En esos tiempos nuestra provincia vivía momentos difíciles, debido a la crisis económica. Aún así, la ciudad estaba de pie con sus tiendas, cafés y cinemas, que disimulaban aquella miseria.
Eran momentos duros para gran parte de la sociedad. Mucha gente, en las calles, mendigaba para comer. Pero a pesar de todo, los mendocinos vivían esperanzados en que esos malos días pronto cesarían. Y así ocurrió.
Luces de mi ciudad
Aquella urbe mendocina progresaba en lo edilicio. Contaba con varias casas de dos pisos; algunas de ellas ya eran antisísmicas. Y varias calles estaban empedradas.
La avenida San Martín, prolijamente trazada, era el eje de la gran aldea cuyana. En el centro, además, se encontraban las vías por donde circulaban los tranvías eléctricos. Este transporte, inaugurado pocos años atrás, conectaba los departamentos de Las Heras y Godoy Cruz.
En cuanto a los vehículos, eran muy pocos los autos que circulaban por las calles.
Es imposible dejar de lado a distinguidos cafés como los “del Progreso” o “Colón” y, más hacia la Alameda, el café Puerto Rico, uno de los tostaderos más importante que tenía la ciudad.
Tampoco hay que olvidar las ferreterías y locales de máquinas agrícolas, como la firma Lanús y Alurralde, que vendía sus productos de avanzada tecnología para esa época. Ni a la legendaria “Ferretería Alsina”.
El cine era uno de los entretenimientos más populares. Las proyecciones se realizaban en diferentes cafés, como la confitería “Colón”.
Luego se establecieron salas: “La Perla”, “La Mascota”, a las que se sumó el cine “Centenario”. Todos competían trayendo las mejores películas para captar mayor público. De esta manera, el cine se transformó en uno de los pasatiempos favoritos de los mendocinos.
Había grandes tiendas como “A la Ciudad de Londres”; “El Barato Mendoza”, “El protector de los Pobres” y “La Gran Casa Colorada”. No podían faltar los más distinguidos negocios de ropa como Gath & Chaves y The Sportman.
Tiempos duros
El entonces gobernador Francisco Álvarez, quien había sido elegido en 1914 por el partido Popular, no podía revertir la crisis económica por la que atravesaba la provincia.
Los mendocinos no tenían trabajo, faltaba dinero. Todo era un caos. La moneda escaseaba y el gobierno tuvo que emitir bonos para paliar esta profunda depresión.
Muchas familias trabajadoras se refugiaron en varios conventillos que existían en la cuarta y en la sexta sección de Capital. La pobreza era tal que los chicos andaban en bandas por las calles, pidiendo o tratando de robar algo para comer.
En ese contexto, las “ollas populares” se instalaban en las esquinas. Acudían hombres, mujeres y niños que desfilaban con sus tachos o platos.
Irritada, parte de la población comenzó a molestarse con el gobernador, a quien apodaron “Pancho hambre”. El mandatario mendocino tuvo que enfrentar una de las revueltas más sangrientas, que se produjo el 25 de setiembre de 1917, donde se reprimió con energía a miles de manifestantes.
Este hecho desencadenó, días después, la renuncia del gobernador y la intervención de la provincia por el gobierno de Hipólito Yrigoyen, quien envió al interventor Eufrasio Loza.
A fines de ese año, nos visitó el “Zorzal” Carlos Gardel quien llenó con su voz la Alameda.