Jugar, ir a la escuela, tener una casa donde cobijarse. Ser queridos, recibir cuidados, buen trato y protección. Estar limpios, tener atención médica, comer, reír e incluso festejar su cumpleaños junto a sus seres queridos. De estos derechos de la infancia -establecidos en leyes y convenciones-, ninguno es respetado allí donde la violencia y la exclusión atentan contra la vida de cientos de niños y niñas de Mendoza.
En los barrios más pobres, las carencias son múltiples. Hay pequeños que sufren del abandono: tienen hambre, frío y tristeza. Incluso, quienes se atreven a hablar de las problemáticas que hoy se viven allí aseguran que las drogas de todo tipo están provocando graves daños entre los menores a edades cada vez más tempranas.
“Acá hay niños de 8 ó 9 años que, además de fumar cigarrillos, ya necesitan de la marihuana. Lo vemos a diario. Los que venden se aprovechan de su situación, entonces los cubren como si fuesen sus padres para que les compren y luego los obligan a vender. Entonces el chico va a robar para tener su droga a mano”, confiesa una madre que vive junto a sus hijos en un asentamiento.
Ella prefiere preservar su identidad por temor a represalias. “Hay muchas bandas y, si hablás, después no sabés si la contás”, denuncia la mujer y destaca que en su zona, de 60 familias en al menos 40% se consume drogas y alcohol. Lo peor es que solventes como gasoil, querosén, tolueno y pasta base forman parte de las sustancias consumidas.
“Ellos no tienen la culpa porque la responsabilidad, en definitiva, la tenemos los adultos que los dejamos tan solos. Pedimos por favor que no les vendan droga a los chicos porque les arruinan la vida y eso trae más violencia”, ruega esta mamá que tiempo atrás hizo un cambio radical en su vida para ayudar a sus hijos y, al mismo tiempo, se unió a otras mujeres para concretar acciones positivas, como la puesta en marcha de un merendero y un ropero comunitario.
Como "carne de cañón"
Referentes sociales que trabajan en el interior de los barrios donde una gran cantidad de familias vive al borde de la exclusión, advierten que la niñez en la provincia está siendo utilizada y maltratada.
Hugo Fiorens, de Voluntarios en Red, resume la problemática en una frase: “Los utilizan como carne de cañón y los envuelven entre las peleas entre bandas”, dice y marca la diferencia entre “drogas para ricos y drogas para pobres”, para destacar que su consumo no está presente sólo entre los más pobres, sino que es una realidad que la sociedad, el Estado y las instituciones deben abordar con extrema urgencia.
Lo cierto, agrega, es que los que menos tienen consumen sustancias más nocivas para su organismo. El tolueno líquido, por ejemplo, se comercializa a muy bajo precio en los barrios y produce daños irreparables en el cerebro, aseguran los profesionales de la salud.
Al abandono al que están expuestos cientos de niños y niñas se suma la falta de oportunidades. Vilma Jilek, titular de la Fundación Accionar, explica que las dificultades para sacarlos de su situación de riesgo se agudizan cuando la escuela no acompaña. Ocurre que en los colegios de barrios más pobres es cada vez más difícil conseguir reemplazantes para los maestros de licencia. Así, ha sucedido que los niños pasen más de diez días sin docente y sin que nadie lo advierta.
Ese tiempo, comenta Jilek, lo pasan en la calle y después no vuelven más a la escuela porque ya fueron captados por las redes que comercializan drogas.
“No sólo se les niega el servicio educativo sino que los chicos comen en el colegio, por lo tanto se les niega la comida”, coincide Fiorens.
En materia de salud, la problemática también es compleja, puesto que en los centros de salud escasean los profesionales dispuestos a desempeñar su trabajo en una sociedad donde la criminalidad ha socavado las posibilidades de encuentro.
Indiferencia social
Gracias al aporte de sus voluntarios, la Fundación Accionar ha logrado hacer funcionar dos centros educativos, uno en el barrio La Favorita y otro en el San Martín. El trabajo se realiza de manera articulada con las familias, para llevar adelante acciones integradoras.
Laura Morales es una mendocina que dejó de lado la teoría y eligió salir a caminar los barrios para aportar pequeños cambios. Convencida de que la única forma de modificar la realidad es tomando un mayor compromiso, ella asegura que existe una “anestesia social” que persiste mientras miles de niños y niñas van quedando fuera del sistema.
Describe que a esta altura del año hay un colegio que lleva diez días sin clases porque no van los docentes. Morales advierte que mientras tanto, algunos pequeños asisten al municentro pero otro tanto se queda sin el servicio educativo.
En base al trabajo que realiza de manera cotidiana a través de talleres recreativos y formativos, ella describe que la violencia intrafamiliar, las adicciones y el abandono son las problemáticas más repetidas en ambos barrios. Por eso, el acompañamiento familiar -fundamental en estos procesos- se dificulta: “Hay niños que son sometidos a todo tipo de abusos. También pasan mucho tiempo en la calle, eso hace que estén más expuestos a consumir alcohol y drogas”.
Bucear en las causas
Laura Alcaraz, psicóloga y directora del centro de día ABRA, institución “atípica” -tal como se denomina- dedicada al tratamiento del consumo problemático, tiene una visión profunda. Dice que ninguna persona es pasiva, sino que en realidad siempre existe un grado de responsabilidad personal: “Todos consumimos porque estamos en una sociedad de consumo y por lo tanto todos podemos ser dependientes de un objeto”.
Ese objeto -detalla- puede ser la droga, el alcohol, el tabaco, las pastillas para el estrés o simplemente un televisor que no se necesita. Agrega que el problema reside en que eso que en un momento puede resultar aliviador, luego puede volverse problemático. “Los objetos no cobran vida por sí mismos, sino que mi vinculación con ese objeto puede ser o no problemática”, destaca y profundiza que lo que hay que analizar es qué le pasó al sujeto para volver a ese consumo problemático. En los casos en que se vulneran derechos fundamentales, es muy probable que el disparador de las adicciones se encuentre buceando en ese pasado y presente de sufrimiento.
Gustavo Quevedo, referente de la organización religiosa dedicada al tratamiento de adicciones Facenda (que significa ‘hacienda’ y tiene origen en Brasil) explica que un recurso para abordar el policonsumo de sustancias tóxicas es definir qué causas llevan a una persona a consumir drogas. Vale decir que se incluyen aquí sustancias de venta legal e ilegal: “La adicción es multicausal. Hay situaciones límites que se viven y que son muy difíciles de sobrellevar. Por eso es muy importante la contención, la escucha y la no estigmatización hacia la persona que atraviesa por esa situación”.
Una luz de esperanza para algunos
La niña de 14 años se sienta, respira profundo como intentando tomar fuerza y poco a poco, abre su corazón. Suspira. Lo primero que cuenta es que su mamá falleció hace dos meses y desde entonces está lejos de su padre y hermanos. Se fue de su casa, abandonó la escuela y ahora retomó. Inmersa en una tristeza que expresa en los ojos, confiesa que no hace mucho comenzó a fumar marihuana y tomar ansiolíticos. “Hace un mes que no tomo ni fumo, no quiero hacerme más daño”, aclara.
Mientras habla, el dolor busca salir en forma de lágrimas. Dice que desde pequeña vio armas, escuchó a sus allegados hablar de pactos para vender drogas y vivió casi de manera natural la encarcelación de su hermano y madre. “Ahora que no los tengo los extraño mucho. No sé nada de ellos pero al mismo tiempo no quiero volver a mi casa”, expresa con la esperanza de encontrar un atajo que la ayude a aliviar la pena.
La charla deriva luego en el futuro. Asegura que una vez que termine la escuela, le gustaría estudiar para chef.
Al igual que ella, Julieta (24) -nombre ficticio- encontró amparo en la Casa Puente Afectivo, ubicada en Maipú. Allí, ellas intentan sobrellevar su realidad para pensar con tranquilidad cómo continuarán con sus vidas.
Julieta llegó hace dos meses junto a sus tres pequeños hijos. En su caso, el disparador que la llevó a alejarse de su barrio fue la violencia extrema. “Había golpes, insultos y mucho maltrato. Con mi ex pareja nos drogábamos y nos pegábamos mutuamente; los chicos estaban en el medio y no entendían nada”, recuerda.
Hace poco tocó fondo y se prometió a sí misma que nunca más sus hijos pasarían por una situación similar. Se fue a la calle y una vez más, Marcelino Altamirano (fundador de la entidad) la recibió junto a los niños. Dice que tenía 5 años cuando su padre la mandó a la calle a vender flores, estampitas o bombones. Si no regresaba con la suma prevista, recibía golpes. “Él tomaba, me pegaba a mí y a mi mamá. Pero nadie nos podía ayudar”, relata con la fortaleza de alguien que parece haberlo vivido todo.
Un día, decidió irse de su casa. Tenía 8 años. Dormía y comía en la calle. No olvida la tarde en que, mientras compartía un cigarrillo con otras niñas, se preguntó de qué se trataba eso que los chicos más grandes soplaban. Fue cuando se hizo adicta al pegamento. “Me hacía olvidar del hambre y el frío”, desliza. Luego probó cocaína y más tarde las pastillas; todo, asegura, lo conseguía “de los mismos punteros del barrio”.
Hoy ella sólo piensa en reconstruir su vida junto a sus hijos. Ya van tres meses desde que no prueba ninguna sustancia. Pero el sufrimiento nunca dejó de estar presente: el mes pasado, su hermano menor se quitó la vida. Y a pesar de todo, ella sigue mirando hacia adelante. “Sólo necesito tener un trabajo para poder darle lo necesario a mis hijos, no quiero que ellos cometan los mismos errores que yo”, reflexiona. Y agrega que si hay alguien dispuesto a darle un trabajo estará muy agradecida: “Sé coser y me gusta mucho el diseño. También puedo limpiar, ya sea para una casa o en una empresa de servicios”.
Para ayudarla, el teléfono de Puente Afectivo es 4812939.