Por Néstor Sampirisi - nsampirisi@losandes.com.ar
Ya en los años ’70, Simón Kuznets aseguraba que en el mundo hay cuatro tipos de países: los desarrollados (el denominado Primer Mundo), los subdesarrollados (pertenecientes al Tercer Mundo), Japón (que nadie entiende cómo puede ser del Primer Mundo) y la Argentina (que nadie entiende por qué es del Tercer Mundo). Hay que decir que Kuznets no era humorista sino Premio Nobel de Economía por sus estudios sobre el desarrollo económico de las naciones.
Con el tiempo aquella definición se transformó en una especie de “humorada” autoflagelante sobre la incapacidad de los argentinos para progresar y generar y distribuir riqueza. A la luz de lo ocurrido, por lo menos en los últimos 45 años, lejos de la “humorada”, quizás haya llegado la hora de tomarse muy en serio nuestra responsabilidad individual en ese estado de cosas.
Desde afuera parece verse con claridad. El ex presidente de Uruguay Julio María Sanguinetti rescata en un artículo publicado en el diario El País, de Madrid, en plena crisis de 2002, una frase que dejó Cantinflas, aquel inmenso actor mexicano, en una visita a lo que llama una sorprendente Argentina “compuesta por millones de habitantes que quieren hundirla pero no lo logran”.
Viveza criolla, falta de apego a la ley y desafío a cualquier tipo de autoridad son rasgos predominantes de nuestra sociedad. Síntomas de una suerte de eterna adolescencia social. Esa incapacidad para aprender de los errores, para generar un proyecto de largo plazo y una rebeldía pueril e inconducente han tenido costos altísimos.
El documento que el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) dio a conocer a fin de la semana pasada lo traduce de manera irreprochable. Y en el diagnóstico hay palos para todos.
Primero, apunta contra los males que dejó el gobierno de Cristina de Kirchner: cinco años de estancamiento de la inversión y el crecimiento, generalizado desorden macroeconómico, insostenible déficit fiscal y desgastante proceso inflacionario.
Después, reseña las estrategias de la administración de Mauricio Macri para corregir esta situación y reconoce las medidas de asistencia social que ha tomado. Pero también advierte sobre los dolores que trae esta corrección, sobre todo a los sectores más desposeídos. En ese punto revela que desde que Cambiemos asumió el poder se incrementó en 1,5 millón de personas la cifra de pobres, fundamentalmente pertenecientes al sector medio bajo que carece de empleo formal.
Los datos de la UCA son concluyentes: a diciembre pasado, 6% de la población argentina estaba en indigencia extrema; entre 25 y 29% sufría pobreza por ingresos; y 48% de los hogares urbanos (es decir 54% de la población) estaba afectado por alguna de las formas que adopta la pobreza estructural: inseguridad alimentaria, tenencia irregular o vivienda precaria, falta de acceso a la red de agua corriente, padecimiento de enfermedades crónicas sin cobertura médica, exclusión de la seguridad social o exclusión educativa.
Además, este informe oficial de la Iglesia indica que 47% de los ocupados no está afiliado a la seguridad social, 25% de la fuerza de trabajo está desocupada o tiene trabajos de indigencia y 30% de los hogares necesita recibir algún programa social de subsistencia.
Aclara que este cuadro es el resultado de la acumulación de varias décadas de desaciertos y omisiones de las dirigencias política, empresaria y sindical.
Esta semana, Los Andes publicó un dato que aporta Cáritas y que marca la temperatura de la situación económica-social en Mendoza: en los primeros cinco meses del año se sumaron 4.500 familas a las 30 mil que la entidad asistía en la provincia hasta fines de 2015, sin contar a los departamentos del Sur (San Rafael, General Alvear y Malargüe) que pertenecen a la diócesis de San Rafael.
Nada de chistes, nada para reírse. Detrás de cada cifra hay personas de carne y hueso cuyos destinos naufragan por culpa de la incompetencia, la irresponsabilidad y la corrupción recurrentes de las élites dirigenciales.
“La Argentina no desapareció. Se hundió por el peso de las bolas de la gente. Eso pesa”, dice Daniel Rabinovich caracterizado como Dan Nenetko, supuesto biógrafo de Tato Bores, en aquella genialidad que fue “La Argentina de Tato”. Un especial de siete episodios emitido en 1999 que en tono futurista relataba una supuesta investigación del arqueólogo Helmut Strasse (Tato), quien trataba de dilucidar si realmente había existido un país llamado Argentina.
De la genialidad de Tato y sus guionistas no queda ninguna duda. Como tampoco, al menos en lo personal, dudo de que la vigencia de sus monólogos y temáticas traduce, ni más ni menos, que la verdadera tragedia argentina. Tato, al igual que Quino con Mafalda y los tangos de Discépolo, describieron la época que les tocó vivir. Ahora, “el que no llora no mama y el que no afana es un gil”, ¿a qué época corresponde?
Con seguridad a esta Argentina adolescente que se resiste a madurar y persiste en los berrinches de una permanente edad del pavo.