El acuerdo sanitario con China, que libera la exportación de carne vacuna fresca y con hueso, es un acontecimiento de enorme trascendencia. Corona, en primer lugar, una excelente gestión oficial. En particular los funcionarios del Senasa y del Ministerio de Agroindustria. Y también el embajador Diego Guelar, quien corona su vieja pasión por la diplomacia barbacoa. Todos recuerdan sus asados de la “smiling cow” durante su paso por la embajada argentina en Washington, veinte años atrás, cuando la Argentina gestionaba el ingreso de la carne vacuna.
Si nos atenemos a los números que muestra la foto de hoy, el tema parece de relevancia secundaria. Las importaciones chinas de carne vacuna “apenas” alcanzaron los 3.000 millones de dólares. Es menos del 10% de lo que importan, por ejemplo, de soja. Pero veamos la película.
Hace exactamente 20 años, viajamos a la República Popular con Jorge Castro, hoy columnista de Clarín, que en aquel momento se desempeñaba como secretario Estratégico del Gobierno nacional. Tanto Jorge como yo estábamos convencidos de que el desarrollo económico-social de China iba a generar una gran oportunidad para la Argentina.
Ya lo había anticipado Lester Brown en su “Who will feed China?” (¿Quién va a alimentar a China?), que acababa de publicarse. Su tesis era que la transición dietética que inexorablemente acompaña a los procesos de crecimiento, iba a obligarlos a importar grandes cantidades de granos forrajeros y soja. Son los insumos necesarios para producir todo bicho que camina y va a parar al asador.
En aquel momento, recién estaba llegando al mercado la primera oleada de la soja RR. Sabíamos que se venía un aluvión. Estábamos estancados en las 15 millones de toneladas, pero ahora se facilitaría la expansión del área y el cultivo en escala, con la siembra directa y el glifosato. La gran pregunta era si tendríamos mercado. China era una quimera: de allí es oriunda la soja y hasta el momento se autoabastecían.
La respuesta fue contundente: “No vamos a importar nada”.
Al año siguiente, compraron 3 millones de toneladas… En 2000 ya importaban 10 millones. El resto es conocido: hoy van por las 100. Necesitaban la fuente de proteína vegetal, para convertirla en proteína animal. Hábitos occidentales. De todo, desde cerdos hasta pescado. Toda clase de aves y, más recientemente, incorporaron la leche.
En el camino, fueron avanzando en todos los frentes. Varios hitos resonantes: Cofco compra dos grandes operaciones logísticas de soja (Noble y Nidera). ChemChina compra Syngenta y entra en el negocio “up river” como proveedor global de tecnología agrícola.
Y corriente abajo, se hacen de Smithfield, la mayor corporación de cerdos de los Estados Unidos, en una sonada adquisición que requirió la aprobación del Congreso. Pusieron 6 mil millones de dólares y fue la mayor compra de una compañía estadounidense por parte de los chinos.
Hace tres o cuatro años, arrancaron con la carne vacuna. Algo ya importaban, pero vía Hong Kong. Fueron largándose. Australia. En la región, Uruguay hizo punta, gracias a su prolijo sistema de trazabilidad y excelente gestión sanitaria. Han construido una gran imagen. Ahora tienen también listo el mercado de Japón. El frigorífico más moderno, BPU, fue recientemente adquirido por Nippon Food, un gigante alimenticio japonés.
Ahora, la mesa está servida. La ganadería, se dice, es el negocio del eterno futuro. Mientras algunos productores relevantes muestran su preocupación por el avance de la carne artificial, el mercado chino les marca un horizonte diferente. Pero es también un desafío mayor.
Entre aquí y ese horizonte, hay una cadena oxidada. Todos saben que hay que cambiar, y ya, porque el tren está pasando. Y los contrarios también juegan.