En pocos días, dos ciudades de Chile sufrieron acontecimientos que calaron hondamente tanto en la población de ese país cuanto en las repercusiones internacionales, mucho más en el caso de Mendoza en razón de que, por nuestra cercanía geográfica, estamos preocupados por lo que sucede con nuestros vecinos.
El terremoto que afectó el denominado Norte Grande demostró cómo la población está preparada para enfrentar ese tipo de eventos naturales. Posteriormente, el incendio en algunos cerros de Valparaíso, en este caso con un saldo mayor de víctimas, también dejó sus enseñanzas, porque develaron las serias deficiencias que genera un crecimiento descontrolado, sin planificación urbana.
El terremoto que afectó a Arica e Iquique fue uno de los más violentos de los últimos años y dejó en claro la existencia de reglamentaciones exigentes en cuanto al tipo de construcción, mientras se advirtió un aceitado mecanismo de reacción por parte de los habitantes. Hubo derrumbes, pero la utilización de elementos “livianos” otorgó mayor seguridad a la población.
Una situación similar, en lo que a seguridad se refiere, se vivió en aquellos sectores en los que abundan los edificios altos. En lo que hace a la reacción por posibles tsunamis, también se advirtió que no hubo desesperación, que cada uno sabía lo que tenía que hacer y que esa situación derivó en que no se produjeran situaciones conflictivas en los accesos, que muchas veces suelen provocar más víctimas que el propio terremoto.
En ese esquema, cabría preguntarse si la población de Mendoza está lo suficientemente preparada para reaccionar en modo similar, más aún teniendo en cuenta que residimos en una zona expuesta a ese tipo de fenómenos naturales, con excepción de los tsunamis, por supuesto.
A fuerza de ser sinceros, debemos reconocer también que las normas de construcción en la provincia son lo suficientemente exigentes en lo que a prevención sísmica se refiere, a pesar de que existen algunas villas de emergencia o barrios “improvisados” en que ese tipo de reglamentaciones no es tenida en cuenta.
Lo sucedido en Valparaíso no respondió a ningún fenómeno natural sino a la necesidad de pobladores de mínimos recursos económicos que construyeron sus precarias viviendas sin ningún tipo de planificación, con el agravante de que lo hicieron en sectores donde abundan los pastizales y bosques de eucaliptus que generaban un peligro constante, como finalmente sucedió.
De acuerdo con lo señalado por los especialistas y técnicos que participaron en las tareas de ataque a las llamas como a las de apoyo a los pobladores, gran parte de los problemas surgieron como consecuencia de la inexistencia de calles por las cuales circular y a la carencia de servicios mínimos, entre otros. Los hechos constituyen una advertencia seria para la provincia.
También en Mendoza se observa el crecimiento de algunas villas sin ningún tipo de planificación, con calles intrincadas y con viviendas precarias, construidas con elementos de rápida combustión y que generarán serios inconvenientes en caso de que se plantee una situación similar a lo que ocurrió en el vecino país.
Los mendocinos debemos estar advertidos. Se encuentra en discusión un plan de ordenamiento territorial y el interés quedó evidenciado por la participación en la audiencia pública de más de un centenar de oradores.
La discusión se centró en temas como el agua, la minería y el desarrollo inmobiliario sobre la zona productiva, aspectos esenciales para una Mendoza con vistas a futuro, pero no pueden obviarse ni dejarse de lado los relacionados con el necesario y exigente ordenamiento territorial que establezca pautas y exigencias severas respecto de los lugares donde pueden radicarse algunas poblaciones, especialmente los barrios precarios. La prevención es esencial en este tipo de situaciones.