Fingir es amar
Desde sus inicios el cine viene retratando el surgimiento de la inteligencia artificial y los conflictos que ese paso evolutivo provocaría en nuestra sociedad hecha de carne y deseos.
Desde el clásico “Metrópolis” hasta el tierno “Planeta prohibido” los robots siempre han estado ahí: psicóticos como H.A.L. de “2001 odisea en el espacio”, queriendo ser normales como “D.A.R.Y.L.”, siendo trans como los transformers, risibles como Russel Crowe asesino virtual de los 90, seductores como la chica de “Ciencia loca” o insoportables en su reflexividad como la Samantha de “Her”.
Un subgénero de estas películas se ambienta en sociedades donde los robots ya existen y son habituales servidores de los seres humanos, máquinas sin humanidad, como en “I.A.” de Kubrick / Spielberg y la trama se centra en el surgimiento del primer robot autoconsciente que se diferencia del resto, en “I.A” (basada en el genial cuento “Los superjuguetes duran todo el verano”) era un robot niño el primer autoconsciente y esto tenía que ver con su capacidad de sentimiento, había sido creado para reemplazar hijos muertos y su unicidad no estaba muy definida, probablemente estuviera relacionada con su capacidad para “sentir dolor”, eso lo distanciaba de las demás máquinas.
Algo parecido sucedía en “Yo, robot”, en una sociedad invadida por máquinas serviciales Soni era ezpezial y su misión era salvar a la humanidad de otra inteligencia artificial “mala” que a diferencia de Soni no poseía cuerpo.
“Chappie” (2015) (foto), la nueva película de Neill Blomkamp, transcurre también en una sociedad robotizada y narra el surgimiento de ese eslabón perdido entre la masa robótica obediente y automática y el próximo paso: la autoconciencia. Blomkamp, nacido en Johannesburgo, suele ambientar sus películas en esa ciudad de África, como hizo con su megahit “Distrito 9”, sobre una nave alienígena que aparece flotando en la ciudad; actualmente está en la preparación de la secuela “Distrito 10”.
Chappie es un robot que aprende como un niño, activado por un ambicioso programador que trabaja para una corporación maligna, cuando Chappie “nace” es como un cachorro temeroso e ignorante del mundo, víctima de una banda y un idiota, el pobre de Chappie no tiene muchas opciones para querer al mundo, y nosotros no tenemos muchas opciones para quererlo a él, ni a la historia.
La película plantea, en tono de comedia semi melancólica, la posibilidad de descargar conciencias humanas en circuitos electrónicos, solucionando así el problemita de la muerte. Algo muy parecido a lo que pasaba en “Chucky” o en “Trascendence” (2014) en que un herido Johnny Deep decidía trasvasar su conciencia a una computadora cuántica para evitarse la muerte.
Chappie no tardará en sentirse decepcionado del género humano y no tendrá piedad en su venganza.
La inteligencia artificial tiene cara de mujer
Otra película de 2015 que indaga sobre el tema de la autoconciencia de las inteligencias artificiales es "Ex machina" debut en la dirección del escritor Alex Garland, cuya novela "La Playa" fue adaptada por Danny Boyle y marcó el comienzo de una relación creativa que se extendió a Garland guionando "28 días después" y su secuela "28 semanas después", ambos se encuentran actualmente en la pre producción del cierre de la trilogía con "28 meses después".
“Ex machina” se focaliza en la creación del primer robot autoconsciente, la primera robot más bien, su creador elige que sea mujer porque sin géneros y sin sexo la vida le parece aburrida.
Uno de los méritos de la película es su corta duración, en un poco más de una hora la historia se cuenta perfectamente, además tiene lugar en un solo espacio y con tres actores protagonista encerrados.
Nathan es el creador de Ava, y la pregunta que se hace es: ¿cómo comprobar que su creación es autoconsciente?; ¿cómo comprobar si es capaz de atravesar exitosamente el famoso test de Turing? y ¿cómo sería ese test? A Nathan no le parece suficiente la empatía o la imitación perfecta del humano, a diferencia de Rick Deckard en “Blade Runner” el test de Turing que Nathan diseña es mucho más complejo y roza la lógica del reality show.
Es por eso que Nathan trae a su casa bunker a Caleb, un programador encargado de testear a Ava, un sujeto que no tarda en transformase en cobayo a pesar de sus intenciones.
Las interpretaciones que dispara la trama son múltiples: ¿es el amor la prueba máxima de la autoconciencia?, ¿es fingir amor para obtener algo la prueba máxima de autoconciencia? Nathan, que se manifiesta como una especie de Frankenstein de la era Google, controlador, genial y ubicuo, cree que la manipulación y la utilización de los recursos para salvarse es lo que nos hace humanos, y está dispuesto a comprobarlo.
Alex Garland tiene el mérito de construir una película pequeña, con una historia simple, llena de detalles y corta, que en épocas de películas pretenciosas y artísticas de dos horas y media, no es poco. Hay además un camino que está marcando, entre la distopia y la pequeña ciencia ficción, un espacio íntimo, muy divertido e interesante donde los efectos especiales por fin cumplen un rol narrativo y no protagónico de pura exposición.
Actualmente Alex se encuentra trabajando en la adaptación de “Annihilation” del norteamericano Jeff VanderMeer, una historia de expediciones que se pierden en áreas misteriosas, de escrituras mágicas o biológicas, de criaturas y bestias que hay que acariciar para comprender.