Carnes, buenas y malas señales

Por estos días, a consecuencia del importante paro de ventas realizado por el sector agropecuario, han aparecido datos estadísticos sobre la situación de la ganadería que muestran buenas y malas señales simultáneamente. Esta situación contradictoria deber

Carnes, buenas y malas señales

Específicamente en cuanto a la ganadería vacuna se ha resaltado la importante disminución de la relación entre la cantidad de cabezas de ganado y la cantidad de habitantes, producida a lo largo de los años. Esta situación se agravó durante los gobiernos kirchneristas por una política de desaliento de la producción a consecuencia de la pretensión de tener carne barata. Para ello se fijaron precios del ganado en pie, se aplicaron retenciones a las exportaciones y finalmente prácticamente se prohibieron. Las consecuencias están a la vista, la carne vacuna para el consumo interno tiene precios parecidos a los internacionales.

Además se produjo una reducción del rodeo de algo más de 10 millones de cabezas, influida también por fuertes sequías. La necesidad de abastecer el consumo interno ha reducido a cifras casi insignificantes las exportaciones de este rubro tradicional, para las cuales el país reúne excepcionales condiciones naturales, de conocimiento técnico y capacidad empresarial.

La Argentina que llegó a exportar algo más de 800 mil toneladas, el año pasado sólo alcanzó a 185 mil, siendo superada por Uruguay y Paraguay; ni hablar de Brasil que exportó 1,4 millón de toneladas. Un informe de la Cámara de la Industria de la Carne alerta sobre el cierre de más de un centenar de frigoríficos, con pérdida de miles de puestos de trabajo. En materia de exportaciones es de lamentar que se está desaprovechando una muy buena oportunidad ya que ha crecido la demanda internacional y se han superado los problemas sanitarios, que cerraban mercado años atrás.

Debe tenerse en cuenta que el crecimiento de la producción de carne no se logra de un día para otro, lleva años de trabajo y políticas adecuadas.

Pero mientras los indicadores de la situación de la ganadería vacuna son negativos y preocupantes de cara al futuro, ocurre una situación diferente y alentadora con la producción y consumo de carne aviar y porcina. Es evidente que tanto sea por el considerable incremento de los precios de la carne vacuna como por un progresivo cambio en las preferencias de los consumidores, se ha modificado notablemente el consumo de carnes en la población de nuestro país.

El caso del consumo de carne aviar es notable: en el término de una década se ha duplicado, alcanzando en el último año la considerable cifra de 40 kilogramos por habitante. Ello ha sido posible por el acelerado desarrollo de la industria avícola en distintas regiones de nuestro país, la eficiencia de la cadena de distribución y venta y la mejora de la calidad de los productos. Esa industria ha logrado poner el pollo en la mesa de los argentinos a lo largo y ancho del país y ha comenzado ya la exportación, a tal punto que el año pasado en volumen se exportaron más toneladas de pechugas y otros cortes aviares que carnes vacunas. Algo casi difícil de digerir: la Argentina vende al mundo más pollos que novillos.

Algo similar está ocurriendo con la producción y consumo de carne porcina que hasta no hace muchos años sólo se consumía como parte de los chacinados. También en este caso la producción nacional ha crecido notablemente en cantidad y calidad. El año pasado se ha faenado algo más 4,5 millones de cabeza de cerdos y el consumo de carne en fresco está en el orden de 10 kilogramos por habitante al año, al que hay que agregar otros 2 kilogramos en forma de chacinados.

Todo esto es posible por el formidable crecimiento de la producción de granos que permite tener acceso a la alimentación de cerdos y aves sin restricción alguna, transformando los granos y derivados en carnes con un extraordinario incremento del valor agregado.

Otra muestra de la enorme capacidad del sector agropecuario argentino, hoy estúpidamente castigado por las decisiones económicas del gobierno; no sólo por la política, sino por la cotidiana denostación a los productores y empresarios de esas actividades.

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