Ciriaco Antonio Zapata: "Yo amo al fútbol”

Aunque también jugó en Atlético Argentino, Independiente Rivadavia, Luján Sport Club, Atlético San Martín, Tunuyán Sport Club y Deportivo Guaymallén, se lo recuerda como un símbolo ganador de aquel victorioso Godoy Cruz Antonio Tomba de fines de los ochen

Ciriaco Antonio Zapata: "Yo amo al fútbol”
Ciriaco Antonio Zapata: "Yo amo al fútbol”

"Yo amo al fútbol" repitió con frecuencia en la charla con Más Deportes Ciriaco Antonio Zapata, aquel defensor que dejó su huella de amor propio y nobleza, enorme personalidad y temple ganador en las canchas mendocinas en las décadas del ochenta y del noventa, cuando le tocó vestir los colores de Atlético Argentino, Independiente Rivadavia, Godoy Cruz Antonio Tomba, Luján Sport Club, Atlético San Martín, Tunuyán Sport Club y Deportivo Guaymallén.
 
Lo dijo un futbolista que cuando llegó a Mendoza, allá por 1980, después de un largo viaje en tren -que, según contó, resultó una odisea-, tuvo que dormir dos o tres noches en un banco de la plaza San Martín cubierto con diarios porque no tenía dónde pasar la noche. Hasta que después de deambular durante varios días por la calle Las Heras y la Avenida San Martín, consiguió un empleo como lavacopas en la cocina del restaurante del club de Gimnasia y Esgrima, de la calle Gutiérrez.

"Por lo menos encontré un techo, aunque dormía en el sótano", evocó este correntino de sangre caliente que había llegado desde su Monte Caseros natal con una mano atrás y otra adelante, apenas con dos mudas de ropa y un montón de sueños y proyectos detrás de la pelota de fútbol, que era el amor de su vida. Hijo de Eliseo -su papá- que trabajaba en el ferrocarril, y de Marta -su mamá- ama de casa, fue el mayor de once hermanos, ocho varones y tres mujeres, que desde adolescentes le pelearon a la vida con mucha dignidad y gran esfuerzo en un hogar humilde y de trabajo.
 
"En Corrientes me dijeron: "Si vas a Mendoza preguntá por el Polaco Torres, que es un muy buen tipo y te va a dar una mano". Pero cuando  llegué no lo encontré por ningún lado, como que recién lo conocí a los tres años. Yo no quería molestar a nadie y además no conocía a nadie. Fui a Independiente Rivadavia, donde hablé con el Nene Fernández, que era el entrenador, pero como se había cerrado el libro de pases no pude quedar.
 
Después fui a Gimnasia y Esgrima, y el Mona García, que trabajaba en las inferiores, me recomendó a su hermano Rodolfo, que dirigía la primera de Atlético Argentino. Yo jugaba de central, pero podía ocupar otros puestos de la línea de cuatro y había debutado con apenas 14 años en la Primera del club Atlético Florida de Monte Caseros en mi provincia, donde los equipos más populares eran Deportivo Mandiyú, Huracán y ahora Boca Unidos. De Corrientes salieron Fucceneco un número dos que jugó en Estudiantes de La Plata, y Berta, aquel  volante central que vino a jugar a Huracán Las Heras en el Nacional del '85. 

En 1975, cuando había cumplido los 16 años me fui a probar a Rosario Central, pero no quedé porque no pasé la prueba. Después fui a Newell's, donde tuve más suerte y superé una selección previa de mil jugadores de la que inicialmente quedaron cien y finalmente solo diez que pasamos a trabajar con Jorge Bernardo Griffa y César Castagno, que dirigían las inferiores y la cuarta división. Permanecí tres temporadas -entre 1977 a 1979- cuando tenía 18 a 20 años, y llegué a debutar en la Primera de la Liga Rosarina, donde  le hice un gol de cabeza a Central en un clásico, faltando dos minutos.

Integraba la zaga con Juan Simón, que luego de jugar en Francia volvió a Boca Juniors. Tuve  compañeros como Ortiz, Barrera, Ramos, Almirón y Cucurucho Santamaría, que una vez en Mendoza me regaló su camiseta autografiada, y me entrenaba cerca de referentes como  Marcelo Bielsa, el Tolo Gallego, el Mono Obberti, Bulleri, Giusti y el Tata Martino. Cuando Newell's hizo de sparring de la Selección Argentina que se preparaba para enfrentar a Polonia en Rosario por el Mundial '78, Griffa me recomendó a Menotti cuando éste le pidió un marcador fuerte y de temperamento para exigir a Luque.
 
"Tengo un Negro que es un león, te lo mando", le dijo Griffa. No lo dejé tocar una pelota, pero cuando Leopoldo se radicó en Mendoza y se lo comenté ni se acordaba. Sin embargo, al poco tiempo, cuando notaba que había progresado y pasaba por mi mejor momento, a la altura de Simón, me lesioné porque me rompí los meniscos de la pierna derecha. Me caí anímicamente, me bajoneé y nunca más pude recuperar el puesto. Cuando me recuperé, a fines de 1979, me fui a jugar a Pérez Millán de la Liga de San Nicolás, que participaba en el Regional, hasta que el destino me trajo a Mendoza", le comentó Zapata a Más Deportes en el comienzo de su relato.

El Huarpe

"Flexible como la tacuara y duro como el lapacho", se escribió en Los Andes cuando en 1989 el Círculo de Periodistas Deportivos lo distinguió como el mejor futbolista de la temporada con la estatuilla del  Huarpe, en una fiesta realizada en las instalaciones del Club Hípico Mendoza.

Justo reconocimiento a un defensor que se había ganado con su  personalidad de líder y
caudillo, fortaleza física y anímica y muy buen nivel futbolístico el respeto y la admiración del hincha en general, sin distinción de colores. Además, como él mismo le contó a nuestro diario, siempre luchó con entereza, solidaridad y nobleza para ganarse ese lugar, desde su incorporación en 1981 al Atlético Argentino, su primer equipo en Mendoza: "Me acuerdo que la Academia tenía un gran plantel, excelentes compañeros como Giacomelli, Murúa, Salomón, Pacheco,  Alberto González, Volpe, el Patón Rossi, García, el Picho Fernández, Solorza, Quintana, Báez, Cloquell, Touzón y Néstor Fernández, entre otros. Nunca me olvido que la tarde que jugamos contra Gimnasia y Esgrima tuve que marcar al Tucho Méndez, quien me vino a felicitar después del partido: "Bien pibe, seguí así que vas por buen camino".

Pero en Atlético Argentino jugué muy poco tiempo, apenas nueve fechas. Me fui a los dos meses porque la dirigencia no  cumplió lo que me había prometido económicamente y cuando reclamé lo mío me separaron. Todavía era empleado del club de Gimnasia y Esgrima, pero ahora me habían ascendido a mozo. Me sentía muy bien, mucho mejor, incluso me había ido a vivir a un hotel. Ese mismo año, gracias a un compañero de trabajo, conocí a "Kysy", mi futura esposa, la persona que no sólo me dio seis hijos y me ayudó a construir una hermosa familia, sino que también resultó mi apoyo y sostén en los momentos más difíciles.

En 1982 me incorporé a los Azules, en la época cuando don Enrique Nanclares había asumido la presidencia, quien me hizo mi primer contrato y me puso en los libros del club. Me acuerdo que llegué a integrar una línea de cuatro de primer nivel: el Ratón Giardini, el Gringo Mémoli, yo y Wilson Molina, con Manucho Abt o el Gato Garín en el arco, Papi Cabrera, Esteban Carlos Soto, Pralong, Paolantonio, el Flaco Suárez, Miguel Ruperto Funes, Miguel Rodríguez, Cappadona, Marcelo Giménez, el Taca Chavero, Pedernera, Medina, Dante Garro y el Tomate Quiroga. En un encuentro decisivo contra San Martín, como se lesionó Mémoli, el Turco Curi se la jugó, porque me puso de marcador de punta y logré anular a un wing dificilísimo como era Moreschini", le contó Zapata a Los Andes.

Gran Expreso

Aquel correntino generoso y de buena madera, que en enero pasado cumplió 54 años (19-1-59), y que en abril de 2009 fue reconocido como una de las grandes glorias de la institución, llegó al Expreso en 1983, en la época que el entonces presidente Julio Alberto Vega, con su gran visión de futuro, había puesto toda su inteligencia y energía para convertir al semillero de la institución en la tercera pandilla de la historia, sólo comparable a la de las décadas del '40 y del '60.

El trabajo de Orlando Cipolla, Jorge Santilli y Osvaldo Camargo, entre otros, con su tarea educativa y formativa en las inferiores resultó decisivo para la promoción de esos nuevos valores como reconoció Zapata, que siempre asumió un rol protector de todos esos chicos a los que defendió y protegió con su personalidad de líder y de buen compañero.

Se recuerda además que el DT Eduardo Grispo solía repetir: "En Godoy Cruz se plantan zanahorias pero crecen jugadores".

"En Godoy Cruz me consolidé como futbolista y como ser humano. Además viví las satisfacciones más grandes de toda mi carrera con los títulos del Apertura 1987 y los anuales de 1989 y 1990. Disfruté de grandes momentos y de todas aquellas promesas a las que siempre les brindé mi apoyo y solidaridad y que con el tiempo se convirtieron en grandes protagonistas de la historia del club: De Luca, Lolich, Moya, García, Oldrá, Altamirano, Villalobos, Márquez, Bittler, López, Rubén y Osvaldo Almeida, Lentz, Maldonado, Yáñez, Iglesias, Abaurre, Vargas, Daine, Pereyra, Herrera, Quiroga, Ferro y Marcucci son algunos de los jóvenes que vi crecer en mis ocho temporadas en un club que tanto quiero y que me marcó para siempre. Con el apoyo del presidente Julio Vega y del entonces dirigente Francisco  Pitón pude tener mi casa propia en el Barrio Martín Güemes de Las Heras, donde resido actualmente.
 
(También el doctor Vega habló en 1988 con el secretario gremial del SUPE, Manuel Sánchez, para que pudiera ocupar  una de las cien vacantes entre mil postulantes para entrar a YPF). De manera especial recuerdo a los técnicos Carlos Montagnoli, que me llevó al Expreso, Alberto Garro y Pancho  Ontiveros, a los preparadores físicos Rolando García, Manolo Rodríguez y José Olguín, a los periodistas Juan Suraci y Tito Gione y amigos como Oyarce, el Gallego Muñoz, Aldo Bolado y Manucho Abt". El masajista Pocho Aciar  recordó: "En mis años de fútbol, Zapata fue el único jugador que conocí que jamás se vendó los tobillos".

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