Este año de 2014, en muchos lugares de Europa, en la ciudad de Aachen (Aix - La Chapelle, Aquisgrán), Alemania, en monasterios suizos e italianos, en diversos pueblos, Europa ha conmemorado los 1.200 años de la muerte de Carlomagno. Un aniversario profundamente significativo por todo lo que representa el Gran Carlos en la construcción de Europa.
En efecto, la Unión Europea puede leerse en buena medida como el cumplimiento del proyecto carolingio y que, como éste, apenas logrado es confrontado por las apetencias feudales ayer, y nacionales y corporativas hoy.
El reinado de Carlos el Grande, en su fragilidad, fue inmensamente fecundo, manteniéndose como un ideal que sólo fracasa cuando se lo desvirtúa y el sueño de unidad, despojado de su espíritu, se convierte en dominación.
Este peligro es señalado en la crítica de Juan Pablo II de una constitución europea que, ignorando al cristianismo, se erige sobre bases endebles, por falsas.
Lo habían pronosticado tempranamente, economistas y pensadores cuando decían que una mancomunidad europea fundada sobre intereses exclusivamente económicos (“el precio de las zanahorias”), sería frágil y propiciadora de enfrentamientos.
Quién fue Carlomagno (742-814)
El rey Carlos, llamado el Grande o Magno por su gran estatura y por su grandeza espiritual, era hijo de Pipino el Breve, primer rey de los francos, pueblo germánico, y nieto de Carlos Martel, el jefe militar que en la batalla de Poitiers (732) puso freno a la expansión islamista que había hecho pie en Europa.
El intento de Carlomagno de avanzar las fronteras cristianas al sur de los Pirineos terminó tristemente en Roncesvalles, pero desde entonces el dominio sarraceno se contuvo en los territorios hispánicos.
Desde ese fracaso, los desplazamientos de los ejércitos carolingios fueron más persuasivos que guerreros y las fronteras del reino se ampliaron por movimientos tácticos, éxitos diplomáticos y pactos de amistad y no por grandes batallas.
Su proyecto de unidad y expansión no responde a una ambición personal: los autores concuerdan en que su coronación como emperador romano en la basílica de San Pedro en la Navidad del año 800 fue apenas aceptada por Carlomagno sin demasiada convicción.
Su deseo consiste en unificar la Europa del norte en una civilización que ha de completar el mundo cristiano que irradiaba desde Roma y Constantinopla. El fracaso lo acompaña una y otra vez, las dudas y los miedos, pero no debilita su ideal y la figura del gran rey adquiere consistencia en la leyenda y la fe de los pueblos.
Civilización
Lo decían las simplificadas lecciones escolares: Carlomagno ansiaba que los pueblos bárbaros, aquellos que habían destruido el Imperio Romano, se bautizaran y leyeran la Biblia y los textos clásicos escritos en latín.
Dicho en términos más elaborados: “Esta obra de Carlomagno resulta realmente imponderable, de un valor inapreciable, en su dimensión histórico-política y en su aspecto cultural” ya que “lo que se constituyó fue una reunión de la totalidad del mundo antiguo bajo signo cristiano con las fuerzas de los nuevos pueblos que se habían ya formado”.
En síntesis al “haber reunido en su corte a todos los sabios formados en la cultura antigua, de todas las partes del Imperio; el estudio que él mismo hace del latín y del griego; la edificación de la catedral de Aquisgrán, (...); la reforma unificadora de la escritura; el establecimiento de escuelas catedralicias con la misión de enseñar el latín a los legos; y, asimismo, el cuidado puesto en la conservación de los viejos derechos populares; la colección de las viejas canciones populares, (...) una grandiosa síntesis, mediante la cual él estableció por primera vez en lo espiritual la idea del mundo occidental”. A. Weber, Historia de la Cultura, 1933.
Barbarie
Cabe aclarar que "bárbaro" originalmente no significa salvaje sino el que habla una lengua extranjera. "Desde el siglo IV, soldado -e incluso jefe militar- era sinónimo de barbarie (...) La invasión de los bárbaros (...) no significó en definitiva otra cosa que la toma del poder por parte de este ejército". (A. W.)
Aquí yace pues el origen del feudalismo. Los bárbaros a los que se enfrenta Carlomagno son los sajones, escandinavos y bávaros que viven en un mundo dominado por el paganismo. “Estos dioses y espíritus antiguos se habían convertido en poderes oscuros, hostiles al Dios de los cristianos, y habitaban entonces, lo mismo que antes, las praderas, los bosques y el aire”. (A. W.)
Lo describe en forma dramática el escritor Harold Lamb en su biografía novelada de Carlomagno: “En su época y en aquella región del mundo, la civilización estaba agonizando. Junto a las últimas legiones romanas, la ciencia, la ley y el orden -los pilares que nos sostienen en la actualidad- retrocedían ante el empuje de nuestros antepasados, los pueblos bárbaros de las costas atlánticas”.
“Como lobos acechando en la oscuridad de la noche, atemorizados por el fuego de un hombre civilizado, esperaban que el fuego se apagara o que el hombre se adentrara entre ellos, para atacarle en manada y quitarle la vida a mordiscos y devorar sus carnes” (Carlomagno, 1954).
Los milenarios bosques de aquella época, hoy casi extinguidos, representaban peligros reales y metafísicos.
Ernst Jünger, en su premonitoria y valiente novela “Los acantilados de mármol” (1939), sitúa la moderna barbarie que se ha instalado en el mundo en la profundidad del bosque, donde tienen lugar sus feroces ceremonias. Él ve también la redención en la cultura clásica, encarnada por el pequeño niño que, como nuevo Hércules, es capaz de matar la serpiente con sus manos.
Carlomagno está un paso más adelante, su rescate cultural no es una vuelta al pasado sino apertura al futuro. La escritura unificada que facilita la copia de los libros da lugar a la escritura de las nuevas lenguas europeas. Nace un arte nuevo.
Carlomagno cree en la razón humana, que no es francesa, inglesa, alemana ni griega o romana sino una sola, que florece bajo la mirada de la Razón divina.
Como la historia, y sobre todo la historia reciente es rica en lecciones sobre los desvaríos de la razón, el ejemplo de Carlomagno resulta iluminador para ser prudentes y no rechazar el auxilio de la fe como un recurso superado por la ciencia, el humanismo, la tecnología, la revolución, el sexo o el dinero.