Lo sucedido con la designación de Pablo Piñera como embajador de Chile en la Argentina y la inmediata reacción del propio Presidente (Sebastián) de desistir la nominación de su hermano, ante una advertencia de la Contraloría General de la República, constituyen un nuevo ejemplo para observar y tener en cuenta sobre la consolidación de la democracia republicana que se advierte en el vecino país.
Para Chile, la relación con la Argentina es fundamental, lo que se verifica con sólo mirar el noticiero de la Televisión Nacional donde, en forma permanente, se informa sobre lo que sucede política y económicamente en nuestro país. No fue casualidad que fuera la Argentina el primer país que visitó Sebastián Piñera inmediatamente después de haber asumido su gestión.
Pudo, o no, haber sido ése el motivo por el cual el nuevo presidente apresuró la designación del nuevo embajador de su país en la Argentina, pero lo cierto es que la nominación recayó en su hermano, Pablo, quien no es un improvisado en política sino que ocupó con antelación cargos importantes, inclusive durante las presidencias del demócrata cristiano Patricio Aylwin y también de la socialista Michelle Bachelet, cuando llegó a ser gerente general del Banco del Estado.
La nominación del embajador fue observada por la Controlaría General de la Nación, respecto de la legalidad de la decisión presidencial, indicando que la "resolución" del caso podría llevar hasta seis meses. Lejos de insistir sobre el tema, Sebastián Piñera procedió a desechar la nominación, aduciendo que la importancia del cargo necesitaba celeridad en las decisiones.
Surgieron algunas débiles críticas sobre nepotismo, de parte de algunos aislados dirigentes, pero no hubo pronunciamientos de la Democracia Cristiana ni del Partido Socialista de Michelle Bachelet.
El presidente se limitó a señalar que su hermano reunía "todas las condiciones para ser un buen embajador de Chile en Argentina" y que "cumple con todos los requisitos legales para ser designado para dicho cargo", aunque advirtió que no hubo acto de nepotismo sino de interés público, señalando que el nombramiento del embajador de Chile en la Argentina "es urgente y no es compatible con los tiempos informados por la Contraloría para pronunciarse sobre el tema".
De hecho, el caso quedó políticamente cerrado y aquí cabría preguntarse qué hubiera pasado en la Argentina ante una situación similar. Con toda seguridad la oposición habría salido a criticar con dureza la decisión presidencial, mientras el oficialismo se habría dedicado a "recordar" la "herencia". Es que en la Argentina no hay términos medios: o se es bueno, o se es malo…
Va a resultar difícil modificar esta situación, pero es de esperar que la dirigencia política cuente con la madurez necesaria para lograrlo.
En el vecino país hay una cultura republicana diferente no sólo en este tema que es apenas un ejemplo entre muchos. A los argentinos nos resultó admirable observar cómo la ex presidenta Michelle Bachelet concurrió a la vivienda particular del presidente electo el día posterior a las elecciones para compartir un desayuno, mientras nuestra ex presidenta decidió viajar hacia el Sur del país para no entregar la banda ni el bastón presidencial a quien fuera electo por la ciudadanía.
Necesitaríamos páginas y páginas para enumerar ejemplos de este bajo respeto por la institucionalidad, porque la mayoría de los políticos argentinos no ha crecido democráticamente del mismo modo en que lo ha hecho la ciudadanía.
Habrá que recordarles a unos y otros que la gente está cansada de divisiones y espera que la clase dirigente alcance la madurez necesaria para solucionar los serios inconvenientes que tenemos y que nos afectan a todos los argentinos.
