El mejor director que tuvo no (solamente) el tango, sino la Argentina” según la expresión de Horacio Ferrer. Su estilo está emparentado con los de Pedro Maffia, Pedro Láurenz y Ciriaco Ortiz. “Decareano” por herencia y tradición, su obra es un estuario donde convergen casi todas las corrientes musicales que lo anteceden, y un campo fértil donde germinó el tango de vanguardia en su más alta expresión.
Su orquesta fue un semillero de talentos, de músicos de avanzada (Astor Piazzolla, por ejemplo, se hizo a su lado), de arregladores descollantes, de cantores legendarios formados con y por él. Provisto de un delicado sentido del buen gusto, cultor de un estilo tan canyengue como refinado, supo deleitar a un público masivo sin descuidar jamás la línea evolucionista que lo conservará siempre entre los nombres consagrados de nuestra música. Es que el desarrollo musical de Aníbal Troilo puede tomarse como un caso emblemático y fiel de toda la evolución del tango. Acaso esa circunstancia justifique doblemente este homenaje.
Eligió a los mejores arregladores de su tiempo, entre los cuales se destacaron Argentino Galván, Astor Piazzolla, Héctor María Artola, Eduardo Rovira, Julián Plaza, Emilio Balcarce y Raúl Garello. Sin embargo y sin perjuicio de la libertad con la que trabajan – según señalaban sus músicos- él era el verdadero artífice de los arreglos (famosa era la goma de borrar con la que Pichuco preservaba el estilo de su orquesta, dando a sus arregladores, lecciones de sencillez y de belleza). Maestro de los silencios, de los matices, hizo del tango una liturgia pagana donde la revelación era un gesto: un entrecerrar de ojos que lo dejaba solo en medio del mundo… “o con todos, que es lo mismo”, confesó una vez.
Junto a Carlos Gardel, el pueblo argentino lo elevó con total justicia a la dimensión de mito. Su carisma, su alma bondadosa y querendona despertó, desde siempre y para siempre, un unánime y desmesurado sentimiento de amor. “Troilo fue una de esas personas que no se puede tratar sin quererlas, y por el cariño a Troilo muchos habrán amado también al tango”, dijo una vez, José Gobello.
Comienzos
La anécdota es conocida. A los 9 años en un picnic tuvo por primera vez un bandoneón en las rodillas. La atracción por ese misterioso instrumento fue definitiva. Le insistió a su mamá para que le comprara uno. Pagó 140 pesos de entonces, en 14 cuotas, pero luego de la cuarta, nunca nadie pasó a reclamarles el resto. Tomó seis meses de clases con un modesto profesor del barrio: Juan Amendolaro. A sus 11 años puso por primera vez un pie sobre un escenario: fue en el Petit Colon de Córdoba y Laprida. Tres años después integró una orquesta de señoritas, luego armó un trío con Miguel Nijensohn y Domingo Sapia, y un quinteto de corta vida.
En 1930, teniendo 16 años se incorpora al renombrado sexteto conducido por el violinista Elvino Vardaro y el pianista Osvaldo Pugliese. Presumimos que aquí conoció al destacado bandoneonista Ciriaco Ortiz, que tanto influiría sobre su forma de ejecutar el instrumento: ese fraseo que eriza la piel con dos notas. El segundo violín del conjunto era Alfredo Gobbi (hijo); es decir, a los 16 años ya había iniciado su carrera profesional de la mejor manera y entre verdaderos popes del tango. Lamentablemente de este sexteto no quedó ningún registro discográfico.
Preludio
Esta etapa de su carrera, anterior al debut de su orquesta típica, presenta algunas zonas oscuras de escasa documentación. Se sabe que por estos años Pichuco recaló fugazmente en la orquesta de Juan Maglio (“Pacho”), y a mediados de 1931 integra la orquesta “Los Provincianos” (donde también estaba tocando Ciriaco Ortiz). Se trataba de una formación orquestal organizada por el sello discográfico Víctor, para realizar grabaciones. Luego pasó también por corto tiempo (y a veces en forma simultánea) por varios conjuntos: la historia del tango no es (en realidad, ninguna historia) una línea cronológica recta, pareja e ininterrumpida. La historia de las orquestas típicas es un entramado de discontinuidades, rupturas, y simultaneidades que la hacen compleja y todavía más apasionante.
Pasó, decíamos, por diversos conjuntos. Entre éstos se destacan los nombres de Julio De Caro, Juan D'Arienzo, Angel D'Agostino, Irusta-Fugazot-Demare, Luis Petrucelli. También pasó por la Orquesta Típica Víctor, y formó parte del Cuarteto del 900, con el acordeonista Feliciano Brunelli, Elvino Vardaro y el flautista Enrique Bour.
El último peldaño en el empinado trayecto hacia el debut de su orquesta propia fue la orquesta gigante de Juan Carlos Cobián, en los carnavales de 1937.
Todo el mundo al Marabú
Quien haya pasado caminando por Maipú 359 la tarde del 1 de julio de 1937, habrá leído en la puerta de la boîte Marabú el siguiente letrero: «Hoy debut: Aníbal Troilo y su orquesta», y debajo: «Todo el mundo al Marabú / la boîte de más alto rango / donde Pichuco y su orquesta / harán bailar buenos tangos».
Veintidós años tenía cuando debutó con su orquesta. La formación era la siguiente: Troilo, Juan Miguel “Toto” Rodríguez y Alfredo Giannitelli (bandoneones); Reynaldo Nichele, José Stilman y Pedro Sapochnik (violines); Orlando Goñi (piano); Juan Fasio (contrabajo). (Durante ese año Nichele es remplazado por Hugo Baralis, después Nichele volverá a sumarse). Cantor: Francisco Fiorentino. Aquí empezaba otra historia.
Si bien suele decirse que la década del 40 (la “década de oro” del tango) comienza en 1935 con el debut de la orquesta de Juan D´Arienzo (este hecho marcó un resurgimiento del tango –especialmente el bailable- en un momento en el que parecía estar perdiendo algunos terrenos) lo cierto es que el debut de la orquesta de Pichuco, con la voz de “Fiore”, representan un hito definitivo en la historia del tango, y, musicalmente hablando, el verdadero anticipo de los años dorados.
Troilo y "Fiore"
Fiorentino fue, sin dudas, el arquetipo del cantor de orquesta, donde Troilo ensayará la fórmula con la que tratará a casi todos sus cantores: un delicado equilibrio entre el protagonismo – cuando corresponde- y la convicción de que la voz, por muy buena sea, es “un instrumento más de la orquesta”. Aquí no hay contradicción alguna. Con algunos modestos antecedentes, Troilo inventa la figura del “cantor estrella”, ya no el apagado estribillista que aparece, canta dos estrofas y desaparece, sino el “cantor- figura” que interpreta la letra íntegra, con introducción, puente y cierre por la orquesta, y que la gente terminará aclamando. Pero lo más importante seguirá siendo la orquesta. Fiorentino estaría con Troilo 7 años, hasta marzo de 1944.
La primera grabación es para el sello Odeón, el 7 de marzo de 1938, con los tangos "Comme il faut", de Eduardo Arolas, y "Tinta verde", de Agustín Bardi (las siguientes placas son de 1941 para el sello Víctor). Ese año se suma el violinista David Díaz (hermano del legendario contrabajista Kicho Díaz) una especie de padre para Pichuco, que estará con él prácticamente durante toda la vida de la orquesta. En 1939, se incorporó al elenco estable de Radio El Mundo, donde permanecerá 10 años. (Detalle curioso: se ha dicho que las primeras grabaciones, hasta 1943, fueron “aceleradas” mecánicamente por la Victor para hacerlas más atractivas para el baile. Es interesante observar cómo la orquesta con el tiempo se vuelve cada vez menos acompasada).
Piazzolla, Goñi y el dúo de vocalistas
Hacia 1940 ingresa a la orquesta un joven bandoneonista que había regresado de los Estados Unidos, era marplatense y se llamaba Astor Piazzolla. Los primeros arreglos del joven Astor ya denotaban por aquellos años, una visión de vanguardia. En cuanto a las voces, Fiorentino alterna con Amadeo Mandarino. Se trata de una práctica muy frecuente en Troilo (con algunos antecedentes pero sistematizada por él y seguida luego por numerosas orquestas): dos o tres cantores estables, cada uno con el repertorio que más se ajusta a su voz, a veces en dúos, otras, convocando a algún vocalista exclusivamente para grabar sin que forme parte de las presentaciones públicas de la orquesta.
Hablar de la primera etapa de la orquesta de Troilo es hablar, forzosa y felizmente del piano de Orlando Goñi. Sus concepciones estilísticas, su mano izquierda, su estilo compadrón, dejarán una fuertísima impronta sobre la orquesta. Explicaba el especialista Luis Adolfo Sierra refiriéndose a Goñi: “Creador de una forma distinta en la conducción del conjunto, más elástica en la marcación, con predominio de los bajos bordoneados, y sus inconfundibles notas sueltas en los graves”.
1943-44: un punto de inflexión
En este período se producen varios hechos significativos en la historia de su orquesta. En setiembre se va Orlando Goñi e ingresa en su lugar José Basso, quien va a permanecer en la orquesta hasta 1947.
Ingresa Alberto Marino, un tenor insuperable con reminiscencias del canto lírico y un registro de voz amplísimo. Durante un breve período alternó en la orquesta con Fiorentino, dejándonos algunas valiosas piezas cantadas a dúo. “Para recibir a Marino, (Troilo) hizo su orquesta más lírica, más llena de cuerdas…” analiza con total acierto, Ferrer.
Meses más tarde se retira de la orquesta Fiorentino (decide armar su propio grupo cuya dirección queda a cargo de Astor Piazzolla). A sugerencia de Alberto Marino ingresa Floreal Ruiz: sobrio y delicado cantor que deja 31 memorables registros junto a la orquesta de Pichuco.
Otro jalón en la historia de la orquesta es la incorporación de Argentino Galván, uno de los mejores arregladores que ha tenido la historia del tango. El arreglo para "Recuerdos de bohemia" (1945) fue sencillamente revolucionario, luego siguieron otras joyas invaluables. (Sentenció, Galván, en una oportunidad: "Se puede ejecutar admirablemente un instrumento sin saber música, pero si no se tienen profundos conocimientos musicales, no se puede hacer un arreglo").
Más músicos y nuevas voces
Recordemos que la orquesta comenzó con una formación de 3 bandoneones, 3 violines, piano y contrabajo. Al promediar la década la tendencia de Pichuco va a ser ampliar el conjunto sumando un bandoneón (y por momentos, dos) y aumentando la sección de cuerdas. Hacia fines de los 40 nos encontramos con una orquesta notablemente ampliada: 4 bandoneones (o 5, contando el de Fernando Tell que se incorpora), 4 violines, cello, viola, piano y contrabajo.
En julio de 1947 ingresa Carlos Figari en reemplazo de José Basso. Y poco después lo hace el cantor Edmundo Rivero quien alternará con Floreal Ruiz.
La década del 50 los encuentra con las voces de Edmundo Rivero, Aldo Calderón y Jorge Casal. En noviembre de 1950, comienza sus grabaciones para el sello TK (con 2 temas: “Para lucirse” y “Che bandoneón”); grabaciones que, lamentablemente, fueron muy deficientes. Sin embargo, la novedad vocal que dio el primer lustro de los 50 fue la incorporación de la voz de Raúl Berón.
En abril de 1953 Troilo estrena el sainete “El Patio de la Morocha” en el que presenta una orquesta numerosa: más de 30 músicos y 4 vocalistas. Sin embargo esta orquesta se creó especialmente para la puesta en escena del sainete y nada más. (Nombramos esta obra, atendiendo la novedad orquestal que trajo. La participación de Troilo en el cine y en el teatro, merecería un capítulo aparte).
La última novedad de 1954 fue el ingreso de Osvaldo Manzi al piano, en lugar de Figari.
Una nueva etapa
1955 es un año de escasa producción. La orquesta grabó muy poco y tuvo también muy pocas presentaciones en vivo y en la radio. En cambio, el 1956 abre una etapa de la renovación vocal de la orquesta. Para este año Pichuco cuenta con las voces de Jorge Casal y de Carlos Olmedo. Al año siguiente tenemos las voces de Ángel Cárdenas, Pablo Lozano y Roberto Goyeneche. Sin embargo, también existen testimonios de la orquesta con la voz de Edmundo Rivero durante estos años, esto se debe a que Troilo convocaba a este cantor solo para grabaciones.
En 1957 el piano vuelve a renovarse, y con él, la orquesta experimenta una transformación notoria. Ingresa el pianista Osvaldo Berlingieri. Hasta este momento, a pesar de las evidentes diferencias, se puede hablar de una línea pianística Goñi-Figari-Basso-Manzi. Con la incorporación de Berlingieri y luego con la de José Colángelo (en 1968) la orquesta –desde hace bastante ya menos acompasada-, se vuelve más “jazzeada” y el piano adquiere otro protagonismo.
Los años 60
Al año siguiente entra en el lugar de “Kicho” Díaz, el contrabajista Alcides Rossi. El cello está a cargo de José Bragato, y se incorpora un bandoneonista muy joven: Ernesto Baffa. La siguiente incorporación que juzgamos trascendental es la del maestro Raúl Garello a principios de los años 60, fiel discípulo de Troilo, acaso el último arreglador que tuvo la orquesta, bandoneonista de elevadísima altura. Por estos años Troilo graba también con Elba Berón.
En los 60 la orquesta cuenta con las voces de Roberto Goyeneche, Roberto Rufino; en 1964 hasta 1966, Nelly Vázquez y Tito Reyes. Desde 1967 en adelante, Tito Reyes y, sólo para grabar, Roberto Goyeneche.
Los videos disponibles en internet de la orquesta de Pichuco en televisión (donde canta Goyeneche y Tito Reyes), corresponden a actuaciones en Canal 7, durante el primer lustro de los 70. Finalmente, mencionamos a Roberto Achával como el último cantor que tuvo Troilo.
Son casi 485 registros discográficos de Aníbal Troilo, contando las 34 grabaciones de los cuartetos que dirigió (Cuarteto Troilo-Grela y Cuarteto Troilo) aunque se presume que hay otras que no llegaron al público.
Esto es lo que nos dejó, antes de que nos lo reclamaran del Otro Lado, así… genio, gordo y bueno, para siempre.
Los cuartetos
Mención aparte merecen los cuartetos. El legendario “Cuarteto Troilo-Grela” se formó en 1955, y lo hizo con la siguiente integración: Aníbal Troilo (bandoneón), Roberto Grela (guitarra), Edmundo Zaldívar (guitarrón) y Enrique Díaz (contrabajo). También desfilaron, años más tarde, por el conjunto: Ernesto Báez (en guitarrón), el contrabajista Eugenio Pro, Roberto Láinez (guitarra).
Ya sin Grela, el “Cuarteto Troilo” comenzó en 1968. Estaba integrado por Aníbal Troilo (bandoneón), Ubaldo de Lío –luego reemplazado por Aníbal Arias- (guitarra), Osvaldo Berlingieri —suplantado luego por José Colángelo— (piano), Rafael Del Bagno (contrabajo).