¿Un avión de sies metros? ¿Un barco de tres? El escultor Chalo Tulián va y viene de su casa-taller a la Nave pues está montando todo un mundo.
Con esa voz maciza con la que suele elegir sus palabras, dice que estos "carritos" son "infernales" porque se trata de esculturas dramáticas y porque al Infierno lo vivimos aquí en la Tierra. ¿Dónde más? “Está aquí, entre nosotros. Por eso estos vehículos remiten también a las máquinas de tortura de los períodos más oscuros de nuestra historia: la Inquisición, la Dictadura...”
- Pero admiten el desplazamiento...
- Sí, aunque el movimiento tiene que ver con ese eterno retorno de los procesos que hablábamos, ya que el ser humano recicla la experiencia.
Muchos de ellos tienen ruedas y gran tamaño. De hecho, en su imagen de catálogo, Chalo aparece montado en uno de los más curiosos aparatos artísticos como si jugara a ser el conductor de un juguete rabioso.
“Cuando era un niño de tres años me gustaba juntar cositas, armar estructuras y fantaseaba con eso; me doy cuenta de que ahora he vuelto a jugar así, que lo tengo incorporado en el espíritu”, afirma.
- ¿Y con qué materiales trabajaste esta vez?
- En ese sentido me tomé mucha libertad, no me puse absolutamente ningún freno. Hay madera, hay hierro. Decidí jugar a construir todo: el barco, por ejemplo. Podría haber buscado uno y reciclarlo pero el encanto está ahí en hacerlo, claro que cuento con unos chicos que me ayudan y se divierten con lo mismo.
Sucesora de la muestra “La mesa donde desayunó Mandinga”, ésta incluye 25 obras, resultado de 4 años continuos de trabajo en su mágico taller en el que se disputan el espacio mesas de carpintero, tornos que podrían ser de herrero, montículos de hojalata, pequeñas montañas de aparatos bizarros, herramientas de todo tipo y forma, formones, tenazas, lijadoras, sacabocados, en una especie de concierto de voces sordas que discurren en sus respectivas jergas a veces con crispación, otras entendiéndose y acaso quejándose por la suerte que las ha arrojado aquí pero todas, si las entendiéramos, mutando como nosotros bajo el incesante sol de febrero.
Tulián, como señor de esos dominios, trabaja cada fragmento como si leyera la historia que los llevó a ese estado inerte, una forma en la que se lee o adivina el pensamiento crítico.
“En estas últimas obras, el artista ha echado mano de lo que hizo (y aprendió) durante su larga trayectoria. Casi sin metáforas, con una comunicación directa, explícita. Los vehículos infernales dejan muy claro lo que Chalo Tulián piensa.
Se muestra como un sujeto histórico y político, situado en el espacio y el tiempo. Se expresa entonces sobre asuntos tales como la dictadura militar y la tortura o la colonización cultural norteamericana.
Me gusta de esta muestra esa intensa experiencia perceptual (física, intelectual y emocional) que se produce al recorrerla. Es como un viaje en el tiempo, con reminiscencias de lo clásico y lo moderno pero con una propuesta discursiva contemporánea", escribe con ojo experto Laura Valdivieso.
Los Vehículos
Estos vehículos que Chalo presenta en la Nave Cultural, son formalmente contundentes, racionales, con volúmenes simples e imponentes. A su vez les incorpora recursos ingenuos, cursis, folklóricos que vinculan al espectador sensible con mundos populares.
En una mirada rápida, muchos de estos objetos-máquinas parecen juguetes tiernos y divertidos pero cuando uno frena y profundiza la observación, se encuentra con una máquina para torturar... La mayoría de estas máquinas producen sensaciones y pensamientos contrarios; son terribles por su significado y por su función, pero hermosos por la ejecución de la materia con la que están realizados; son dramáticos, dolorosos y divertidos (...)
No creo que Chalo deje lugar a la especulación o a interpretaciones disímiles; son objetos con un alto grado de evidencia y por eso se hacen agresivos y provocadores.
Pero como está siempre la ironía y el humor, el conjunto de estas obras generan un ambiente de circo, como si nos introdujéramos en un tren fantasma de un antiguo "parque de diversiones" y recorriéramos con ansiedad, miedo, asombro, la historia de Chalo y nuestra historia./ Estela Labiano