Que el Lihué es un barrio conflictivo no es una novedad. Desde hace tiempo figura identificado como una zona roja por las autoridades.
Tiene casi 30 años desde su fundación, después del terremoto que en el '85 provocó graves daños en el Gran Mendoza. Y de un simple asentamiento precario las construcciones se fueron multiplicando y hoy suman miles las familias instaladas aquí.
Y son los propios vecinos los que denuncian estar "cautivos" por los delincuentes que conviven dentro del mismo. Porque había algunos códigos de convivencia que se respetaban pero ahora, a la luz de esta historia, parecen olvidados.
Los tiros son algo "común" en las noches pero también se pueden escuchar a plena luz del día.
Los asaltos a la gente que, descuidadamente o no, llega a transitar por sus calles, son muchos más de los que se denuncian.
La guerra entre las bandas suma enfrentamientos que, muchas veces, terminan con muertos y heridos graves.
Sin embargo, hasta ahora los vecinos no se veían molestados por estos grupos que actúan a cara descubierta y con la obscena exhibición de armas de fuego de todo calibre y a cualquier hora.
Hace un par de semanas una familia sufrió el ataque de una banda que le incendió la vivienda, arrojando al interior de la misma una botella con nafta, es decir un bomba molotov. Hoy la familia optó por poner la casa (o lo que quedó de ella) en venta y buscar otros horizontes.
Menores asaltados
Una situación similar vivió este viernes una mujer llamada Juana y dos de sus hijas.
Era tarde, casi de noche cuando, como todos los días, Juana junto con una de sus hijas con un bebé en brazos recorrió las siete cuadras del barrio para ir a esperar a su otra hija a la parada del micro, ya que venía de trabajar en una escuela pública.
En el camino de regreso y poco antes de llegar a la casa, al observar a varios jóvenes (ninguno mayor de edad) sobre el techo de una casa optaron por caminar por la calle embarrada. Pero fue un vano intento de resguardo. De pronto, cuatro o cinco sujetos se abalanzaron sobre las mujeres. Uno tenía un cuchillo y el otro un arma de fuego. A los gritos las tiraron al piso, tratando de sacarle la mochila a una de ellas. A Juana la palparon por todos lados en busca de plata, mientras que las dos menores fueron golpeadas y arrastradas por la calle. Al final se llevaron la mochila como único "trofeo".
Juana y sus hijas alcanzaron a entrar a la casa, con miedo y entre el llanto de los más chicos deliberaron en familia sobre hacer o no la denuncia por lo sucedido. Al final, como mucha gente, optaron por el silencio ante las autoridades y así poder evitar algún tipo de venganza, mientras que ahora con los avisos del diario buscan algunas opción para abandonar el barrio, porque "aquí -dijo Juana- ya no se puede vivir".