Por Leonardo Rearte - Editor de sección Estilo y suplemento Cultura
1. Gustavo nació el 11 de agosto de 1959 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Hijo mayor del ingeniero y contador Juan José Cerati y de Lilian Clark, una de las mujeres de su vida. (La que estuvo con él hasta el último minuto. La que encontró las palabras en medio del silencio de un velorio nacional: “Yo sé que Gustavo estará presente siempre”, dijo en camino a la Legislatura porteña, donde reposaba su campeón).
Ya desde chico dibujaba muy bien. Creó un personaje de historieta llamado Supercerebro, parecido a Superman, pero con más onda. La kriptonita no le hacía nada; las medium, sí. También fue un joven hábil en los deportes (obtuvo un segundo lugar en un certamen de la revista Billiken, tras correr los 100 metros en una competición intercolegial) y se probó con éxito en coros infantiles y en las primeras banditas estudiantiles.
En 1982, tras haber probado suerte en otros grupos sub-18 de vida efímera, se propuso con sus amigos Charly y Zeta tocar un rock más The Police, más Cure. Un rock moderno, más parecido al británico que al que, a la vuelta de la esquina, tocaba Charly García. Al trío le pusieron Soda Stereo y así empezó la historia que cambiaría la historia.
Cerati fue argentino, pero el más internacional de todos. Murió pronto, quizá en la cumbre de sus capacidades artísticas, pero sin deber nada a nadie. Sin deberse nada. Murió sin edad. Nunca perdió tiempo. Supo, desde un primer momento, que siempre es hoy.
2. Su compromiso era con la música pero no sólo con la música.
La coherencia de Cerati estaba enfocada en no traicionar la visión estética de su obra. Para decirlo claro: no transó; la calidad artística nunca fue una variable de cambio en sus producciones. También hay que mencionar que esta postura (no era pose) lo separaba de propuestas musicales aparentemente más espontáneas y “barriales”; situación que fue un verdadero karma para él y para todo el rock argentino: la falsa dicotomía Redondos-Soda. Solari-Cerati. Pero él, en el último tiempo, se preocupó en cerrar esta estúpida grieta.
Estúpida como todas.
“El hecho de que a alguien le guste una banda y que eso lo ponga en una posición antagónica a otra es una gran pelotudez. Sobre todo porque estamos hablando de música. Igualmente, como yo soy cero futbolero creo que no entiendo del todo lo de la futbolización de la música. Sé que hay intolerancia en muchos niveles. Vivimos años muy jodidos, con gobiernos que ayudaron a que la gente se lobotomizara culturalmente. Esta especie de globalización peligrosa que se planteó en los 90 trajo como resultado una resaltación de valores como el chauvinismo. ‘Argentina, Argentina’ como grito, cuando realmente Argentina es otra cosa”, decía Cerati en una charla que tuvimos antes del recital de abril de 2010 en Mendoza, y que fue publicada en este diario. Sería, desgraciadamente, la última entrevista que diera en Argentina.
Y aquí radica la verdadera sabiduría del hombre que empezó cantando músicas ligeras y terminó redefiniendo el sonido de medio mundo.
Sabía que el arte es uno solo, y que intentar hacer una lectura clasista, machista o geográfica de la canción era una estupidez más grande que tres estadios de River completos. “Pero ojo, yo también soy de un barrio, de Villa Urquiza -dijo-. La gente cree que yo vengo de Barrio Norte, pero no. Tuve mi formación musical en barrios característicos donde nacieron un montón de bandas, así que nunca entendí, del todo, eso (de que nosotros no fuéramos) del rock barrial”.
3. Un fanático de Soda propuso, a través del sitio de peticiones Change.org, que se cambie el nombre del porteño Centro Cultural Presidente Néstor Carlos Kirchner (ex Palacio de Correo), por el de Gustavo Cerati. El formulario ya cuenta con más de 27 mil firmas y siguen. Muchos kirchneristas lo han vivido como una provocación, porque hace meses que el gobierno de Macri está buscando la vuelta para intentar bajar el cartel de CCK y poner... el que sea. Sinceramente, me importa muy poco que la lujosa construcción se siga llamando CCK o no. Pero me parece positivo cualquier intento por reflejarnos, como comunidad, más en artistas. Tal vez encontremos, en este tipo de figuras, la inspiración que necesitamos para zanjar tantas encrucijadas.
Porque de las grietas, como de cualquier laberinto, se sale por arriba. Se sale levantando la cabeza. Y en Argentina existen y existieron artistas que nos enseñaron precisamente eso: a elevarnos. A pensar menos en divisiones y más en puentes.