Viernes a la noche. Viento húmedo y tormentoso. Adentro, en un coqueto departamento de Retiro, hay fiesta. Ella es una más entre los grupitos animados por la charla y el vino.
Toma uno que otro trago de mezcal, apura un bocado del taco que tiene entre sus manos y ríe mientras desliza alguna simpática ocurrencia, con su voz de contralto y ese canto detenido en los acentos, tan rítmico en su cadencia, como es el mexicano.
“Gracias, manita”, le dice a una de las amigas del grupo. Recibe otra copita de mezcal y continúa el relato. Tan deliciosamente expansiva y amable es Cecilia González que, en pocos minutos, se siente la tibieza de su mirada afectuosa, como si se tratase de una amiga de años.
La charla va entre el amor incondicional hacia Woody Allen, las recetas mexicanas que promete preparar (le encanta la cocina, y ha escrito sobre eso), las peripecias de algunos viajes, los detalles sobre las milongas porteñas que frecuenta, de tanto en tanto. Cecilia baila tango, y lo enseña allí en donde hace más de diez años que tiene residencia: en la mismísima patria del género orillero que es Buenos Aires (brilla el orgullo de la provocación en sus ojos retintos).
Pero hay más sorpresas guardadas tras la sonrisa transparente y franca de Cecilia. Es que en esta mujer palpita también la curiosidad por los temas ásperos de su oficio periodístico. “El libro no es una crónica, es periodismo de investigación con capítulos cronicados”, dice.
De lo que habla esta chaparrita adorable, en esta noche elegante que transita por el corazón del mapa porteño, es de su extensísimo y arduo trabajo: cinco años de tránsito por los tribunales federales, entrevistas a jueces y fiscales, y rastreo de las huellas narco entre la geografía de México y la Argentina. “Estuve monotemática todos esos años -cuenta, entre risas-. Me la pasé hablando de drogas y narcos con los amigos: les pido perdón”.
Otro de sus orgullos, como lo es la gastronomía y el tango. Otro logro que, esta vez, se ha transformado en libro, bajo la guía certera de Marea Editorial (“la guía de Constanza Brunet ha sido inestimable”, apunta ella). Se llama “Narcosur: la sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina”.
Tan tremendo título, que preanuncia un apasionante recorrido por los ocho capítulos que componen “Narcosur...”, merecen más que la charla casual durante una fiesta bulliciosa. Vamos a por ella. Ya es miércoles. Ahora el teléfono nos conecta con la voz templada y dulzona de Cecilia.
-¿Cómo surgió esta monumental idea que es "Narcosur"?
-El libro comienza con una historia bizarra que sucedió en México en 2006. Tuve que escribir sobre un operativo en el que descubrieron casi 206 millones de dólares en efectivo, en la casa de un chino nacionalizado mexicano. Y resultó ser el acusado principal de la venta de efedrina a los cárteles mexicanos. A raíz del operativo y la detención, el gobierno de México cerró la importación de efedrina. Esto provocó la llegada de los narcos a la Argentina.
Sí: “Breaking bad” no es sólo una ficción para atrapar audiencias globales, sino la realidad que coexiste en paralelo con nuestras vidas cotidianas. Y, con ese alucinante caso de contexto, es que Cecilia González arranca esta historia apasionante, sobre las fronteras oscuras que vinculan a nuestros países.
“Narcosur...” echa luz sobre resonantes casos nacionales: el descubrimiento de un laboratorio de drogas sintéticas en una casa quinta en Ingeniero Maschwitz en 2008, el triple crimen de los empresarios Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón (también en 2008, en Gral. Rodríguez), entre más.
El caso del chino, que menciona Cecilia, sucedió en 2007. “En ese momento en la Argentina ya había grupos vinculados”, comenta.
-¿Esa nota, sobre el chino y sus 206 millones de dólares, fue lo que te movilizó a escribir el libro?
-En realidad cuando salió el tema de la efedrina hice notas para la Agencia de forma normal, sin involucrarme.
Lo que pasó es que la guerra contra el narcotráfico en México, durante los seis años del presidente Felipe Calderón, se transformó en una tragedia social en mi país. Dejó decenas de miles de desaparecidos, el hecho de que mi país sea el más peligroso para ejercer el periodismo, que el 95% de los casos no se resuelvan, los muertos o asesinados, son los que me movilizaron.
Cada vez que iba a México, dos veces al año, me encontraba con estas cosas. Yo nunca me he separado de mis compañeros periodistas de allá. En 2009 participé de una marcha inédita de periodistas, de todos los medios, en la que pedimos protecciones, respeto y garantías para nuestro trabajo.
Yo estaba siguiendo aquí un caso atractivo, pero con muchas reservas, y en ese momento, en esa marcha, me dio vergüenza de tener miedo. Yo estaba en Argentina, mientras que en México a mis compañeros los estaban matando, amenazando y exiliando. Sentí la obligación ética de hacer este libro; siendo mexicana, es una forma de sumar al acervo de mis compañeros.
-¿Y, siendo mexicana, no has tenido miedo de abordar este tema y hacerlo público de esta forma?
-Claro que me tengo que cuidar, pero el cuidado viene del hecho de no manejar información de manera irresponsable en mi investigación. No hay acusaciones temerarias, no hay especulaciones. Todo el trabajo está basado en sentencias judiciales, en entrevistas, en datos serios y contrastables.
-Uno imagina que una investigación así es casi de película: infiltrada en el mundo oscuro de los narco... ¿Así fue?
-No. Eso también fue parte de los cuidados que una debe tener para trabajar estos temas. De hecho, se han armado protocolos de seguridad para trabajar. La idea no era ponerme en riesgo: no soy una heroína, y ahí marqué mis límites. Lo que busco con este libro es informar al público argentino sobre lo que pasó, y cómo de intrincado es lo que pasó. Hay mucha información: además de la efedrina, y lo del triple crimen, está la mafia de los medicamentos, el financiamiento en 2007 de la campaña de la presidenta Cristina Fernández. Es bien complejo todo este tránsito y lo que trato es de dejarlo en claro.
-Decís que hay fuentes judiciales, ¿cuáles?
-En el libro hay información y descripción sobre distintas causas. Estuve presente en los dos juicios que hubo por la ruta de la efedrina, porque en ellos estaban implicados los mexicanos. En el triple crimen de Gral. Rodríguez no hay mexicanos acusados.
Pero también hice entrevistas a fiscales, jueces, abogados, funcionarios argentinos y mexicanos, policías. Leí muchísimos libros y los expedientes judiciales de todos los casos anteriores; además de los documentos oficiales.
-¿Y cómo hiciste para darle forma a tanta, y tan árida, información; para convertirlo en un libro interesante para los lectores?
-El libro no es crónica. Es periodismo de investigación más tradicional con algunos capítulos cronicados.
-¿En qué capítulos has elegido el relato y en cuáles el registro periodístico puro?
-Hay un capítulo en el que cuento (piensa, y comienza a relatar)... En el ’97 vino a la Argentina ni más ni menos que “El Señor de los Cielos”: Amado Carrillo Fuentes (se refiere al narco mexicano que fuera líder del Cártel de Juárez). Estuvo aquí durante meses y lavó millones de dólares. El caso quedó impune, los acusados salieron, no hay juicio.
Esa es una de las claves del libro. Pero esto, por ejemplo, no lo puedo cronicar porque no lo viví. Entonces apelo a la nota informativa, la entrevista de pregunta y respuesta. Respecto a la presencia del Cártel de Juárez en Argentina entrevisté al juez (Rodolfo) Canicoba Corral. En realidad el libro es un ejercicio periodístico en el que hago uso de todos los géneros.
-En este largo proceso de investigación, ¿cuáles fueron las cosas que más te llamaron la atención?
-Bueno... la entrevista a Canicoba Corral fue una de ellas. Porque él, en nuestra charla, reconoce que la lucha contra el narcotráfico esta obstaculizada por la competencia que hay con la Policía Federal y la posición de Estados Unidos, México y la Argentina.
También dice que siempre ellos van detrás de los narcos. Otra cosa que me sorprendió fue cómo se gestó el negocio del “Rey de la Efedrina en la Argentina” (se refiere a Mario Segovia, condenado junto al mexicano Jesús Martínez Espinoza,por el caso del laboratorio en Ingeniero Maschwitz, que enviaba efedrina de contrabando hacia México).
Conseguí los datos de cómo empezó el negocio. Fue con mails que se enviaba con su cómplice mexicano. Ver los intercambios de esos correos me dio una dimensión increíble de cómo es ese submundo delincuencial. Se escribían cosas como “ahora te mando los millones”, y tal. Me impresionó: fue como escucharlos hablar a través de sus correos electrónicos.
-¿Y cómo llegaste a Marea Editorial?
-Antes lo ofrecí a tres o cuatro editoriales en Argentina, y la respuesta fue que el tema no les interesaba. Ni siquiera fue por una cuestión de temor, eso lo entendería. Recuerdo que en una de esas editoriales la respuesta fue: “No creo que sea interesante la mirada de una mexicana sobre el narcotráfico en Argentina”.
Sorprendente. Y a Marea llegué de un modo muy gracioso. El periodista Cristian Alarcón me presentó a Constanza (Brunet, la directora editorial de Marea) y yo le iba a ofrecer una crónica de tango, que aún tenía como idea, no escrita. Charlando, le conté de este libro. Ella me lo pidió, le gustó y acá estamos. Su ayuda, como editora, fue importantísima.
Y acá estamos, con este libro y documento periodístico en las manos, de un valor inestimable para entender el mundo en el que transitamos, a través de las articulaciones del poder que no se ve; pero, además, de un material escrito que se deja leer con pasión y en un solo tranco, como quien bebe ansioso para calmar la sed.
“El narcotráfico es una especie de monstruo que desde hace años deambula y se multiplica en México.
En Argentina, conforme pasa el tiempo, ese monstruo asoma la cabeza con mayor frecuencia.
Los organismos internacionales y el gobierno insisten en que este sigue siendo un país de paso, no de consumo ni de producción.
Y quizá tengan razón. El problema es que los narcos pasan cada vez más seguido, y cada vez más cargados”, se puede leer en el arranque del Epílogo de “Narcosur...”. Nos quedamos pensando, leyendo, con el eco de la risa diáfana y encantadora de Cecilia González. Su voz, su pasión, nos ha quitado la inocencia en esos asuntos en los que es preciso llegar a la adultez. No es poco.