La realidad siempre fue, es y será de infinitos colores, de insondables matices. Pero hubo un tiempo cercano en el país cuando se intentó pensarla sólo en blanco y negro. Un tiempo en el que la riqueza de pensares se alistó manu militari en dos bandos perfectamente definidos: los nuestros y los otros.
Es cierto que entre la diversidad de ideas están también los que lo hacen sólo en blanco y negro, y están en su derecho. Pero el problema ocurre cuando desde la cúpula del poder se libra una batalla cultural para que todos piensen así. Cuando el blanco y negro deviene política de Estado y por ello inevitablemente influye en todos.
Es por eso que superar culturalmente, no al kirchnerismo sino a lo que pretendió el kirchnerismo, es dejar de pensar en blanco y negro, aunque se siga pensando lo mismo que antes. No es un problema de contenidos (todos válidos en una sociedad que fomente el pluralismo) sino de eliminar anteojeras, que fueron la materia prima con que se armó el relato oficial.
El caso Maldonado fue el último intento de obligar a la opinión pública a pensar la realidad en blanco y negro, pero esta vez, con absoluta claridad, la misma realidad indicó que ya no se puede obligar a pensarla maniquea y conspirativamente como se intentaba antes. Aunque algunos, ni siquiera con todos los hechos desmintiendo sus hipótesis, acepten la evidencia, pero eso ya no tiene incidencia más allá de los pocos que decidan seguir negando lo obvio.
No es que el gobierno actual haya decidido actuar contra la visión de la política en blanco y negro, simplemente hizo que el Estado dejara de ejercerla, y con eso bastó para que todo cambie. Para que hayan aparecido mil puntos de vista que ya no se unifican como antes en contra del poder, sino que confrontan incluso entre ellos mismos. Y está muy bien. Sin embargo, como la realidad suele marchar más rápido que su modo de comprenderla, la tentación es seguir pensando con anteojeras. Y acusar al que antes pensaba parecido y hoy ya no, como filo K o idiota útil o converso.
Durante la época del blanco y negro hubo también un gris cómplice de los primeros. Los grises analizaban la realidad desde un intermedio imposible entre quienes no querían conciliar nada, defendían medianías que eran oportunismos. No eran Mandelas, eran “¿yo?, argentino”. O, “me borré”.
Ahora esa gente ha desaparecido porque tanto los blancos y negros como los grises han mutado en infinitos colores. Sin embargo la anteojera se ha reconvertido en la teoría de “una de cal, otra de arena”. Vale decir, cada vez que critico en algo al gobierno anterior, si quiero ser ecuánime debo criticar en algo parecido al gobierno actual. Y si no encuentro la similitud, fuerzo la realidad hasta encontrarla. Eso es ridículo, todos son criticables pero no todo es equiparable. No es correcto poner a todos los que ejercen el poder en el mismo lugar con la única razón de quedar el crítico como moralmente por arriba de todos los que critica.
Claro que hoy se trata de ser más tolerante con los que no piensan igual pero no a través de equiparaciones tontas, sino porque estamos reconstruyendo el pluralismo asaltado por el maniqueísmo. Y para lograrlo no podemos reaccionar como se reaccionaba antes.
Jorge Asís fue el primero en hablar de la corrupción K y lo hizo culturalmente desde adentro del peronismo. Julio Bárbaro, luego de militar en el kirchnerismo, intentó salvar al peronismo de esta nueva etapa. Fernando Iglesias intenta demostrar que entre el kirchnerismo y el peronismo la continuidad es absoluta, que son lo mismo, en contra de lo que piensan Asís y Bárbaro. Ernesto Tenembaum fue el arquetipo del progresista que ideológicamente estaba más cerca del kirchnerismo pero que rechazó su corrupción y se puso en la vereda de enfrente aunque lo escupieran por acusarlo de converso. Jorge Lanata fue otro progre que eligió ser del kirchnerismo tan crítico como lo fue del menemismo o del alfonsinismo y para eso debió pelearse con todos los progres que él mismo formó. Beatriz Sarlo pretende salvar hoy la tradición del progresismo contra lo que considera la derecha, como antes creía que el kirchnerismo quería destruir desde adentro al progresismo.
Todas esas personas y muchas más antes pensaban muy parecido entre sí en contra de los K pero hoy tienen diferencias enormes entre ellas. Y eso es una buena señal. De que se está empezando a ver en color aunque muchos, incluso entre los citados, busquen aún confrontar entre ellos en blanco y negro, considerando idiota útil o pro K, de un lado, o converso a la derecha desde el otro, a los que disientan. Formas de blanconegrismo residual.
Sin embargo, aunque el blanco y negro busque sobrevivir en un momento en que el poder no lo convoca, existen también quienes saben preparar las condiciones para pensar de otra manera, más comprensiva con el otro, sin ser por ello menos firme. Como el historiador Luis Alberto Romero, que se ubica por arriba de las disputas menores entre los que antes pensaban igual y hoy piensan distinto sin por ello ponerse en el medio grisáceo del oportunismo. Un hombre que siendo fuerte en sus convicciones ideológicas, no duda en mostrarse tolerante con el resto de las ideas aunque estén en sus antípodas, indagando también en sus virtudes. A ver qué se puede rescatar y/o sumar de todas.
Alguien en quien incluso deberían referenciarse los pensadores K cuando decidan dejar de mirar el país en blanco y negro y se acepten como una opción más entre mil y no como ellos o el caos.
Terminemos como empezamos. No se trata de quedar en el medio de nada sino de volver a ver en color luego de que nos obligaron a ver todo en blanco y negro. Porque la realidad siempre fue y será de color.