Un bombazo que desmorona el escepticismo, que detona contra las minas del abatimiento. La bomba de la paz. Ese tremendo derechazo de Carranza infló la red de Alejandro Medina y, de manera simultánea, descomprimía, descontracturaba y era una inyección de oxígeno.
Había que hacerlo así, de manera casi terrorista. Con un cimbrón que estremeciera la modorra, que lo haga despabilar al Lobo de una vez por todas, despertarse de una pesadilla que ya se hacía intolerable.
Cuatro partidos sin ganar, cuestionamientos que llovían de todas partes hacia el cuerpo técnico y algunos futbolistas, y una comisión directiva que quizá por primera vez en mucho tiempo analizaba con seriedad ponerle fin al ciclo de Sergio Arias tras la doble caída en tierras bonaerenses. El “apoyamos el proceso pero necesitamos una victoria urgente” del presidente sonaba claramente a ultimátum.
Otro resultado que no hubiese sido triunfo ante Guaraní habría sentenciado la suerte del entrenador. Con esta tranquilidad salía el once del Lobo al campo de juego. Nada salió en esa primera parte.
Todo era bullicio, piernas que pesaban toneladas y una idea de juego que se había desdibujado casi por completo. Turbados, sólo podían ir hacia adelante con ímpetu. Tanto ímpetu le puso Giménez que debió irse expulsado casi en el arranque del encuentro luego de una patada ‘criminal’ que le propinó a Otrowski para cortar una salida en contragolpe del equipo visitante. Sobre llovido, mojado.
Nada andaba derecho y encima el árbitro entendía que Giménez había ido con excesiva vehemencia sobre Young y le mostró la roja. La expulsión iba a ser lo mejor que le iba a pasar al Lobo. Sin goles, sin ideas y sin Giménez para el complemento, Gimnasia salió herido en su orgullo, con el cuchillo entre los dientes a jugarse todo lo que le quedaba en sus arcas. Quemó todas las naves. Si no salen las cosas, al menos hay que dejar hasta la última gota de sudor.
Así, a puro coraje, el hombre menos no se notaba en cancha. Gimnasia lo acosó, lo arrinconó a un equipo que no pareció haberse enterado de la expulsión de Giménez. Con Oga apagado, el equipo iba hacia adelante sin su guía, sin el hombre que le marca el camino. Desde lo colectivo no parecía que iba a llegar la solución. El murallón misionero debía destruirse con una bomba.
Carranza toma una pelota en tres cuartos de cancha, Guaraní estaba en retroceso, y encara con pelota al piso. Usa a Farías que se abre y se lleva la marca y el Chicki allí tomó la decisión.
Levantó la cabeza, la adelantó un poco más a la pelota y desde casi treinta metros la colgó de un ángulo. Tremendo derechazo, el Chicki se hacía gigante en el Legrotaglie, le devolvía el alma al cuerpo al Lobo y resolvía con una genialidad de su botín derecho lo que el equipo nunca pudo. La bomba de la paz.