Chile tiene un encanto especial para los mendocinos, y eso demuestra nuestro aspecto masoquista. Porque cuando llegan las vacaciones de verano el ochenta por ciento de los mendocinos va a veranear a Chile, lo que significa: ocho horas para entrar al país hermano, un temblor cada quince minutos, te bañás con agua recontrafía rodeada de tsunamis; tenés que aguantar la cara de poto a los carabineros; nos cargan por la Copa América, dos veces, y de vuelta ocho horas para volver a Mendoza. Si esto no es masoquismo, no sé lo que es.
Últimamente había aumentado grandemente nuestra consideración hacia el estado de la sociedad chilena. Veíamos que era un país pacífico, ordenado, cuya economía parecía marchar en el buen sentido de marcha, algo digno de tener en cuenta y de comparar.
Y de pronto la explosión. La gente, al parecer disparada por un aumento en el precio del boleto del subterráneo, salió a la calle a manifestar su descontento. Pero éste fue sólo el disparador. Se hace notable la gran diferencia existente entre las clases sociales del país hermano. Puede mostrarse brillante pero le escarbás el lomo y aparece el plomo. Hay miles y miles, cientos de miles de indigentes en Chile y lo del boleto colmó el vaso, pero ya estaba lleno por injusticias anteriores que vienen desde hace varias décadas.
Entonces el gobierno de Piñera (algunos lo llaman Piraña) no tuvo mejor idea que decretar el toque de queda. El toque de queda es la prohibición, establecida por instituciones gubernamentales, de circular libremente por las calles de una ciudad y/o permanecer en lugares públicos, sobre todo en horario nocturno. Es, por tanto, una limitación o restricción legal de la libertad de circulación, considerada internacionalmente un derecho humano y por muchas legislaciones como un derecho constitucional.
Comúnmente se aplica en situaciones de guerra o conmoción interna que afectan a un país o ciudad y su cumplimiento suele ser supervisado por instituciones policiales y fuerzas armadas. El propósito de esta medida es garantizar la seguridad, atenuar disturbios o minimizar enfrentamientos.
Minimizar los enfrentamientos, mula; el toque de queda en Chile los incentivó, llevó a la gente a desafiar la medida poniendo su presencia en la calle y confrontando con las fuerzas de seguridad que no se privaron de reprimir.
Lamentablemente hay que lamentar varias víctimas de los enfrentamientos que parecen haberse calmado, pero que en cualquier momento rebrotan como los hongos después de la lluvia.
El problema para el gobierno es que no tiene con quién negociar, porque las manifestaciones fueron espontáneas, convocadas tal vez por las redes sociales pero no tienen líderes ni organización que las haya promovido. Entonces el gobierno ¿con quién habla? ¿Con quién negocia? No hay referentes. No se puede sentar a charlar con doscientas mil personas simultáneamente, no da resultado.
La pregunta es: ¿Es una situación que sólo está viviendo Chile o muchos países de toda América sufren una situación parecida? El análisis nos lleva a reconocer que no solamente en Chile existe esta desigualdad social; la hay en la mayoría de los países de América. No quiero hablar del mundo porque en algunos lugares de la Tierra la circunstancia de injustica es muy superior. Me quedo con lo que tengo a mi lado.
Se me vienen a la memoria los movimientos de protesta que ocurrieron en nuestro país en 2001 y me tiembla el recuerdo, porque aquello fue parecido a lo que está ocurriendo en Chile y el saldo fue tan lamentable que obligó a un presidente a fugarse en helicóptero de la Casa Rosada.
La situación no es nueva; viene ocurriendo desde tiempos muy remotos en la historia y el límite lo marca la tolerancia. Cuando los pueblos se cansan de tolerar tanta injusticia entonces hacen escuchar su voz multitudinaria y la paz se hace añicos.