Chicos que gritan en silencio

Chicos que gritan en silencio

Por Leo Rearte - Editor de sección Estilo y suplemento Cultura

1. Las escenas de terror de las películas son más efectivas en oscuridad. Y con silencio. Es más, son insoportables para la mayoría de los públicos cuando los protagonistas del film son niños. Un grito apagado, que se muestra, pero que no se escucha, eriza la piel del espectador. Ponerse en el lugar de un menor que no puede oír, no puede hablar, y es sometido a vejaciones, es arrojarse al mismísimo abismo del horror. Es alguien que no pudo anticipar nada de lo que sucederá. Que sufrió en el cuerpo la soledad del mundo. En las carnes, un dolor imposible de transmitir.

El abuso es traición. Es el mundo dejándote solo. Es un grito que no se oye.

Ojalá esto fuera otra película de Hollywood y no un capítulo más de nuestro presente, a pocas cuadras de casa.

2. ¿Hay un ránking de escorias? ¿Existen escalas de hijos de puta? Si las hubiera, por sus víctimas, por sus traiciones, por sus manoseos y manipulaciones, por inventarse una autoridad sobre las partes del otro, porque ese otro no se puede defender, ni pedir que lo defiendan, los curas abusadores tienen ganados todos los infiernos.

No son muchos en la marcha de las víctimas del Instituto Próvolo; tampoco son pocos. No hizo falta cortar la calle, pero están todos los medios. A los familiares de los chicos abusados realmente les cuesta narrar. Fueron décadas de verse desprotegidos. Escucho, mezclado entre la gente: "A mi hermana le sacaban el audífono cuando llegaba. No entendíamos por qué no avanzaba, no aprendía, cada vez le costaba más comunicarse. Y claro, los curas no querían que hablara".

¡Qué paradoja!: una escuela para aprender a sufrir. Con mentes calenturientas y perturbadas que trabajaban para evitar que esos alumnos se comunicaran. Evitarlo a toda costa, porque cuando los menores contaran, cuando les creyeran, se les iba a venir la noche a los abusadores.

Y un día hablaron los que nunca iban a poder hablar. A veces, los silencios más densos se apagan no cuando alguien quiere contar, sino cuando el otro quiere escuchar.

La joven que relata con todo el amor del mundo la historia de su hermana menor (una niña hipoacúsica que sufre un retraso mental leve) se toma el crucifijo de la cadenita que brilla en su cuello: "Yo soy católica, creo en Dios pero hoy tengo que soportar la idea de que un cura abusó de mi hermanita". No quiere salir por televisión. Habló sólo con periodistas de radio. Llora. No suelta la cruz.

3. Es difícil entender el silencio de la Iglesia. La última película ganadora de un Oscar, "Spotlight (En primera plana)", expone en su guión, situado en Boston, el mismo argumento que tuvimos que sufrir los mendocinos. El film desarrolla la historia de una investigación periodística publicada en 2002. Entonces, se había confirmado que más de 70 clérigos habían abusado de niños; que la iglesia había hecho convenios económicos para mantener esto en silencio, y que derivado del encubrimiento que había durado décadas, los sacerdotes pedófilos eran asignados a otras parroquias en las cuales a menudo volvían a abusar de otros niños.

No se entiende que hayan pasado 14 años de esto y que, al decir del propio periodista Michael Rezendes, ganador de un premio Pulitzer por esta investigación, poco y nada haya cambiado.

No se entiende por qué la propia Iglesia no se ha preocupado por desterrar, denunciar y excomulgar a sus miembros pederastas de una manera más elocuente. Por qué, por ejemplo, el Arzobispado de Mendoza tuvo que ser empujado por toda una sociedad para dar una conferencia de prensa recién el viernes, cuando lo esperable era que ellos fueran los más activos en la faena de esclarecer este hecho insoportable desde el minuto uno. (En ese encuentro con los periodistas admitieron que la respuesta de la institución eclesiástica de Mendoza había sido lenta... “Todo cayó como una trompada y nos sentimos conmovidos por los hechos”, argumentaron).

¿Cómo no ha sido el propio Vaticano el que publicara una lista en internet con todos los miembros de la institución que son sospechados o que tienen denuncias firmes en la justicia? ¿Qué es esta costumbre de andar trasladando a los curas "complicados" legalmente de país en país? El resultado de esta inacción, omisión y hasta complicidad en algunos casos, es y será carísimo para la propia Iglesia en los tiempos de internet, de sociedades seculares, de gente que no se queda callada.

En la era de Google, de los memes, de las redes sociales, andar protegiendo violadores de chicos además de ser obviamente inmoral e inaceptable, es cimentar la asociación semántica de Iglesia a los conceptos de pederastia. Metonimias y sinonimias para la palabra sacerdote nada convenientes para la institución. Un suicidio marcario, dirían los expertos.

En definitiva, el propio Rezendes ha dicho en infinidad de entrevistas que no comprende por qué no es el propio Vaticano el que va más a fondo para comenzar a desterrar este problema... ¡14 años después de una de las investigaciones periodísticas más famosas del mundo!

Pero sería injusto sacar el foco de lo verdaderamente importante: cuando hay un niño que sufre lo que los alumnos del Próvolo sufrieron, qué poco importa el devenir de las instituciones.

Qué poco importa que haya algunos miembros de la Iglesia que no comprendan el tiempo que les toca vivir, si no pueden entender el sufrimiento de los chicos que gritan en silencio.

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