Ya es un clásico. El déficit comercial de la Argentina con Brasil no es una novedad: se viene repitiendo en mayor o menor medida todos los años desde 2004 hasta la fecha.
Aunque crece y se reduce en función de factores coyunturales, como el diferencial de crecimiento entre ambos países y la evolución del tipo de cambio bilateral, el déficit argentino dejó de ser coyuntural: el desequilibrio se ha convertido en una cuestión estructural.
Y 2018 no será la excepción, ya que si Brasil crece como estimamos a una tasa del 2,4%, el desequilibrio en el intercambio será de U$S 8.600 millones, por encima del rojo estimado en U$S 7.600 millones que se proyecta para este año.
A pesar de que el resultado adverso no es sorprendente, igual genera inquietud y se plantea el interrogante: ¿Cómo puede la Argentina balancear la relación con Brasil?
No es un callejón sin salida: existe una variedad de políticas que nuestro país debe profundizar para impulsar las exportaciones hacia el principal socio comercial, como por ejemplo brindar información y capacitar a las empresas, especialmente a las pymes locales, sobre las particularidades del mercado brasileño para su acceso.
También se puede propiciar la homologación de productos con necesidad de registros específicos, equiparar el trato impositivo de productos argentinos con similares brasileños, impulsar el trato nacional para compras públicas o promover los productos argentinos.
Esas medidas deben ser inmediatas y colaborarán en mejorar la performance exportadora local en el mano a mano con nuestro vecino.
Pero sin abordar los problemas de fondo difícilmente se logre torcer una tendencia estructural. El principal desafío para la Argentina es cerrar la brecha de competitividad con Brasil.
En este sentido, el Gobierno deberá intensificar los esfuerzos por aprobar una serie de reformas que permitan dar señales de sostenibilidad fiscal, reducir costos y asegurar la rentabilidad de inversiones productivas, incluyendo una revisión de las reglas actuales que rigen las relaciones entre trabajadores y empleadores, como se ha ido consensuando en diversos sectores.
También es clave que la Argentina y Brasil logren una mayor cooperación y coordinación de políticas. El Mercosur no cuenta con los mecanismos de convergencia o los procedimientos supranacionales para resolver desbalances estructurales de la Unión Europea, por citar un ejemplo.
Pero algunas iniciativas recientes, como la creación de la Comisión de Producción y Comercio Bilateral, la agenda de armonización regulatoria, la decisión de reducir obstáculos no arancelarios y la formalización del diálogo entre empresarios argentinos y brasileños bajo el Cembrar, apuntan en la dirección correcta.
Después de todo, sin una participación equilibrada en los costos y beneficios de una mayor integración, la agenda de apertura que comienza a encarar el bloque hacia nuevos mercados podría resultar insostenible.
CC