La desintegración de Irak y Siria está trastrocando un orden que se definió en el Oriente Medio desde hace un siglo. Es un acontecimiento de tremenda importancia, y Estados Unidos debe pensar con mucho cuidado en qué forma va a reaccionar.
Regresé de Irak apenas hace dos semanas y mi razonamiento se orienta por cinco principios, el primero de los cuales es que, en el Irak de hoy, el enemigo de mi enemigo es también enemigo mío. Aparte de los kurdos, Estados Unidos no tiene amigos en esta pelea. Los líderes sunnitas y chiítas que encabezan la guerra en Irak no tienen los valores estadounidenses.
Los yihadistas, los ex miembros del partido Baath (el partido dominante en la era de Saddam Hussein y que fue proscrito a la caída de éste) y los milicianos tribales que llevaron a cabo la toma de Mosul la semana pasada no son simpatizantes de un Irak democrático y pluralista, el único Irak que Estados Unidos tendría interés en ayudar. Y el primer ministro iraquí, el chiíta Nouri Al Maliki, también ha demostrado no ser amigo de un Irak democrático y pluralista.
Desde el principio aprovechó su lugar para instalar chiítas en los puestos clave del aparato de seguridad, para expulsar a los políticos y militares sunnitas y canalizar el dinero a las comunidades chiítas. En pocas palabras, Al Maliki ha actuado como un perfecto imbécil. Además de ser primer ministro, él mismo se nombró ministro interino de Finanzas, del Interior y asesor de seguridad nacional, y sus adláteres también controlan el Banco Central y el ministerio de Finanzas.
Al Maliki pudo elegir entre gobernar de manera sectaria o incluyente. Él optó por el sectarismo. Estados Unidos no le debe nada.
El segundo principio para mí se deriva de la pregunta más importante que debemos responder sobre la Primavera Árabe. ¿Por qué es que los dos países que están en mejores condiciones son aquellos en los que Estados Unidos tuvo menos que ver: Túnez y la región semiautónoma del Kurdistán iraquí?
La respuesta es que, aunque usted no lo crea, no todo es cuestión de lo que hace Estados Unidos y las decisiones que toma. Los árabes y los kurdos también tienen capacidad de decidir. Y la razón de que Túnez y Kurdistán hayan constituido oasis de decencia -todavía frágiles, es verdad- es porque las principales fuerzas políticas en contienda acabaron aceptando el principio de que no hubiera vencedores ni vencidos.
Los dos principales partidos rivales en Kurdistán no solo hicieron las paces sino que abrieron el camino a unas elecciones democráticas que llevaron al gobierno, por primera vez, a un partido de oposición que está en rápido ascenso y que manejó una plataforma contra la corrupción. Y Túnez, después de muchas batallas internas y baños de sangre, encontró la forma de equilibrar las aspiraciones de los laicos y los islamistas y éstos se pusieron de acuerdo en la Constitución más progresista en la historia del mundo árabe.
De ahí viene mi regla: el Oriente Medio solo nos pone una sonrisa en el rostro cuando empieza con sus propios habitantes, cuando éstos se hacen responsables de la reconciliación. Y, por favor, no me vengan con otra dosis de que es cuestión de a quién entrenan y arman los estadounidenses.
Sunnitas y chiítas no necesitan armas de Estados Unidos. Necesitan la verdad. Estamos en el siglo XXI y ellos siguen peleando por imponer al legítimo heredero del profeta Mahoma del siglo VII. Eso tiene que acabarse para que ellos y sus hijos puedan tener futuro.
Principio número tres: quizá Irán y el mañoso comandante de la fuerza Quds de los Guardias Revolucionarios, general Qaseem Suleimani, no son tan listos después de todo. Fue Irán el que armó a sus aliados chiítas iraquíes con las bombas especiales que mataron e hirieron a muchos soldados estadounidenses. Irán quería que Estados Unidos se fuera.
Fue Irán el que presionó a Al Maliki para que no firmara un acuerdo con Estados Unidos para darles a las tropas estadounidenses una base legal para quedarse en Irak. Irán quiere ser la potencia hegemónica regional. Pues bien, Suleimani, ésta va por ti. Ahora tus fuerzas están demasiado repartidas en Siria, Líbano e Irak, y las de Estados Unidos están de vuelta en casa. Que tengas un buen día.
Estados Unidos de todos modos quiere llegar a un acuerdo para impedir que Irán fabrique armas nucleares, por lo que debe tener cuidado con la ayuda que les dé a los enemigos sunnitas de los ayatolas. Pero ahora que Irán sigue estando bajo las sanciones internacionales y sus fuerzas y las del Hezbolá continúan luchando en Siria, Líbano e Irak, bueno, lo único que podemos decir es que la ventaja la tiene Estados Unidos.
Cuarto: el liderazgo es importante. Cuando estuve en Irak visité Kirkuk, ciudad que ha sido disputada por mucho tiempo entre kurdos, árabes y turcomanos. Cuando estuve ahí, hace cinco años, era una zona de guerra infernal. Esta vez, encontré caminos recién pavimentados, parques, una economía floreciente y un gobernador kurdo, Najimaldin Omar Karim, que fue reelegido en abril en una elección justa y que ganó más escaños gracias a los votos de los árabes y turcomanos minoritarios.
“Nos concentramos en mejorar los caminos, el tráfico, los hospitales y las escuelas”, en aumentar el abasto de electricidad, que era de unas cuantas horas al día, a casi 24 horas diarias, precisó Karim, neurocirujano que trabajó en Estados Unidos durante 33 años y en 2009 regresó a Irak. “La gente estaba harta de la política y del extremismo.
Nosotros nos ganamos la confianza y los buenos sentimientos de los árabes y los turcomanos. Ellos sienten que no discriminamos. Esta elección fue la primera que árabes y turcomanos votan por un kurdo”.
En medio del caos reciente, han tomado el pleno control militar de Kirkuk; y puedo decir lo siguiente: si Al Maliki hubiera gobernado a Irak como Karim gobierna Kirkuk, no tendríamos el caos actual. Con un buen liderazgo, el pueblo puede convivir.
Por último, si bien ninguno de los principales actores en Irak, aparte de los kurdos, están luchando por los valores estadounidenses, ¿hay alguien que luche por los intereses de Estados Unidos? Es decir, ¿por un Irak mínimamente estable que no represente una amenaza para los estadounidenses? ¿Y a quién podría ayudar Estados Unidos? Todavía no tengo claras las respuestas y, mientras no estén claras, yo tendría muchas reticencias para intervenir.
Por Thomas L. Friedman - Servicio de noticias The New York Times - © 2014