La postal es simple: una colorida y tradicional caravana solidaria que partió desde Mendoza, dejó su huella por Ñacuñán, y tuvo su meta en Puerto Madryn. Integrando la comitiva, hubo 38 personas, entre las que se destacó un grupo de alumnos de la escuela Maristas y once niños de entre 9 y 12 años de la escuela albergue Estanislao del Campo (del secano lavallino), quienes experimentaron lo que es la enormidad del océano Atlántico, la imponencia de las ballenas, la simpatía “boba” de los pingüinos, y -por sobre todas las cosas- la ayuda desinteresada y la solidaridad en primera persona.
Como ocurre cada octubre desde hace 19 años, la fundación Vivencias Argentinas repitió este año el ya clásico viaje de estudios a esa ciudad chubutense, llevando consigo donaciones, buena onda y a los chicos que asisten a esa escuela albergue y que jamás en sus vidas habían tenido al mar frente a sus ojos, acompañados por cuatro profesores coordinadores.
Además, participaron estudiantes de la escuela Maristas y miembros de la fundación, quienes organizaron juegos, talleres y hasta brindaron una charla en un comedor comunitario de la localidad chubutense.
“La experiencia fue fantástica, más en un momento como éste en el que creés que todo es imposible. Se consiguieron los recursos y ninguno de los chicos se quiso quedar afuera. Además los padres estuvieron muy motivados desde el principio”, destacó Ignacio Guiñazú, director de la escuela albergue y uno de los que participó de la experiencia.
Dejando la huella
La expedición partió de tierras mendocinas el pasado jueves 16. La salida fue desde el colegio de los Hermanos Maristas y desde allí los chicos que cursan en tercer año se dirigieron a la localidad de Arroyito (Lavalle) a sumar a quienes completarían la travesía.
Marcelo, Morena, Marian, Brunela, Marilú, Chicho, Sofi, Carla y su hermana “Yayita”, Rodrigo y María de los Ángeles los esperaban expectantes en la escuela Estanislao del Campo, ubicada en la localidad de Arroyito. Junto a ellos estaban Ignacio, Sara, Adriana y Maxi, los cuatro profesores.
Arroyito está ubicado en un tradicional paisaje de secano mendocino, a 250 kilómetros de la Ciudad de Mendoza y en una zona que está prácticamente en el límite entre Lavalle y La Paz. De hecho, y pese a estar en territorio lavallino, los puestos más cercanos son paceños y es por eso que la mayoría de los chicos que allí asisten son de ese departamento.
“Hay chicos que viajan hasta 30 kilómetros para venir a la escuela”, indicó Guiñazú, quien resaltó que tienen un transporte escolar para los chicos. Justamente por esto es que los chicos tienen estadías de nueve días en el establecimiento y luego descansan otros cinco días.
"Iba sin expectativas al viaje, pero terminé impresionada y sorprendida para bien. ¡Terminé más emocionada que los propios chicos, era una niña más!", contó María Paz "Pachi" Lucero (20), una de las voluntarias de la fundación que participó de la iniciativa.
Ya con toda la tripulación completa, el primer destino fue Ñacuñán. Allí, en la escuela albergue Virgen del Carmen de Cuyo, tuvo lugar la primera escala del viaje.
“Hicimos actividades recreativas con los chicos que nos acompañaban. Armamos partidos de fútbol, de básquet y otros juegos. Además repartimos juguetes que habíamos recolectado durante una campaña que hicimos para el día del niño”, destacó el presidente de la fundación, Carlos Pincolini.
El equipo luego siguió su rumbo, esta vez hasta llegar a Las Grutas (Río Negro). Allí fue donde las caras de los chicos de la escuela albergue de Arroyito se transformaron y las muecas de asombro fueron inocultables.
“Todos esos chicos vieron el mar por primera vez en ese momento y no lo podían creer”, indicó Pincolini. Allí los chicos de ambos colegios sacaron varias fotos y hasta improvisaron un picadito de fútbol en la arena.
Ya en Puerto Madryn, destino final del viaje, pasaron tres días completos. Durante los primeros dos recorrieron la Península de Valdés y disfrutaron del avistaje de ballenas y delfines.
El tercer día la meta se trasladó a Punta Tombo, donde observaron y caminaron entre pingüinos (otra escena de la que se llevaron mil fotos) y visitaron el museo Paleontológico Egidio Feruglio.
En ese mismo sitio visitaron la colonia galesa de Gaiman y el último día también lo aprovecharon para desarrollar actividades solidarias en un comedor infantil de Puerto Madryn. Allí también llevaron donaciones, actividades recreativas y hasta una obra de teatro, al tiempo que los jóvenes voluntarios se lucieron con una presentación sobre el General José de San Martín y su rol como gobernador intendente de Cuyo.
Antes de emprender el regreso, los viajantes realizaron un acto en homenaje a los 25 jóvenes bomberos voluntarios que fallecieron durante un incendio en Madryn en 1994, episodio que se conoce como “la tragedia de los bomberitos”.
Hace unos días volvieron a la provincia. Los de Arroyito en sus casas, los de Maristas en las suyas, y en la memoria de todos quedó grabada una experiencia que no olvidarán jamás.
“Fue una experiencia muy linda. Lo que más impactó a los chicos fue conocer el mar y no le tuvieron miedo para nada; se bañaron y todo”, sintetizó Guiñazú.
Un viaje hacia otros horizontes y para despertar sueños
Ya en el micro de vuelta, cada uno de los chicos dirigió algunas palabras a los demás, situación que llevó a que todos se abrazaran antes de llegar a casa.
Ya en Arroyito, los chicos escribieron cartas donde volcaron todas sus sensaciones y vivencias del viaje, con mensajes muy emotivos.
Una de ellas fue Sofía Olmedo, alumna de sexto grado, quien dijo que se sentía “apasionada”. “Justo mi mamá me abandonó cuando yo era muy chica y me tocó pasar el Día de la Madre en Madryn, con todos ustedes. Este viaje me ha confortado el alma y no sé cómo hubiera pasado un día tan especial si no hubiera estado allá”, reconstruyó Ignacio Guiñazú las líneas de la pequeña Sofía. “Además, dijo que las maestras que pasan todo el día con ella ahora son como sus madres”, continuó el docente.
La emoción fue tal en los chicos que no querían que el viaje llegara a su fin. “Varios niños nos miraban y nos decían: ‘Maestro, yo no me quiero ir más de acá’. Estaban realmente enamorados del lugar. Nosotros les decíamos que si ellos estudiaban, se recibían y luego empezaban a trabajar, iban a poder tener plata e ir a Puerto Madryn o a donde ellos quisieran todas las veces que lo desearan”, indicó el director de la escuela albergue Estanislao del Campo, a la que asisten los 11 chicos que viajaron junto a la fundación Vivencias Argentinas.
En la playa los chicos también se encontraron con otra familia mendocina que está viviendo en aquella ciudad balnearia y, desde su lugar, ellos les contaron las ventajas de estar allá y resaltaron la importancia de terminar los estudios para luego poder conseguir un trabajo que dé ciertas libertades a la hora de tomar una decisión.
“Fue una gran experiencia que los chicos jamás hubieran podido concretar por sus medios”, cerró Guiñazú.