El relato del “Cachorro” Carlos Gil Aceituno, que el domingo 26 de este mes cumplirá 72 años de vida (26-10-42), así apodado por su joven debut en la primera del Lobo en la última fecha de 1960, con apenas 18 años, y por su espíritu jovial y extrovertido, referente de aquel Gimnasia que desde entonces despertó aplausos y elogios por su juego señorial y ganador, trae el recuerdo de aquellas dos finales que Gimnasia y Huracán disputaron los domingos 11 y 18 de octubre de 1964 para proclamar al campeón de ese año en el fútbol mendocino.
Dos partidos que se jugaron bajo un clima y una presión especial por las pintadas que en los días previos aparecieron en todo Las Heras con leyendas intimidatorias que eran una clara amenaza: “Victoria o muerte”, “Sangre en el césped”, “Globo campeón”.
Aceituno reside desde 1983 en Chacras de Coria, rodeado de sus seres más queridos: su mujer, Norma Amelia Pacheco, profesora de educación física, hija del recordado “Quito” Pacheco y hermana del “Mono” Pacheco, ambos con fuertes raíces albicelestes; sus cuatro hijos: María Fernanda (30, abogada), María Gabriela (29, profesora de inglés), Marcos Gastón (27, jugador de tenis) y Daniela (25, arquitecta), muy feliz abuelo de Indiana, su pequeña nieta de dos años, “la regalona que nos cambió la vida a mí y a mi señora”, como confiesa con una expresiva sonrisa.
Comenta el Cachorro: “El campeonato de 1964 había sido muy parejo y llegamos a la última fecha con dos puntos de ventaja sobre Huracán, que en su cancha nos ganó 2 a 1, nos alcanzó en la punta y forzó los dos partidos de desempate.
“En el segundo gol del Globo, cuando el marcador estaba igualado uno a uno, que marcó el “Turco” Curi, al que antes habíamos tenido de compañero en Gimnasia, a nuestro arquero Ramírez lo metieron con pelota y todo dentro del arco. En los dos partidos definitorios que se jugaron en la cancha de Independiente, el Lobo se sobrepuso a todo ese entorno tan enrarecido que se había creado y ganó con legítima justicia 4 a 1 y 2 a 1. Tuve la inmensa fortuna de marcar dos goles en la primera final y otro en la segunda.
“Este encuentro se nos complicó en los últimos minutos al quedarnos prácticamente con diez hombres por la lesión del “Panza” Videla, que se tuvo que ir a jugar de puntero izquierdo, por lo que Huracán trató de dar vuelta el marcador sin conseguirlo. Fue una gran hazaña porque Gimnasia hacía 12 años que no salía campeón.
Quiero recordar a todos los integrantes de aquel plantel, de los que siempre me he sentido muy orgulloso: el sanjuanino Ramírez y el “Laucha” Ferreyra en el arco, el “Panza” Videla, el “Polaco” Torres, Silva, Bustos, el “Bola” Sosa, Osvaldo Piantino, el Víctor, yo, el “Negro” Montes de Oca, “Geniol” Ledesma, “Chiquito” Bertolani, Di Stéfano, el “Negro” Castro, “Bebán” Guayama, Montenegro, Segundo Cortez, Sánchez y el “Documento” Ibáñez. Dirigidos por don Enrique Goldemberg a lo largo del torneo y el querido “Mona” García en las dos finales”.
Durante la amable charla con aquel vistoso y efectivo goleador, que cuando se incorporó Eladio Oropel en los ‘70 pasó a jugar de armador en el mediocampo por pedido del entonces entrenador Pedro Pablo Sará, Aceituno hizo un repaso de su exitosa carrera: “Me inicié en los nobles potreros de Dorrego, infancia y juventud que compartí con mis tres hermanos: Rodolfo (fallecido), Alberto y Carlos.
Llegué al Lobo gracias al “Mona” García, que me pagaba el ómnibus para que pudiera ir a entrenar(me). Con 18 años, en la última fecha de 1960 debuté en la primera en un encuentro contra Maipú y ese día cobré mi primer premio importante en el fútbol: 250 pesos. Cuando le entregué el dinero, mi mamá no salía de su asombro porque esa suma era la que mi papá ganaba mensualmente como empleado de la Cita (NdR: Compañía Internacional de Transporte Automotor), (en) la antigua estación de colectivos en el centro de la ciudad (NdR: en Primitivo de la Reta, frente a Amigorena).
“El título de 1969, cuando se habían sumado Ciro Lucero, Palomar, el “Cabezón” Castellanos, Juan de Dios González, Aguilera, el riojano Luna, Oropel, Vidal, Badrán y Roque Cruz fue otra gran satisfacción. Ese año marqué el gol de la victoria en el segundo partido frente a San Martín que definió la clasificación para el Nacional de 1970. En esa misma época ya me había recibido de profesor de educación física alentado por mi maestro don Luis Rodríguez, tarea que durante cuatro años (1969-1972) ejercí en el mismo Gimnasia.
Con una doble exigencia y responsabilidad, porque tenía que trabajar en la parte física a mis propios compañeros, que también eran mis amigos. En esos tres Nacionales consecutivos, con hazañas inolvidables como las goleadas a San Martín de Tucumán, San Lorenzo y Chacarita, Gimnasia se ganó el respeto de toda Mendoza. Me retiré joven, en 1972, cuando tenía 30 años para dedicarme a mi profesión de preparador físico”.