China, carbón, clima

China, carbón, clima

Resulta fácil mostrarse cínico con respecto a reuniones cumbre. Con frecuencia son tan solo oportunidades fotográficas, y las fotos de la reunión más reciente de Cooperación Económica Asia-Pacífico, que presentó a los líderes guardando un notable parecido con el elenco de “Star Trek”, fueron particularmente dignas de un escalofrío. En el mejor de los casos -casi siempre- son solo ocasiones para anunciar formalmente acuerdos que ya fueron resueltos por funcionarios de nivel inferior.

Pero, de vez en cuando, surge algo en verdad importante. Y esta es una de esas veces: el acuerdo entre China y Estados Unidos sobre emisiones de carbón es, de hecho, algo de suma importancia.

Para entender la razón, en primer lugar debemos entender a fondo la defensa que intereses de combustibles fósiles y sus leales sirvientes -que incluyen actualmente a todo el Partido Republicano de EEUU- han erigido en contra de cualquier acción para salvar al planeta.

La primera línea defensiva es la negación: no hay cambio climático, es un engaño concebido por una cábala, incluyendo a miles de científicos por todo el mundo. Con lo grotesco que es eso, esta perspectiva tiene poderosos adherentes, incluido el senador James Inhofe, quien pronto encabezará el Comité del Ambiente y Obras Públicas del Senado. De hecho, algunos funcionarios electos han hecho todo lo que pueden por ir en pos de cacerías de brujas en contra de científicos del clima.

De cualquier forma, como cuestión política, los ataques a científicos han limitado la efectividad. Eso cae bien en el Tea Party, pero para la población general -incluso para republicanos no pertenecientes al Tea Party- eso suena como una loca teoría de conspiración, porque lo es.

La segunda línea defensiva tiene que ver con la táctica del susto económico: Cualquier intento por limitar emisiones destruirá empleos y pondrá fin al crecimiento. Este argumento yace extrañamente con la fe usual de la derecha en los mercados; se supone que debemos creer que los negocios pueden trascender cualquier problema, adaptarse e innovar en torno a cualquier límite, pero se marchitaría y moriría si la política le pusiera precio al carbono.

Como sea, lo que es malo para los hermanos Koch debe ser malo para Estados Unidos, ¿cierto?

Sin embargo, al igual que alegatos de una vasta conspiración de científicos, el argumento del desastre económico ha limitado la tracción más allá de la base de la derecha política. Líderes republicanos pudieran hablar de una “guerra al carbón” como si esto fuera de manera evidente un ataque a los valores estadounidenses, pero la realidad es que la industria del carbón da empleo a muy poca gente. La verdadera guerra en contra del carbón, o cuando menos en contra de los mineros del carbón, fue librada por la minería a cielo abierto y el gas natural, y terminó largo tiempo atrás. Además, la protección ambiental es bastante popular en la Nación en general.

Lo cual nos lleva a la última línea de defensa, alegato en el sentido que Estados Unidos no puede hacer nada con respecto al calentamiento global, porque otros países, China en particular, simplemente seguirán emitiendo gases de invernadero. Este es un argumento estándar en centros de análisis estratégico como el Instituto Cato y entre comentaristas conservadores. Siendo imparcial, cualquiera que proponga acción climática sí tiene que explicar cómo podemos lidiar con el problema de “polizones” de países que se niegan a contener emisiones.

Ahora bien, ya está lista una buena respuesta: “aranceles al carbono” impuestos contra las exportaciones de países que se nieguen a sumarse al esfuerzo con miras a limitar emisiones. Este tipo de aranceles probablemente ni siquiera requerirían de cambio alguno en la ley de comercio existente, amén que suministraría a quienes se resisten un poderoso incentivo para unirse al programa. De cualquier forma, hasta ahora, la sugerencia de que China pudiera ser inducida a participar en protección climática era especulación informada en el mejor de los casos.

Sin embargo, ahora lo sabemos directamente de la fuente: China ha declarado su intención de limitar emisiones de carbono.
Lo sé, lo sé. El lenguaje es un tanto vago y los niveles de emisiones por alcanzar son mucho más altos de lo que quieren expertos ambientales. De hecho, incluso si el trato fuera trabajar exactamente como se declaró, el planeta experimentaría un aumento en temperaturas sumamente nocivo.

Pero, consideremos la situación. Estados Unidos no es exactamente el socio negociador más confiable en lo concerniente a estos temas, con “negacionistas” del clima controlando el Congreso y la única perspectiva de acción en el futuro cercano, y quizá durante muchos años, viniendo de órdenes ejecutivas. (Eso sin mencionar la posibilidad de que el próximo presidente bien pudiera ser un anti ambientalista que pudiera revertir todo lo que el presidente Barack Obama haga.)

En el ínterin, la dirigencia de China tiene que lidiar con sus propios nacionalistas, quienes aborrecen cualquier sugerencia de que la superpotencia que acaba de ascender pudiera estar dejando que Occidente dicte sus políticas. Así que, lo que estamos recibiendo aquí es más una declaración de principios que la forma de una política próxima. Sin embargo, el principio que se acaba de establecer es de suma importancia. Hasta ahora, aquellos de nosotros que argumentamos que China podría ser inducida a sumarse a un acuerdo internacional del clima estábamos especulando.

Ahora tenemos las palabras chinas en el sentido que, de hecho, ellos están dispuestos a negociar; y los oponentes de la acción tienen que alegar que ellos no hablan realmente en serio.

Sobra decir que no preveo que los sospechosos usuales concedan que una importante parte del argumento antiambientalista acaba de colapsar. Pero así fue. Fue una buena semana para el planeta.

Por Paul Krugman - Servicio de noticias de The New York Times - © 2014

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