El vino es la bebida nacional, no puede ser que la castiguen de esta forma. Nos representa en todo el mundo. En este momento en que usted está leyendo esta nota, exactamente ahora, en miles de países del mundo alguien está brindando, alguien está festejando, alguien está encurdándose con vinos argentinos. Es un buen embajador de todos nosotros.
Alguna vez dije que es la fiesta de la sangre, porque está presente en la gestación de los buenos momentos.
En nuestro folclore es cita acostumbrada de los cogollos y de los aros, dos formas de cuyanìa que perduran.
“Unos toman por tristeza, /otros toman de alegría / yo tomo porque me gusta / esa es mi filosofía”.
“Se puede beber el cielo / si ese cielo es mendocino / la noche suma universos / con las estrellas del vino”.
“Está el tiempo dormitando / en los racimos maduros / la viña está preparando / todos los brindis futuros”.
“Que lo sepa aquel que viene / a probarnos con su boca / el que bebe vino, bebe / la sangre de mi Mendoza”.
No puede ser que, desde Buenos Aires le pongan trabas a su comercialización con un impuesto que duele. Le duele al bodeguero, le duele al viñatero, le duele al vendimiador y habrá de dolerle a todos los que lo consumimos de buena sed.
El vino bueno no depende de una cosecha especial o de una bodega o de un enólogo, depende, exclusivamente, del horario de la noche. A las diez, cuando comienza el asado, uno puede distinguir un vino bueno, su grosor, su color, su bouquet, a las cinco de la mañana todos los vinos son buenos.
Dicen algunos que el vino produce malestar, yo creo que están equivocados, produce más bienestar que malestar, nos provee de vitalidad y alegra la vida. ¿Qué más se le puede pedir a una simpleza nacida de algo tan simple como un grano de uva? ¿Ah? Pero aunque produzca algún inconveniente, dice el verso popular:
“De todos los males que hay en el mundo / el mal de Chagas, el mal de Alzheimer, el mal querer / Yo prefiero que me agarre una epidemia / De mal bec”.
Y le agrega defensa a su bondad la simple copla cuyana:
“En cada trago que damos / el vino se sacrifica / el trago muere en nosotros / para darnos nueva vida”.
No puede el vino ser considerado como una bebida más. Yo les voy a dar argumentos: al vino lo recomienda la Organización Mundial para la salud, el vino es noble, ayuda a la digestión, oxigena la sangre; es una bebida saludable, es un alimento. Alguna vez el mismísimo Pasteur dijo que era la más sana e higiénica de las bebidas.
Como dijimos, el vino es la fiesta de la sangre, uno se siente íntegramente uno cuando toma un buen vaso de vino; el vino propicia la charlas, las sobremesas jugosas donde la vida cuenta su historia, el vino habita la tonada: no hay tonada sin cogollo y no hay cogollo sin vino, por lo tanto tiene que ver íntimamente con la cultura cancionera de nuestros pueblos; el vino favorece los buenos augurios y las celebraciones; no hay brindis sin vino; el vino está presente en la misa nada menos que como la sangre de Dios; el vino procura las mejores poesías, seguramente las mejores poesías hacen mención al vino. El vino es una de las pocas satisfacciones de los pobres, esos que no tienen para entonarse bebidas con marcas extranjeras y fortunas en las barras de precios; el vino es nuestro, es una de las palabras que justifica la palabra nosotros.
Si después de todo lo hecho siguen insistiendo con el impuesto al vino es que desde donde atiende Dios, no entienden, ni una pizca la idiosincrasia de Cuyo.
Como dice mi amigo Valentín, en vez del impuesto al vino, al vino hay que imponerlo.