Muchos mendocinos están acostumbrados a 'sopar' un churro de Churrico en un chocolate caliente o acompañarlo con una bebida refrescante, pero pocos conocen la historia detrás de esta marca, que nació hace 49 años y se transformó en un ícono de Mendoza. Verdaderamente, la cronología de esta firma familiar podría llegar a las salas de cine: artistas internacionales y nacionales, personajes de la noche "menduca" y hasta una tragedia influenciaron de una u otra manera en el desarrollo de este producto a base de harina.
Eran los años 60 y la palabra "churro" apareció dos veces en la vida del palmirense César Agüero, cuando en nuestra provincia nadie sabía de qué se trataba, y la idea de traerlos a Mendoza se fijó en su inconsciente. Fue el famoso actor mexicano Mario Fortino Alfonso Moreno Reyes, más conocido como "Cantinflas", el que le habló por primera vez de este manjar.
César trabajaba como mozo en el hotel Palace, ubicado en calle Lavalle, de Capital, cuando en uno de sus turnos le tocó atender a "Cantinflas". El humorista quería comer churros, ya tradicionales en su país, pero había un problema: en estas tierras nadie los elaboraba. Esa noche, el mexicano le contó al mendocino sobre la tradición en tierras aztecas de desayunar churro con chocolate. Esta breve charla lo marcaría para siempre.
Pasaron algunos años y César abrió en Chacras de Coria un restaurante-boliche llamado "Estéreo", ubicado en una lateral de calle Besares, metros antes de Panamericana. En esa época, mediados de los 60, solo existían el bar de Agüero, "Aloha" y "Skecht" animaban la noche mendocina.
En sus visitas a la feria en busca de materia prima para su negocio, César se hace amigo de un vendedor de Lanús, Buenos Aires, don Roberto Marolla.
Marolla le vuelve a comentar al palmirense la inexistencia de churros en Mendoza. Pero esta vez, a diferencia de Cantinflas, va más allá. El bonaerense le ofrece hacerle de intermediario con dos primos suyos de Avellaneda, quienes tenían una fábrica de churros. César acepta, viaja y acuerda con estos fabricantes que él iba a montar su fábrica en Mendoza, y cuando esto sucediera, ellos vendrían a la provincia a enseñarle los secretos de la elaboración. Pero una tragedia truncaría los planes.
Motivado, Agüero consigue que un taller de Russell, en Maipú, le construyera una máquina "churrera". "Era automática y elaboraba 200 churros en pocos segundos", recuerda Julio Agüero, nieto de César. La fábrica estaba armada, solo restaba que llegaran esos primos de Avellaneda para comenzar con la producción. Sin embargo, días antes, la explosión de una caldera en Buenos Aires acaba con la vida de estos dos hombres.
"Mi abuelo se quedó con la fábrica lista pero no sabía cómo hacer churros", agrega Julio en diálogo con Los Andes. Pese a esto, en 1969 César le dio vida a "Churrico" y comenzó a producir en la fábrica de O'Brien al 100, en San José. "Al principio fue todo prueba y error hasta que logró el producto que él buscaba", asegura el nieto.
Ganar un mercado acaparado por las tortitas
El "churro menduco" ya estaba disponible. Ahora, había que lograr algo fundamental: imponerlo en un mercado monopolizado por la tortita. Pero ahora, César ya no estaba solo. Daniel Agüero, su hijo, se sumó a este emprendimiento y con 20 años se transformó en el primer distribuidor de la marca.
Pero nada de uniformes elegantes y camioneta ploteada, la misión de Daniel era llegar, con un canasto rebosante de churros, a la feria bien temprano, casi de noche, para primerear al tortero del lugar. Esto era de lunes a viernes, los fines de semana, se trasladaba hasta el boliche de su padre en Chacras, Estéreo, para esperar a los hambrientos trasnochadores.
Así, la marca Churrico comenzó a echar raíces en la provincia. Ya en 1973, casi obligado por sus clientes, César decide habilitar la atención al público en calle O'Brien. El desayuno con churros ya era una tradición, sobre todo para quienes salían de los boliches y cabarets de Mendoza. "Al local llegaban muchos artistas relacionados mayoritariamente con el folclore. Mi abuelo se hizo muy amigo de 'Los Chalchaleros', 'Los Trovadores de Cuyo' e infinidades de celebridades. Todas quedaron inmortalizadas en los manteles del negocio", resalta Julio Agüero.
Intento de expansión
En 1986, Daniel Agüero deja la distribución y se embarca en la apertura de un nuevo local, en calle Lavalle de Ciudad. La idea del hijo del fundador de la empresa era cubrir toda la franja horaria y contrarrestar la falta de venta de churros en verano. Por lo que anexa heladería y pizzería. Pero en 1998, agobiado por la crisis económicas y la suba desmedida de los intereses en los créditos, se ve obligado a cerrar el comercio en el Centro.
“Perdió autos, terrenos; fue una época muy mala”, recuerda Julio.
Tras esta mala experiencia, los Agüero se vuelven a enfocar en la venta directa y distribución de churros desde San José.
Comienza la tercera generación
Problemas de salud adelantaron el cambio de mando de esta empresa familiar. En 2001, César sufre un ACV y fallece ese mismo año. Por lo que Daniel decide abocarse a su cuidado y sus hijos quedan al frente de Churrico.
Julio, Laura, Luciana y Facundo, la tercera generación de los Agüero en el comercio, comienzan con su gestión. "En ese momento, hicimos un plan de trabajo, presentamos un proyecto en el Fondo para la Transformación para obtener un crédito. Con ese dinero, compramos la esquina y ampliamos el rubro a lo que es hoy: churros, donas, tortas, medialunas, alfajores, pizzas, empanadas, milanesas, sánguches de miga. Volvimos a lo que mi papá intento hacer en el 86: ocupar toda la franja horaria del día. Además, anexamos helados, que no son de fabricación propia, pero sí de alta calidad", cuenta Julio.
Cuando se le pregunta a Julio cuál es la fórmula para que un emprendimiento familiar se mantenga en el tiempo, él responde con claridad: “Tenemos la premisa que nos inculcaron mi abuelo y mi viejo: calidad y responsabilidad. Es verdad que muchas veces se complica, es el camino más largo, pero siguiendo estos principios se logran pasos más seguros”.
Evalúan expandirse con franquicias
En la actualidad, la fábrica de Churrico está en O'Brien y Alberdi (el espacio donde todo comenzó hoy es el estacionamiento para clientes). Por el momento los churros son distribuidos en el Gran Mendoza y San Rafael, aunque ya está en los planes de la familia expandir el negocio con franquicias y ampliar la distribución a provincias vecinas.
Churrico produce unas 1.000 docenas por día de churros, 400 de medialunas y 500 de tortitas. Esto es elaborado por los 40 empleados que integran la planta permanente en la fábrica. Además de los tres trabajadores que conforman el sector venta y distribución en San José y de los 15 distribuidores, aunque estos últimos están tercerizados.
“Todos somos fanáticos del churro. Cuando vamos de vacaciones paramos en cada lugar que los venden para probar las distintas variedades. Específicamente, con nuestro producto buscamos un churro seco, en cuanto a la absorción de aceite, y que mantenga la crocancia”, asegura Julio.
Hay dos mitos que rodean al churro: que solo se come en invierno y que son muy 'pesados'. Sobre esto Julio asegura que las nuevas generaciones ya tienen incorporado el consumo durante todo el año, aunque obviamente la temporada alta es en invierno, y que lo piden con un licuado o una gaseosa, desarmando el "matrimonio" churro-chocolate incentivado en sus comienzos.
Respecto al segundo, el entrevistado confiesa que no es un producto light, aunque es "más saludable que una tortita o factura. La tortita tiene 40% de grasa y el churro no llega al 5%", concluye Julio Agüero.