Cerro Colorado, la inspiración de Yupanqui

Este precioso pueblo ubicado 160 kilómetros al norte de la capital provincial, combina paisajes de rojiza montaña, tesoros indígenas y pureza natural. Era el lugar en el mundo de "Don Ata".

Cerro Colorado, la inspiración de Yupanqui

El hombre decía que no había pago como su pago. Hablaba del Cerro Colorado, a pesar de que en el documento le figuraban otros nacimientos. Quien domó infancia y adolescencia en la provincia de Buenos Aires, abrazó la vida como en ningún otro lado aquí, en el norte de Córdoba. Con el canto, simple y profundo, agradecía ese milagro.

El hombre se llamaba Héctor Roberto Chavero Aramburu, pero se hacía tratar de Atahualpa Yupanqui.  Fue, es y seguirá siendo una de las máximas figuras de la cultura argentina y, según los que lo tantearon de cerca, el alma más sensible que haya tocado una guitarra.

Ese mismo hombre hizo del legendario pueblo su lugar en el mundo. Porque lo alucinaba de la mano de montañas rojizas y naturaleza callada, ríos poetas y paisanos puro corazón,indios presentes en los aleros de las peñascos y en los espíritus.

A nosotros nos pasa lo que a Atahualpa; aprovechamos el sentimiento, y nos quedamos a sacarle jugo.

Las sierras del norte
Viniendo desde Caminiaga, en los interiores perdidos de Córdoba, muy cerca del histórico Camino Real y entre gauchos que al facón lo llevan para carnear animales y no de adorno; el paisaje anda verde y ondulado.

La culpa de los subibajas es de las tenues Sierras de Ambargasta, que vuelven a los campos inhóspitos para el cultivo, a los caballos aguantadores en el trotar, a las palmeras caranday querendonas, a los zorros avispadísimos y a las postales sutiles .

Así, mediante camino de tierra que continúa a ritmo de tiempos idos en las calles locales, se aterriza en Cerro Colorado (la alternativa es llegar por la asfaltada y mucho menos entrañable Ruta 9). Se trata de un municipio que no cuenta ni 300 habitantes, que vive del canto de los zorzales y las catitas y de la vigilante presencia de los cerros, muy rojos y protagonistas.

Tras recorrer la placita central y las arterias de siglos viejos, las piernas sucumben ante el llamado, y se van a buscar las alturas. A tres cuadras de la explanada, el Cerro Colorado convida con una caminata, que en 40 minutos de piedras gordísimas y perfumes de primavera culmina en impresionantes vistas de los valles norteños.

El cuadro es más o menos así: verdes intensos, siluetas pícaras, ahí la cima que conforma el Veladero, allá el menudo perfil del Intihuasi (los dos, al igual que el Colorado, son vecinos de la comuna). Los fondos traen innumerables picos enanos, desconocidos y sorprendentes: ¿Quién dijo que las únicas sierras de Córdoba son las del oeste?

De vuelta en la "urbanidad", hay que seguirle la huella a los aldeanos y al Río de los Tártaros. El afluente atraviesa cristalino el poblado y por momentos deja a un solo lado el paredón terracota e imponente del cerro. Después coquetea con la pradera  y en Las Galerías se torna arroyito. Allí, las siestas son de muchísimo sol, susurros de agua y charlas con las colinas y los sauces.

Portfolio de acertijos
En rigor, Cerro Colorado forma parte de la Reserva Natural y Cultural homónima, espacio delineado para proteger un tesoro vital. Se trata de uno de los enclaves arqueológicos más importantes de Argentina, corporizado en aproximadamente 35.000 pinturas rupestres de entre 500 y 1500 años de antigüedad. Las obras fueron creadas por comechingones y sanavirones, los pueblos originarios del territorio mediterráneo.

El legado está repartido en unos 120 aleros de las montañas locales, aunque el público solo puede acceder a tres o cuatro (ver recuadro). 
Qué decir de la experiencia, portfolio de enigmáticos acertijos de tintes blancos (los morteros, al lado, cuentan cómo se creaban los colorantes), que hacen resucitar a la indiada y a las raíces de Córdoba.

Hoy maltratados por el paso del tiempo y los caprichos de la naturaleza, muestran costumbres milenarias, ritos sagrados, guerras intestinas y misterios sin resolver.

El guía, otro criollo de sabiduría intacta, explica los significados de los motivos, en base a investigaciones realizadas por arqueólogos internacionales. Los paseos se hacen obligatoriamente con guía, en horarios establecidos y de forma gratuita.

Después, las paredes exhiben la figura de un señor subido al caballo, acaso el centauro, señal inequívoca de la llegada española. Es el registro definitivo, la forma artística con la que los nativos retrataron los primeros pasos de la conquista. Al viajero se le mete un escalofrío en el cuero.

La casa de don Atahualpa
El desenlace no podía ser otro que la visita a la Casa y Museo Atahualpa Yupanqui. Una estancia recostada en plena campiña, a escasos kilómetros de la plaza principal, donde palpita la morada del cantor. Pocas y sencillas habitaciones la conforman. Los mismos amigos del poeta e hijos de éstos revelan los secretos  del poeta nacido en Pergamino (1908), sus quehaceres, sus ideas, su luz.

Acompañan cantidad de elementos personales (guitarra, partituras, fotografías, epístolas, vestimentas); una sala de videos; una biblioteca y el árbol bajo cuya sombra florecen las cenizas del antiguo propietario, fallecido en 1992.

Con todo, más hablan de Don Ata los hermosos paisajes lindantes, el rostro de la montaña, el andar del río y "El Silencio": Un paraíso apenas alejado de la casa, donde Yupanqui se iba a soñar y componer, a hacer al Cerro Colorado más lindo y eterno.

A desalambrar

"Yo no entiendo porque no dejan entrar a la gente, si lo único que crece en estos campos son yuyos", observa el guía. La reflexión surge a instancias de una charla previa: Resulta que los dueños de las tierras donde se encuentra la inmensa mayoría de los 120 aleros de montaña bendecidos por pinturas rupestres impiden terminantemente el acceso de los visitantes. Un pecado que, al parecer, estaría por terminar.

Y es que desde hace casi dos años, el Gobierno de Córdoba busca expropiar los terrenos donde descansan los vestigios dejados por comechingones y sanavirones.

Los objetivos son que puedan ser  preservados como se debe, y abrirlos a los turistas. El proyecto de ley propone declarar 522 hectáreas que rodean a Cerro Colorado como Parque Provincial, y así acabar con la prohibición. Los vecinos esperan que aquello se produzca cuanto antes.

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