañía de los esféricos se suma por estos días la de los obreros que avanzan con las obras de vinculación de Paso con la Panamericana. Gareca agrega que ya son cuatro las veces que le han robado y que ya ni va a hacer la denuncia, porque los auxiliares judiciales ni siquiera le dan importancia a lo que relata.

"Es un oficio que se mantiene intacto, y las pelotas siguen siendo iguales desde siempre. Ni sé cuántas he arreglado ya", agrega, intentando hacer una cuenta. Los mejores días le han llegado a dejar ocho o nueve balones, y él puede reparar hasta 13 en un solo día.

"No es un laburo fijo como puede ser una fábrica. No todos los días me traen pelotas, y menos la misma cantidad", resalta. Y agrega además que ha rechazado ofertas por arreglar zapatos ("son cosas distintas").

Feliciano se dedica a este oficio sólo por las tardes, ya que de mañana trabaja como jardinero. "Llego a mi casa al mediodía y me vengo rápido acá para que no me manden a lavar los platos", acota con una carcajada, quien tiene un fuerte amor por el rojo y el blanco (es hincha del Chacarero de San Martín y fanático de River de Buenos Aires).


    Ignacio Blanco / Los Andes
Ignacio Blanco / Los Andes

Emblemático

Armando Feliciano Robles nació en 1960. Siempre vivió en Luján y en su juventud trabajó en una fábrica de mocasines. "Cuando cerró la fábrica, me dediqué a esto. En la fábrica, algunos compañeros me llevaban pelotas para que las arreglara. Y el laburo es más o menos parecido, ya que se trabaja con dos agujas", explica el hombre, frunciendo con una sonrisa aún más los pliegos de la de por sí arrugada y curtida piel de su cara.
Aunque tiene una esposa y 4 hijos, actualmente Armando vive con sus dos hermanos y con su madre en la misma casa que alquilan en calle Lamadrid. Entre todos ayudan en el día a día a su progenitora, que ya tiene 83 años.

"Todas las tardes estoy acá; sea verano, invierno, haya sol o llueva. Me he llegado a tapar la cabeza con cartones cuando ha caído piedra para no lastimarme", rememora el hombre, quien ya conoce a todos los vecinos de esa neurálgica esquina de Carrodilla y quien ya es uno más del vecindario también.


    Ignacio Blanco / Los Andes
Ignacio Blanco / Los Andes

Los que llegan a su encuentro precisando de sus servicios no son transeúntes ocasionales. Son personas que llegan con una pelota –o varias– al borde de la terapia intensiva en su auto, y que bajan con la esperanza de que sean ciertas todas las historias que les han llegado del boca en boca, vinculadas a sus intervenciones cuasi quirúrgicas en los balones. Entre sus "pacientes" hay también pelotas de básquet y hasta guindas de rugby ("muchos clubes de Chacras me han traído pelotas de rugby para que repare también", agrega).

"El arreglo básico de una pelota cuesta hoy 180 pesos. Las más nuevas tienen líquido entre la cámara y la cobertura, y en esos casos yo le digo a los dueños dónde comprarlo para traerme todo después y yo se las arreglo. Lo mismo hago cuando hay que cambiarles la cámara (sale unos 300 pesos)", sigue Gareca, quien ya tiene clientes fijos y está acostumbrado a que sean los propios chicos que llegan con sus padres quienes se bajan con la pelota en sus manos y se la entregan con mucho amor, como si se tratara de un invaluable tesoro.


    Ignacio Blanco / Los Andes
Ignacio Blanco / Los Andes

Sin pelota propia

Futbolero por oficio y pasión, otro detalle resulta llamativo en Armando Feliciano Robles: es que no tiene pelota de fútbol propia. "Cuando termino de arreglar una pelota, la dejo acá. Y de acá no la saco hasta que no viene el dueño a buscarla. Porque cada una tiene el nombre anotado, y ese es su dueño", dice con orgullo, señalando el nombre escrito en los cascos de uno de los esféricos.

"Juego al fútbol de 9, y por eso me dicen Gareca. He jugado torneos callejeros y una vez salí goleador con 21 tantos. Mi equipo se llama El Ventisquero y algunos sábados voy todavía", agrega luciendo con orgullo su estado físico. Según confiesa, hace años está clavado entre los 72 y 73 kilos; y en una ocasión el mismísimo Víctor Legrotaglie lo quiso llevar a su equipo. "Quería que jugara con ellos y el técnico que tenemos le dijo que si me quería, que me comprara el pase", dice riendo.

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