“Gobernar es un oficio imposible”, sentencia un texto de Sigmund Freud publicado en 1937. Michel Rocard, primer ministro de Francois Mitterrand en el período 1988-1991, retomó la frase freudiana exactamente 70 años después, le puso signos de interrogación y la transformó en el título de una obra compartida con los filósofos Paul Valadier, Luc Ferry y Michel Crépu.
Freud y Rocard tal vez rondan por estos días en la mente de Emmanuel Macron. Al actual presidente de Francia, el movimiento identificado como "los chalecos amarillos" le hizo aun más cuesta arriba el intento de articular los intereses que cruzan la compleja sociedad que debe gobernar.
El polifacético mosaico de actores que representan esos intereses encontró en el famoso chaleco amarillo un símbolo unificador.
La notable caída en los índices de popularidad presidencial fue el mejor caldo de cultivo para disparar esa confluencia hasta aquí coyuntural, en un país con larga tradición de revueltas sociales.
El aspecto sobresaliente del actual clima de turbulencia, en efecto, es la heterogeneidad reflejada en el interior del movimiento de protesta. Junto a manifestantes de la clase media empobrecida, especialmente de los suburbios de París y de ciudades y pueblos rurales, aparecen también distintos grupos activistas urbanos que aprovecharon el clima de malestar para introducir sus proclamas.
El nuevo impuesto ecológico sobre el combustible que intentó aplicar el gobierno lanzó a la calle a ciudadanos de la Francia profunda, que acusaron el golpe en sus castigados bolsillos de trabajadores y decidieron ejercer su derecho a protestar.
Hasta ese momento parecía sólo la manifestación de la rústica faceta provinciana del país frente a las élites culturales, sociales e intelectuales de la gran metrópoli parisina, que tienen en la figura de Macron a su mejor exponente.
Pero poco después se plegaron estudiantes que exigen cambios en la secundaria y en el ingreso a la universidad, grupos anarquistas, activistas antiinmigrantes, populistas de izquierda y hasta sectores de la ultraderecha más dura.
Todos ataviados con el mismo chaleco amarillo que deben utilizar obligatoriamente los automovilistas franceses en caso de emergencia.
Un asunto tan puntual como la suba del precio de los combustibles desnudó el malestar interno en una de las principales potencias del mundo por la pérdida de bienestar económico en amplias capas de la sociedad, sumado al contraste de la Francia periférica con París y las grandes ciudades que gozan de notorias ventajas en materia económica y de infraestructura.
Como no podía ser de otra manera, ahora que están dadas las condiciones se cuelan los pases de todas las facturas posibles, como el problema de la inmigración y el rechazo hacia los privilegios de la tradicional élite del poder.
El joven Macron quizá despertó expectativas de cambio tan altas que se derrumbaron bruscamente como un castillo de naipes. Los chalecos amarillos no lo deberían haber sorprendido si hubiera tenido la suficiente sensibilidad para advertir que en la sociedad francesa el horno por estas épocas no está para bollos.
En ese marco, una vez más las redes sociales son el factor catalizador del malhumor social, sin que haya mediado en un principio ninguna organización formal, ni líderes o portavoces.
A tono con los rasgos de época, ni los partidos políticos ni los sindicatos franceses vieron venir la ola que les pasó por encima.
Por obra de la persistencia de los chalecos amarillos, la ultraizquierda francesa imagina que el movimiento puede ser la semilla de una agrupación política al estilo de Podemos en España, mientras la ultraderecha fantasea con una derivación parecida a la alianza de la Liga del Norte y el Movimiento 5 Estrellas (M5S) que hoy gobierna Italia.
Ese desenlace decretaría el fin de la espontaneidad entre los desilusionados o enojados con el gobierno, las instituciones políticas, los gremios y hasta con el periodismo.
Futuro incierto
El M5S italiano nació sobre la base de la misma antipatía que la rebelión de los chalecos amarillos profesa hacia todo lo que representa al poder. El movimiento de enojados impulsado por el comediante italiano Beppe Grillo y el empresario especialista en redes Gianroberto Casaleggio, terminó insertado en el sistema político con un formato que el politólogo Otto Kirchheimer definió en la década de 1960 como catch all party (partido atrapatodo, orientado a contener todas las tendencias posibles).
El problema del movimiento de protesta francés es que, al despuntar algunos liderazgos, brotan con fuerza las contradicciones de un fenómeno tan heterogéneo.
Mientras algunos apuestan a la constitución de un partido distinto para garantizar la eficaz canalización de las demandas sociales, el accionar de otros parece más bien encaminado a mantener intacta la condición de desamparados del sistema y símbolo inmaculado de la Francia insumisa. Jacline Mouraud, considerada una de las figuras emblemáticas de los chalecos amarillos, afirmó que la creación de un partido "es la única cosa" que a esta altura pueden hacer los ciudadanos lanzados a protestar.
Aunque no definió la orientación ideológica que debiera tomar la organización partidaria, esta francesa de 51 años oriunda de la costa occidental del país admitió haber votado por Nicolás Sarkozy en las elecciones de 2007 y 2012.
Eric Drouet, detenido el miércoles por las fuerzas del orden, representa exactamente la otra cara de la moneda dentro del movimiento de protesta. A diferencia de Mouraud, este camionero de 33 años señalado como el gran precursor de las revueltas no parece tener idéntica predisposición para darle a los chalecos amarillos un formato apegado al sistema.
Para más datos, Drouet pidió en televisión entrar por la fuerza al palacio presidencial del Elíseo y el 22 de diciembre fue detenido por portación de “arma prohibida” y organización “ilícita” de manifestación.
De tal modo es difícil conciliar posiciones radicales como la del joven chaleco amarillo con los moderados al estilo Mouraud, que incluso denunció haber sido amenazada por manifestantes de línea dura que rechazan negociaciones con el gobierno de Macrón.
Un camino posible
El 8 de septiembre de 2007, el famoso comediante italiano Beppe Grillo lanzó el Vaffanculo Day (V-Day), punto culminante de su larga prédica contra la corrupción y la ineptitud de la dirigencia política tradicional de su país.
La iniciativa incluyó dos certeras estocadas al sistema político de Italia: prohibir el ingreso al Parlamento de individuos condenados por la Justicia (había 24 legisladores en tales condiciones en ese momento) y limitar a dos períodos la permanencia de un parlamentario en su cargo.
Ese fue el punto de partida para el nacimiento, en 2010, del Movimiento 5 Estrellas, autodefinido como una "libre asociación de ciudadanos" y no como un partido político.
Una década después de que los enojados italianos irrumpieran de la mano de Grillo, el M5S que los representa logró 32 por ciento de votos en las elecciones parlamentarias de marzo de 2018.
Pero para llegar al poder tuvo que establecer una complicada alianza con la ultraderechista y nacionalista Liga del Norte, cuyo historial no está libre de hechos de corrupción. Sólo el tiempo dirá si finalmente Italia deja atrás las viejas prácticas políticas.
La era de la desconfianza
Contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, es una obra de 2006 con la que Pierre Ronsavallon describe con precisión los hechos que desvelan a Francia desde fines de 2018. El reconocido politólogo explica el predominio del "ciudadano controlador" sobre el "ciudadano elector", situación que desde su punto de vista origina "un contrapoder orientado a distanciarse de las instituciones". Rosanvallon define a los ciudadanos del siglo 21 como "consumidores políticos" con fuertes expectativas. "Ya no se trata de limitar el poder, como en la perspectiva liberal, sino de coaccionarlo, con el riesgo de debilitarlo tanto que no pueda dar respuesta a los demandas que le son dirigidas".
Incidente con el vocero del gobierno
El vocero del gobierno francés, Benjamin Griveaux, tuvo que ser evacuado ayer por el ataque de un grupo de manifestantes identificados como chalecos amarillos al edificio donde está su despacho, del que también fueron retirados sus colaboradores.
Una decena de atacantes forzaron la puerta con un vehículo de obras que estaba en las proximidades y accedieron al patio, donde dañaron dos vehículos, una verja y rompieron varios cristales.
"No cederemos a los violentos ni a los que piden derrocar al gobierno", señaló en alusión directa al movimiento de los chalecos amarillos.
Este incidente se produjo durante el octavo sábado consecutivo de protestas con movilizaciones que derivaron en disturbios en varias ciudades de Francia, en particular en París.
Fue la primera movilización de este año, que concluyó con enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad.
Según las primeras cifras del Ministerio del Interior, alrededor de 25 milfranceses habían acudido a esta nueva convocatoria, frente a los 32 mil que habían concurrido el sábado anterior.
Bajo el grito de "Macron dimisión" y "basta de injusticia fiscal", miles de manifestantes desfilaron sin mayores incidentes por las calles de la capital para reunirse en la plaza de la Municipalidad.
Desde allí, unas cuatro mil personas marcharona la Asamblea Nacional.