El 15 de abril un incendio devastó, durante quince horas, la catedral de Notre Dame, en París. Se perdieron invalorables obras de arte y reliquias, aunque resistió la vieja estructura de siglos.
El evento constituyó una noticia de difusión mundial.
Esta catedral está considerada no sólo como el emblema de París, sino como símbolo de la nación, estrechamente ligada a los principales acontecimientos de su historia.
Su edificación comenzó en 1163 y para 1260 ya estaba terminada en su mayor parte, aunque se terminó en 1345.
Se modificó de manera frecuente a lo largo de los siglos siguientes, por renovaciones y por la evolución del gusto dominante.
En 1845 comenzó una restauración, que se prolongaría un cuarto de siglo, reparando elementos dañados e incorporando una nueva aguja de 96 metros de altura y las célebres gárgolas (esculturas de piedra, en altura, representando seres imaginarios, decorando y permitiendo desaguar los tejados). Estas esculturas se salvaron ahora de sufrir daños, al haber sido desmanteladas para su restauración.
El célebre escultor Auguste Rodin manifestaba que “las catedrales son la misma Francia”.
En mayo tuve oportunidad de viajar a París. Entonces me preguntaba: ¿Persiste esa afirmación de Rodin, tal como fue formulada hace unos 150 años? ¿Está tan enraizada Notre Dame en los franceses como para afectarlos emocionalmente en forma profunda?
Desde luego, averiguar la magnitud de este involucramiento emocional hubiera requerido una investigación de mercados, muy lejos, obviamente, de mi alcance. O quizás, como sondeo inicial, algunos “focus group”, con tanta vigencia últimamente en el ámbito político. Pero quizás fuera pertinente buscar algunos indicios, que sirvieran para afirmar la razonabilidad de esa hipótesis, planteada como pregunta más arriba.
¿Sería un buen indicativo acaso el ofrecimiento de varios millonarios de efectuar donaciones por cientos de millones de euros? Elogiable, pero quizás ese ofrecimiento, de paso todavía no concretado, es sólo una toma de conciencia de la inequidad de la creciente desigualdad de la distribución de la riqueza.
¿Podría ser un indicio la enorme reconstrucción a escala, mediante ladrillitos de plástico, en la sucursal de una conocida marca ubicada en el centro comercial Forum Des Halles? La misma empresa diseñó ahora y puso en venta un “set” para construir la catedral, un pequeño modelo de 172 ladrillitos declarando un costo de quince euros y un precio de treinta euros, veinte de los cuales se donarán a “los amigos de Notre Dame”. Pero esto más bien me pareció una forma típica de promocionar su producto y entusiasmar a los niños que nunca obviamente les permitirán llegar a construir el modelo mayor, ya que requiere miles de ladrillitos y otros accesorios.
¿Podrían ser los proyectos presentados por doce estudios de arquitectura, para la reconstrucción? Aunque ello pueda considerarse un aporte solidario, tendría la recompensa de un espaldarazo de prestigio internacional por lo que también lo deseché.
Decidí, uno de esos días, ir a la catedral, circundada por un cerco que limitaba el acceso. Ahí tuve el primer indicio. Entre una abigarrada multitud vi a dos ancianas, una de las cuales aferraba con una de sus manos, a una pequeña niña, vestida con uniforme escolar. Me aproximé unos metros. De los ojos de las dos ancianas, que miraban la catedral, caían elocuentes lágrimas y esto se repetía en la pequeña, que miraba a estas abuelas. Sí, acá había emoción, uno de los tres componentes de una actitud (conocimiento, emoción y predisposición a actuar).
Regresé pensando que había avanzado. Al otro día concurrí a un supermercado de los pequeños, llamados de vecindad, que en la planta baja desplegaba lo que no es comestible. En el subsuelo, la parte de comestibles con sólo tres cajeras y un sector de pago automático, en donde los clientes por sí mismos chequean la mercadería y pagan con su tarjeta.
Me estaba preguntando cómo se evita, en este sector, alguna omisión u olvido de los clientes ya que el local no tiene esas barreras electrónicas que vemos en Mendoza, que advierten estentóreamente que un producto no ha sido chequeado, cuando ingresó un niño de unos ocho o nueve años. Se dirigió resuelto al extremo de góndola cercano a las cajas, tomó dos barras de chocolate y, con un billete de diez euros en la mano, se ubicó en una de las colas para pagar. En ese momento se acercó a una enorme urna de acrílico, con billetes en su interior, al lado de las cajas y comenzó a leer un cartel que informaba que se recolectaban fondos para la reconstrucción de la catedral. Entonces, luego de lo que me pareció un breve titubeo, depositó en la urna el billete de diez euros que tenía en la mano, repuso las dos barras de chocolate en la góndola y abandonó el local. Me hubiera gustado tener un francés fluido para llamarlo, felicitarlo y obsequiarle los chocolates que había abandonado, pero había quedado inmóvil, impactado por su acción.
Ese desprendimiento y donación era el gesto que completaba mi intuición: ¡Notre Dame es la Francia!
Ocurre que Francia es un país solidario, lo cual se manifiesta de muchas formas. Así, por ejemplo, en cada emprendimiento inmobiliario de más de 800 m2 obligatoriamente debe destinarse un 20% a viviendas sociales, ubicadas en planta baja y primer piso. Éstas son adquiridas por la municipalidad y alquiladas con una reducción del 40% de los precios de mercado. Hay una contratación de una empresa para mantenimientos, que son pagados por los inquilinos y estos, además, deben contratar un seguro por posibles daños a vecinos por problemas en su departamento.
También hay un subsidio RSA, ingreso de solidaridad activa, que se da a mayores de 25 años, sin recursos, con el compromiso de contactar a una asistente social para hacer un proyecto de inserción vía una formación o buscar empleo. Además, lógicamente el seguro de desempleo.
Interesante, como tantas cosas de este país y digno de imitar, ya que contribuye a aminorar las desigualdades sociales.