Mendoza tiene el privilegio de tener en su territorio a la montaña más grande de esta mitad del mundo. Una casualidad geográfica que hemos sabido transformar en un factor de desarrollo a largo plazo. Genera riqueza de distintas maneras, a cambio de un costo ambiental más o menos acotado. Es decir, aunque le sacamos varios pollitos por temporada, no hemos matado a la gallina de los huevos de oro.
Cerca de 7.000 personas pagan su permiso de ingreso al Parque. La gran mayoría son extranjeros. Casi todos pasan al menos dos noches en hoteles de Mendoza y al menos una en Penitentes o Puente del Inca. Los visitantes cenan en restaurantes, utilizan transfers, visitan bodegas y compran en supermercados. Contratan servicios (mulas, campamento base o la expedición guiada completa) a empresas locales.
Es un movimiento comercial relevante. Pero en mi opinión el Aconcagua produce una riqueza mas significativa: los sistemas humanos en torno a esta gran montaña de 7 km verticales. Tenemos un manejo ambiental que mantiene bastante limpio el cerro (hay quejas, pero hay que verlo en contexto. No sé en otros países, pero aquí el manejo de los recursos naturales es siempre un equilibrio de intereses, y el criterio científico de conservación casi nunca es el más poderoso de los jugadores).
Tenemos una industria que nos emparenta con lugares como Nepal, Alaska o la Patagonia. Me da orgullo y entusiasmo ser parte de esta logística compleja, que va desde el manejo de mulas con tecnologías ancestrales hasta una red comercial con operadoras de montaña de todo el mundo, pasando por abastecer de huevos y tomates frescos a campamentos a 5.000 metros, coordinar rescates en helicóptero y sobre todo atender a personas de todas las naciones.
Y los oficios del cerro. Tener a esta montaña en nuestra tierra generó que Mendoza se transformara en un polo de formación de montañistas, en sus aspectos deportivo y competitivo y como guías de montaña. La expresión institucional de este desarrollo es la Escuela de Guías de Mendoza, que lleva 20 años generando profesionales de alto valor agregado en algo tan delicado como la gestión del riesgo. Me gustaría mencionar como referentes a dos guías y formadores de guías: Lito Sánchez y Horacio Cunietti. Ambos han pisado más de 50 veces la cumbre del Aconcagua y sin embargo siguen saliendo al monte por placer.
En cuanto al significado del Aconcagua para mí: pude conocer la cumbre gracias a una cobertura que hice para Los Andes -la llegada del 2000- cuando era periodista. El mundo que descubrí me terminó de convencer de dejar la profesión y dedicarme a los servicios de montaña. Visto en perspectiva, fue bueno para todos. Yo cambie la oficina por el campo abierto, y el diario se salvó de un fabulador que inventaba historias para salir unas horas al sol…