Existe una amplia variedad de casos en los que se desmanteló a grupos de narcos o cayeron sus líderes después de mucho tiempo de investigación. En mayo de 1996, Mendoza fue escenario de una red de tráfico de estupefacientes que tuvo lugar en el consulado de Bolivia, ubicado en el departamento de Godoy Cruz.
Eduardo Rivas Graña fue el cónsul del país vecino en nuestra provincia desde los '80 hasta el día que se destapó todo cuando la Policía Federal, con la ayuda de un infiltrado, logró descubrir casi 10 kilos de cocaína en su despacho.
La ruta de los 10 kilos
Toda la investigación comenzó cuando el infiltrado de la Federal aseguró que se corría un fuerte rumor de que en el consulado de Bolivia había droga. Ese dato encendió la mecha de una pesquisa que fue autorizada y dirigida por el juez Roberto Burad.
Con la ayuda del mismo "soplón" se pudo descubrir que los estupefacientes habían sido traídos desde Bolivia por el mismo Rivas Graña junto con Víctor Hugo Fernández, un mendocino amigo del cónsul. La finalidad de la venta estaba apuntada a un bodeguero sanjuanino, pero como no pudo concretarse, estos se vieron obligados a volver a Mendoza con los 10 kilos de cocaína de máxima pureza y decidieron ocultarla en la delegación boliviana.
La intencionalidad de la venta de todo ese kilaje de cocaína era algo de esperar, ya que se había frustrado el negocio con el comprador original. Esto hizo que Fernández, a quien el cónsul había delegado para que vendiera la droga, cayera en una redada perfectamente armada en el hotel Huentala de la ciudad de Mendoza.
Víctor Hugo Fernández fue citado en ese hotel donde se iba a encontrar con un cliente, el cual le pidió testear la calidad del producto porque quería comprobar que aquel fuera de máxima calidad. El cliente accedió a comprar el estupefaciente, por lo que cuando fueron a hacer el intercambio resultó ser que ese comprador era otro infiltrado de la Policía.
Por lo tanto, Fernández quedo detenido de forma inmediata. Tenía en su poder 500 gramos de cocaína. No había manera de disfrazar la situación, y se vio obligado a ofrecerse por su propia voluntad a concretar un arreglo que dictaminaba ayudar a los investigadores a encontrar el resto de la droga.
Esa operación se llevó adelante, Fernández fue acompañado al lugar junto con otro Policía Federal, vestido de civil, simulando ser un socio de confianza. Y así llegaron, casi a horas de la noche, al consulado de Bolivia donde Eduardo Rivas Graña, el propio cónsul, recibió a los dos hombres.
Entre charlas y explicaciones disfrazadas de una venta millonaria, el cónsul fue hasta una de las dependencias del consulado y trajo un solo paquete que en su totalidad pesaba 9,5 kilos de cocaína pura. Fernández recibió el paquete en mano y junto a su “socio nuevo” se retiraron del lugar. Quince minutos después, cuando Eduardo Rivas Graña salió del establecimiento, caminó tan solo unos metros y fue detenido por la Federal.
Condena y libertad
El juez Burad, quien había dado la orden de captura, los procesó y los envió a prisión. Como en aquellos años no existía la Unidad 32 - el centro de detención de los tribunales federales - pasaron un par de días encerrados en la comisaría. Víctor Hugo Fernández tuvo que cumplir condena, pero no fue el único, ya que con el tiempo comenzaron a saltar otros involucrados en la misma red de tráfico.
En cambio, Eduardo Rivas Graña se vio beneficiado gracias a que el ex camarista Luis Miret, hoy fallecido, le dio la libertad días después bajo un fallo por demás sospechoso.
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