Cenicienta, son las 12

Cenicienta, son las 12

La primera usina generadora de inflación es el Estado en sus distintos niveles de administración.

Los ajustes de impuestos y tasas de servicios tanto a nivel nacional como provincial y municipal son escandalosos y van a terminar de alimentar aún más el crecimiento sostenido de los precios.

De allí que resultan, cuanto menos, ofensivas las declaraciones del jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, al justificar la suba en los peajes a los accesos a Buenos Aires y señalar que la suba de tarifas se debe al alza de la inflación.

Es precisamente al revés. La suba abusiva de tasas e impuestos es la que genera inflación. El ajuste de gabelas responde a la necesidad de financiar un excesivo gasto público improductivo debido a una pésima administración estatal, una continuidad del régimen kirchnerista.

Los aumentos que han puesto en práctica las distintas administraciones superan ampliamente las proyecciones que maneja la Casa Rosada.

Los incrementos impositivos y las tasas de servicios se ajustaron en más de un 30 por ciento cuando la hipótesis de inflación máxima para el Gobierno nacional fue fijada en el 17 por ciento.

Los aumentos de tarifas ofrecen el mismo panorama al superar ampliamente cualquier hipótesis, dejando como un único amortiguador de esos incrementos al salario y las jubilaciones.

El Gobierno está enredado en su propia madeja de impericias. No supo entender la magnitud de la crisis heredada del kirchnerismo, no la supa explicar y no la supo corregir. El gradualismo resultó fatal y sólo sirvió para demorar un inevitable ajuste de las cuentas públicas.

Está claro que los márgenes se estrechan para la administración Macri que, lejos de achicar el gasto estatal, lo amplía y pretende detener la dinámica inflacionaria con un deterioro del tipo de cambio y de los salarios.

Pero el gobierno insiste en su performance de yerros, con el objeto de no tocar el tipo de cambio. La combinación atraso cambiario e inflación en dólares produce situaciones irritantes como los recientes subsidios a las empresas de ómnibus de larga distancia y a los productores de soja.

Con el anclaje del tipo de cambio, las autoridades buscan que los salarios sean la variable de ajuste. Es lo que se llama en la jerga académica una "devaluación compensada", esto es, no tocar la paridad nominal y ajustar el resto de las variables como impuestos, precios, tarifas, todo ello con un único deterioro: el salario real. La maniobra constituye un infantilismo mayúsculo y puede aparejar un aumento de la tensión social, poco confortable para un año electoral, en el cual el oficialismo se juega su propia supervivencia.

No son casuales, entonces, la grosería cometida con el ajuste del haber jubilatorio, ni el conflicto bancario, ni el docente, ni mucho menos la jornada de protesta-paro que lleva adelante la CGT para el próximo 7 de marzo.

Las proximidades de las discusiones paritarias auguran un otoño muy ardiente.

La falta de un ajuste de las cuentas públicas y el privilegio de las apetencias políticas sobre la realidad económica, transformó a Cambiemos en Kontinuemos, una versión edulcorada del régimen kirchnerista, con escándalos de corrupción incluidos.

El uso del tipo de cambio como anclaje inflacionario no resultó efectivo y terminó en ajustes aún más brutales. La historia de los últimos 40 años parece replicarse ahora. Rodrigazo, Martínez de Hoz, los planes Austral y Primavera, la Convertibilidad y Kicillof, son una muestra elocuente de los fracasos por haber utilizado ese mecanismo.

El anclaje cambiario es una tentación porque genera un efecto ficticio de riqueza. Pero no es más que un espejismo. Cuando den las 12, la "Cenicienta dejará de ser princesa", y todo volverá a la realidad.

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