Las populares machas chilenas están en peligro. Protagonista de uno de los platos estrella de la cocina local, se ha decretado la veda sobre este molusco en gran parte del país para frenar la sobreexplotación que amenaza su supervivencia.
En una rústica caleta de pescadores o un distinguido restaurante de Santiago, las machas a la parmesana son uno de los platillos preferidos de los comensales, que se deleitan con las lenguas del molusco sumergidas en queso derretido.
Pero su popularidad es una amenaza para este marisco.
En un intento de detener su sobreexplotación, las autoridades chilenas aplicaron una veda selectiva, poniendo en práctica, además, planes de manejo sustentable en bancos de arena que cobijan al molusco.
Desde agosto y por cinco años, la extracción de machas de las playas de las regiones centrales de Valparaíso, O'Higgins y el Maule debe ser selectiva, permitiéndose sólo en zonas que cumplen planes de manejo y asegurando la recuperación de decenas de bancos arrasados por la extracción masiva.
Más al norte, la caleta de pescadores San Pedro, ubicada en La Serena, capital de la región de Coquimbo, marca el camino a seguir.
"Las machas en Chile son un recurso que está prácticamente agotado a excepción de esta área de manejo, en la cual se han cuidado durante años", cuenta Franklin Zepeda, presidente de la gremial de pescadores de San Pedro.
Frente a un imponente banco de machas en la bahía de Coquimbo, cobijado por el bravo océano Pacifico, Zepeda explica con orgullo cómo un detallado plan permite que 175 recolectores, incluidas 50 mujeres, lleven a su casa el sustento gracias a la extracción continua del marisco.
Hay una cuota de extracción y cada familia puede sacar solo lo que está vendido de antemano. Eso ha permitido recuperar el banco, y elevar los precios, transformando a las machas en un plato codiciado.
Con una cuota anual de unas 1.000 toneladas, la asociación sigue a rajatabla los consejos de expertos, devolviendo al mar cualquier ejemplar con tamaño menor a seis centímetros.
Esfuerzo, clave del éxito
Cada día, una decena de mujeres "macheras" se lanzan a la rompiente en busca de su botín. También grupos de hombres se sumergen en el agua y salen con su valiosa cosecha, desafiando viento y mareas.
"Tengo 53 años y desde los diez estoy sacando machas. El empeño que cada persona le ponga hace un buen trabajador", dice Luis Castillo, a segundos de tirar sobre la arena una red repleta.
La técnica es ancestral y rudimentaria, por eso la clave de un buen machero es la experiencia. También la valentía para enfrentarse, en invierno, a las gélidas aguas del Pacífico.
Anclados a la arena, con un pesado cinturón de plomo, los macheros desafían el oleaje para desenterrar con sus manos las machas que identificaron con sus pies descalzos.
"El extractor de machas tiene que tener buen estado físico para poder soportar el rigor. Se colocan un peso de más de 20 kilos de plomo para poder soportar el oleaje, que no los mueva el mar, significa mucho esfuerzo", describe Zepeda.
Además del trabajo de recolección, la asociación de pescadores de San Pedro fundó un centro de producción, donde procesan las machas, y una cooperativa que sirve suculentos platos al costado del mar, incluidas las machas a la parmesana.
Recurso agotable
Las machas viven en la orilla del océano, desde el sur de Perú hasta la chilena isla de Chiloé. Entre 1997 y 1998 sucumbieron al fenómeno de El Niño -que aumenta la temperatura del Pacífico-, pero en los años siguientes se recuperaron para abastecer al mercado interno y la exportación.
Para el doctor en Biología Jaime Agusto, de la Universidad Católica del Norte, la extracción no regulada es una amenaza.
"Si tenemos mucha intervención en la costa, probablemente no vamos a perder solamente machas, sino que vamos a perder otros recursos", acotó.
El especialista, que participa del plan de manejo de la caleta San Pedro, dice que las vedas son complicadas de implementar, porque el pescador artesanal va a sacar lo que necesita para sobrevivir.
En ese contexto, señala que lo más beneficioso es regular para tener registros de la gente que trabaja siempre en la macha y evitar que, cuando el recurso esté en plena capacidad, beneficie a quienes no son macheros tradicionales.