Ciertamente, descubrir balnearios en la costa de Chile tiene mucho de aventurero y tanto más de placentero. Esto si contamos con un auto (aunque se puede hacer perfectamente en los buses) y un mapa de rutas que se acomode a nuestros caprichos. Aunque siempre lo mejor, es dejarse llevar sin demasiada planificación para que el paisaje nuevo que aparezca frente a nuestros ojos exalte la experiencia. Eso sí, con una nevera recargada de bebidas.
Para aquellos visitantes que no conocen más allá de Reñaca y alrededores, un día es suficiente para hacer un picnic por varias localidades muy diferentes entre sí: Cau Cau, Caleta Horcón, Maitencillo, Zapallar y Papudo, rumbo al norte, conocida como "La Ruta del Corsario" (si se sale temprano, es muy probable que se alcancen a conocer todas ellas en un mismo itinerario).
Para hacerlo sin ansiedades, conviene viajar un día de semana para esquivar las multitudes, el carreteo y las largas colas de vehículos que se arman el fin de semana en los accesos a la costa. Tal es el caso de Maitencillo, hay que armarse de más paciencia y librar al azar el tiempo de regreso.
Ruta del corsario
Cau Cau (gaviota grande en mapuche) y Caleta Horcón están una al lado de la otra y sin embargo son radicalmente diferentes y se llega a ellas pasando la gigantesca zona industrial de Quintero, tomando el desvío de la ruta F30 Este.
Luego de varios kilómetros poblados de las casas de madera típicas de los pueblos marítimos trasandinos, y antes de Caleta, hay un desvío hacia la izquierda que lleva cuesta arriba a la entrada de la playita. Es apenas un apéndice en blanco y negro de pocas cuadras, con una arena suave y resaltada por enormes rocas.
En realidad, no sería un balneario propiamente dicho, ya que carece de infraestructura de servicios y se accede bajando una infinita y empinada escalera de durmientes que la gente muy mayor quizá no podría utilizar. Es apenas un refugio escondido que supo ser hace años un secreto guardado por los lugareños y en los 60 una playa tomada por el movimiento hippie. Su encanto radica justamente en esa cualidad solitaria y en los acantilados que comparte con Caleta Horcón al norte - aunque desde allí no se puede ver Caleta - y un tupido bosque de pinos y eucaliptos al sur.
Con la explosión inmobiliaria relativamente reciente de sus alrededores, Cau Cau ya perdió esa cuota de misterio, aunque vale la pena sentarse unas horas allí, o programar instalarse todo el día, pero autoabastecido de comidas y bebidas.
Volviendo sobre el mismo camino, se vincula la localidad pesquera de Caleta Horcón, un pequeño pero pintoresco pueblito que alberga siete playas atiborradas de botes pintados de colores fuertes estacionados sobre las arenas. Vale caminar hacia su famosa feria de artesanías y hacer un circuito de bares, tiendas y restaurantes con comidas típicas y baratas. Los fines de semana la Caleta recibe una masiva visita de sibaritas que vienen especialmente a comprar sus exquisitos mariscos y pescados frescos. Ambas localidades están a 44 kilómetros de Viña del Mar.
Sigamos. Para hacer diferente este viaje, es aconsejable alejarse de la ruta costera y desde Caleta Horcón tomar la Autopista del Aconcagua o Carretera Panamericana Norte hasta el km 155 que lleva directamente a Papudo, el sitio más alejado de este camino corsario.
Se trata del típico y tradicional lugar para hacer sólo “playa y sol” en sus extensas y populares arenas: "Playa Grande" y "Playa Chica", donde se encuentra el auténtico chileno costeño.
No hay mucho por hacer salvo descansar y disfrutar del aire. Entre sus atractivos, la Cueva del Pirata, las cristalinas aguas de Playa El Lilén y la Isla de los Lobos, donde se pueden fotografiar lobos marinos y pingüinos de Humboldt. Eso sí, no perderse los batidos de frutas de los puestos junto a la costanera, los mejores de la zona. El regreso para conocer los demás balnearios del sur es bastante tranquilo.
Ahora, se toma la costanera hasta Zapallar, una de las localidades más exclusivas de todo este recorrido. El camino está rodeado de bosques frondosos y enormes mansiones y no se ve el mar hasta que de repente se despejan los árboles como si hubiesen caído al mar.
Y el asombro se apropia de los sentidos; agua azul profunda y gigantescas casas de diseño y tradicionales muy lujosas, acantilados y una pequeña playa que es la excusa para dar este paseo. Eso sí, no volverse sin fotografiar la histórica y maravillosa "Casa Hildesheim" inaugurada en 1924, adornada por figuras humanas mitológicas talladas en madera, declarada Monumento Nacional. Tomarse un momento para hundir los pies en el mar frente a ese paisaje y alimentar a las intrépidas gaviotas es una experiencia muy placentera. Es el lugar perfecto para embriagarse con la caída del sol.
Nuevamente en la ruta, a pocos kilómetros se encuentra el desvío para entrar a Maitencillo. Por su invasión de adolescentes y parejas y familias jóvenes tiene algo de Pinamar y Villa Gesell. Las ocho playas que se extienden a lo largo de esta ciudad, algunas sin olas, otras con unas gigantes, se separan por paradores, quinchos e incontables bares uno al lado del otro, ideales para tragos y snacks al atardecer o un almuerzo.
De esta "ruta del corsario" es el balneario más agitado y visitado los fines de semana, donde también se pueden practicar deportes acuáticos, como el surf y el parapente. Si Papudo tiene los mejores licuados de frutas, Maitencillo es dueño del mejor helado artesanal de toda la región. Son imperdibles.
También hay que decirlo es el balneario es el más congestionado en cuestión de tránsito. Hay que armarse de paciencia, tanto para llegar como para salir de él, especialmente sábados y domingos, con multitudes de turistas, especialmente mendocinos, que encuentran a Maitencillo un espacio de carreteo, aunque ciertamente más caro, especialmente cuando hablamos del alquiler de las cabañas.
Pero más allá de entrar o salir a las arenas, la senda ofrece otros placeres, como el ir parando en los numerosos puestos junto al camino para comer empanadas recién horneadas, deleitarse con algún “manjar” o alguna fruta o conocer las tiendas de artesanías de madera y hierro que abundan en el paseo de un día.
Un poquito de historia
El nombre de la "Ruta del corsario" tiene que ver con la llegada, en abril de 1587, del corsario inglés Thomas Cavendish y décadas más tarde se suman los piratas de Drake, en el siglo XVI y Spilpergen en el siglo XVII, quienes encontraron en estas costas descanso y alimentos.
Si uno es curioso por naturaleza, vale la pena tomarse más tiempo para encontrar el puñado de lugares relacionados con estos viajes antiguos, como la mencionada cueva pirata de Papudo. Están repartidos por la ruta completa que abarca desde Quintero, Ventanas, Horcón, Zapallar, Papudo, La Ligua Puchuncavi y Nogales.