Había una vez, dos sueños. Uno: llevar a escena un texto de la dramaturga y directora porteña Romina Paula (cuya faceta actoral conocimos través de la película “El estudiante”). Y otro, pegadito a éste: inaugurar un espacio cultural. Estos deseos encienden el estreno de
“Algo de ruido hace”
, obra dirigida por
Natasha Driban
y
Valeria Portillo
, que hoy sube escena en el Espacio Molinelli (Alvear 2011, Godoy Cruz), donde fuera el taller de la artista plástica.
En ese rincón del mundo, la escultora soñaba, fundía y creaba sus obras (muchas de ellas están dispuestas a los ojos del espectador), y se encuentra ubicado a unas pocas cuadras de La Casa Violeta; escenario que sostienen, con garra, Gabriela y Andrea Simón (Paraguay 1478). Su inauguración anima un tercer sueño: la creación de un circuito de salas independientes en Godoy Cruz. Por qué no.
El tono sauvecito y entrecortado de Driban carga emoción: “Inaugurar este museo es abrir un espacio de creatividad e intimidad que sigue latiendo no sólo en cada una de sus esculturas, sino también en cada pared y cada objeto que mi madre dejó. Significa, además, plasmar un camino propio de trabajo en lo artístico y en mi caso, en lo teatral, con esa herencia tan impresionante a cuestas”.
En ese escenario -o como prefiere decir ella, “espacio intervenido”- las actrices calibraron uno de los montajes más elogiados de Paula (participó del Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires).
“Algo de ruido hace” transcurre en los ‘80, en una casa al pie de la montaña (en la versión original, en la costa atlántica; y este fue uno de los pocas modificaciones que las directoras realizaron). Es una de esas historias mínimas que se potencian en la complejidad del vínculo: tres integrantes de una familia (dos hermanos y una prima) se encuentran después de algunos años. La reunión es motivo suficiente para desatar el conflicto.
“Es una obra en la que la muerte, y sus consecuencias, está presente. Ronda en torno a lo que desencadena en estos hermanos, la pérdida de su madre. Desde ese lugar, la obra nos interpela”, adelanta Portillo.
Driban lo vio 2008, en Buenos Aires, y se sintió fascinada. Por entonces, ella ampliaba su formación actoral con Augusto Fernandes e integraba El Cuervo, la sala de Pompeyo Audivert. “La obra me cautivó pero no supe por qué. Ahora entiendo que se trata de la transfiguración de un duelo; por la temática y por lo que significó el ‘ruido’ en los procesos creativos de mi madre: ella siempre estaba golpeando metales, soldando”.
Pero hay otros ‘ruidos’: y son los que nos deja el recuerdo, la experiencia, las elecciones. “En definitiva -dice ella- todo nos hace ruido”.
Como la puesta original, la de Driban y Portillo es una obra de cámara, decididamente intimista (sólo apta para 15 espectadores), pues está montada en un pasillo con ventanal donde Molinelli realizada sus esmaltes sobre metal. Guadalupe Carnero, Joaquín De Lucía y Cristian Máximo asumen aquí, los personajes que antes moldearon Esteban Bigliardi y los “Farsantes” Pilar Gamboa y Esteban Lamothe (junto a Paula, protagonista de “El estudiante”). Y lo hacen desde un registro realista.
“Fue un gran y enriquecedor aprendizaje para ambas: compartimos decisiones, pensamientos, discusiones y acuerdos”, comenta Portillo sobre el proceso de creación que emprendieron tres meses atrás. Sin embargo, no es la primera vez que las actrices comparten un proyecto: en 2008 trabajaron en la premiada “Llanto de perro”, bajo la dirección de Juan Comotti. Ahora, en cambio, nos invitan a espiar por la cerradura de esta casa tomada.