Chipo Céspedes, el señor de los caballos

El refinado artista mendocino falleció en la madrugada de ayer. Aquí, repasamos algunas instancias de su obra y su forma de ver el mundo.

Chipo Céspedes, el señor de los caballos

Federico Ignacio Céspedes, "Chipo", pertenece a una generación de mendocinos que dieron una fisonomía propia al arte de esta región región, y entre los que se cuentan Orlando Pardo, Carlos Alonso, Enrique Sobisch y Joaquín Lavado (Quino). Formado en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Cuyo con maestros de dibujo europeo de la talla de Sergio Sergi y Víctor Delhez, Céspedes frecuentó también los talleres de pintura de Roberto Cascarini, Fidel De Lucía, Francisco Bernareggi y Ramón Gómez Cornet.

Multifacético, Chipo cultivó todas las técnicas: dibujo al carbón y a pluma, escultura en terracota policromada, pintura, batik, esculturas en hierro, cemento y cerámica; ilustraciones, carteles, afiches, escenografías de Vendimia y numerosos trabajos monumentales. El que más recordamos es el Toro de Giol pero también están el homenaje a Malvinas, el Cristo de los Cerros, San Francisco de Asís, El Ángel de la Guerra, Llamando a las Deidades, los leones del Dalvian, etc. Pero lo más habitual, lo de todos los días, era el dibujo y la escultura. "El arte es una manifestación del alma que surge de momentos anímicos y cuyo lenguaje universal dialoga con el espíritu humano. Lo mismo que el color, que es la descomposición de la luz cromática en combinación que muy pocos pueden lograr. La pintura ni se enseña ni se aprende; se trae consigo, está en los cromosomas heredados de nuestros ancestros, del inconmensurable universo", decía.

Chipo supo contar, en múltiples notas en este diario, que sus inclinaciones artísticas comenzaron a los ocho años cuando, postrado a causa de una escarlatina, se puso a dibujar y sintió que "Dios le guiaba la mano". Después estudió con Sergio Sergi, De Lucía, Víctor Delhez y Lorenzo Domínguez, y fue condiscípulo de Carlos Alonso, Joaquín Lavado, Enrique Sobisch y Orlando Pardo.

En 1947, ingresó en los talleres de Escultura del afamado artista chileno Lorenzo Domínguez y allí descubrió lo que sería su mayor pasión: el modelado.

Sus dibujos y esculturas han merecido numerosas distinciones. Fue invitado por las embajadas de España en Chile y Brasil para exponer en 1958 y 1960. A fines de los ‘60, Chipo dibujó imágenes de “Una excursión a los indios ranqueles”, el clásico de Lucio V.Mansilla; entre muchas otras piezas distintivas de su trazo. Sus obras figuran en museos y colecciones particulares.

Se animó a la escenografía y la plasmó en la Vendimia 1961 y también al diseño con los afiches nacionales de las Vendimias 1966, 1969 y 1979. Sus murales figuran en varios edificios del Estado y particulares. Fue distinguido con la publicación de sus obras de escultura en los libros del Centro de Medios Audiovisuales que auspicia el Fondo Nacional de las Artes.

En 1991, realizó trece frisos para el Teatro Independencia, que fueron restaurados y vueltos a colocar en el cielorraso de la sala mayor durante 2008. A la mano de Céspedes también le pertenece la autoría de la imponente araña del Teatro que tiene tres metros de diámetro. En esos murales está su poética, su sello vivo y actual.

Le gustaba charlar y recordar sus antepasados estancieros, de donde decía haber sacado la destreza para dibujar caballos. Pero su pasión se derramó también en los territorios de la música, la arquería, las motos y los autos.

Su casa y su taller, están llenos de objetos que ponen de manifiesto las heterogéneas aficiones de Chipo. Un piano de cola, varios clarinetes, un saxofón, una lujosa montura, una colección de pequeños automóviles Mercedes Benz -que incluye el modelo que solía usar Hitler-, una impresionante colección de discos de jazz; y más. Entre aquellos tesoros, que alguna vez nos mostró y lo pintaban de cuerpo entero, hay telegramas y una foto autografiada de Oscar Peterson, con quien él supo entablar una amistad epistolar por varios años.

“No hay quién dibuje caballos como yo. No porque sea bueno, sino porque yo soy la reencarnación de un caballo. Pero dibujo de todo”, supo decirnos en una de las tantas charlas que nos brindó generoso. “El fuerte mío es la figura humana y me siento cómodo en las dos cosas, en el dibujo y en la escultura. Claro que la trascendencia y profundidad que tiene la escultura no la tiene el dibujo”, comentaba.

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