¿Recuerda usted, amigo lector, el inusitado crecimiento del Gigante Asiático cuando la expresión “crecer a tasas chinas” se había convertido en una expresión propia de lenguaje económico internacional?
El ex Celeste Imperio, cerrado al mundo durante siglos, abrió sus puertas a la radicación de inversiones extranjeras directas y a una acelerada industrialización de la mano del más pragmático de sus gobernantes Deng Xiaoping.
Éste pertenecía a la vieja guardia y junto con Mao protagonizaron lo que se llamó “La Larga Marcha”.
Hábil estratega militar derrotó al ejército de Chiang Kai-shek, obligándolo a refugiarse en la isla de Formosa, actual Taiwán.
Al asumir la presidencia de China en 1978, luego de la muerte de Mao Tse Tung, inició lo que Fanjul denomina “La Revolución dentro de la Revolución”.
Este cambio, verdaderamente revolucionario convirtió, al Dragón asiático, en una de las economías más desarrolladas y florecientes de Asia Oriental y del mundo.
Pasó a ser la segunda potencia económica del globo y a fines de 2013 desplazó a los Estados Unidos, ocupando desde entonces la primacía en el comercio mundial.
Carga eso sí con la pesada mochila de más de 1.300 millones de bocas que alimentar, pese a las más rígidas medidas de contención demográfica que se hayan implementado jamás.
La más dura de estas medidas y que generó mayor resistencia, en especial en las áreas rurales, fue la que limitaba a un solo hijo por matrimonio.
Este rechazo e incumplimiento, pese a las severas sanciones que conllevaba su no acatamiento, terminó por flexibilizar la norma.
El acertado pragmatismo de Deng se refleja en su conocida frase: “¡Qué importa si el gato es blanco o negro con tal que cace ratones”!
Y vaya si engulló roedores en su casi 40 años de vigencia, a tal punto que tuvo que buscar en otras partes del mundo los alimentos y los recursos necesarios, para mantener su vasta población y su extraordinaria actividad industrial. De allí su “invasión silenciosa”, acertado término usado por Diego Guelar, para referirse a su actividad de inversiones, comercio y neocolonialismo que desarrolla en África y en América Latina.
China consume el 12% de la producción mundial de petróleo, y crecerá a un 35% a mediados de la década de 2030.
Es la principal acreedora de los EEUU y también de Japón.
Hace poco compró una enorme cantidad de bonos del tesoro japonés, una valiosa adquisición desde el punto de vista financiero y estratégico.
Dice el periodista de Le Monde, Brice Pedroletti: “Los chinos ineludibles, ambiciosos y con los bolsillos llenos, parecen estar en todas partes”.
China, a quien se le impuso por la fuerza el comercio del opio, a mediados del siglo XIX alcanzó, en 2014, el primer lugar en el destino de las inversiones extranjeras directas (IED).
Además, en los últimos 10 años ha diversificado los países con los que mantiene intercambio, pasando de las economías más desarrolladas (64%) en 1999 a no más del 45% en 2009.
Las importaciones de China se han incrementado velozmente en África y en América Latina, elevándose desde un módico 3% al 14,4% en el primer caso, y en nuestro subcontinente las compras desde China han crecido desde un insignificante 1,5% a 12,4%.
Esto como consecuencia de la “invasión silenciosa” en ambos lugares.
A su vez, las tasas de crecimiento de la gigantesca economía china han experimentado una fuerte baja en el primer semestre de 2015, contrayéndose -con motivo del fuerte frenazo- de los dos dígitos a que nos tenía acostumbrados, a un 7%, la más baja en los últimos 24 años.
Para cualquier país del mundo dicho guarismo constituiría un excelente logro, pero no para la primera potencia asiática.
¿Se estará desinflando el globo chino?
¿Tendrán razón aquellos que hablaban de un gigante con pies de barro?
Cabe apuntar que esta caída no es algo atinente sólo a China, sino que se da en un contexto global de desaceleración.
Pero hay razones propias de la potencia regional, tales como estancamiento de las inversiones en infraestructura, descenso en las tasas de crecimiento, su economía ha sufrido reiteradas burbujas especulativas, exceso de capacidad industrial, créditos bancarios dudosos, etc.
Esto, por supuesto sumado al continuo crecimiento de los salarios (por encima de los niveles de aumento de la productividad), incremento del costo de la producción china, el novedoso fenómeno de las huelgas en el sector automovilístico en la provincia de Guangdong, el desequilibrio regional, las migraciones internas, el pesado lastre demográfico, etc.
En materia de intercambios, que a fines del siglo XX afecta al “taller del mundo”, se dio en el rubro exportaciones, que cayeron un 6% en sólo un mes: julio de 2015.
En agosto la potencia asiática devaluó el renminbi un 4%.
Esta maniobra financiera quizá ha tenido el propósito de mejorar sus ventas, en un escenario global de retracción económica.