De tantas figuras que ha dado nuestro boxeo, la de Carlos Alberto Aro tuvo tanto brillo como el que más, y dejó una carrera imborrable para todos los amantes de esta escuela mendocina. Ayer, a los 77 años, falleció, simplemente, Carlitos.
Fue de los preferidos de Paco Bermúdez, la mejor zurda del país en los años ‘60, campeón Argentino, Sudamericano y Panamericano en Chicago, algo que siempre evocó con nostalgia.
“Me subieron a un pedestal, izaron la bandera argentina mientras se escuchaba el himno y después me dieron la medalla de oro, que perdí en un taxi”. Los pagos de El Carrizal lo vieron nacer el 22 de setiembre de 1939, pero a poco la familia se radicó en Dorrego.
Con sólo diez años empezó a recorrer el camino que lo llevó a la fama. De la mano de Ernesto Penín, boxeador de zurda hábil y derecha potente, se habituó al sudor del gimnasio y a la dura disciplina. Después, la Unión Vecinal Dorrego con Salvatore Giuliani y Juan Oviedo incorporó el boxeo a su actividad y entonces Carlitos se calzó los guantes para subirse al rectángulo enmarcado por tres cuerdas, para abrirse paso en la vida siempre con la izquierda extendida.
Los festivales amateur se sucedían en cualquier lugar de la provincia y el morochito espigado y de ojos negros siempre bien abiertos, empezó a destacarse en las clásicas a tres rounds, para a los 15 años ser uno de los pupilos más representativos del maestro Miguel Rivera.
“Siempre me lo tomé muy en serio, pero al pasar con Rivera la cosa cambió y los rivales fueron también más encumbrados. Siempre estaré agradecido a don Miguel y a su esposa Nidia, que me cobijaron en su hogar como a un verdadero hijo. Boxísticamente me enseñó mucho y así llegué a campeón mendocino primero, cuyano y argentino después, para conquistar luego el título máximo en los Panamericanos de Chicago, Latinoamericano, ser representante argentino en las Olimpíadas de Roma 1960 y hasta campeón de las Fuerzas Armadas, cuando estaba en el servicio militar”.
Todo eso en el terreno de los aficionados. Después llegaría la etapa profesional. "Llegué a disputar 13 peleas hasta 1964 que fue cuando una lesión en la mano derecha me hizo parar un año. Casi que había dejado definitivamente, cuando insistieron que volviera". Pero apareció Bermúdez y el gimnasio Mocoroa, la gran escuela del estilo mendocino.
"Empecé a frecuentar el Mocoroa y su gente, para consustanciarme con la filosofía de pegar sin dejarse pegar y aprender los fundamentos de la defensa de recursos. Don Paco me había dicho: "Usted es un profesional amateur. Si se dedica yo lo voy hacer campeón, pero tiene que aprender a defenderse, parar los golpes, trabar, palanquear. Todo eso es defensa de recursos. En esta sociedad usted debe poner su físico y de mi parte recibirá toda la experiencia y conocimientos que tengo. ¿Sí..?”.
Esa con Bermúdez fue una dupla exitosa. “Sin dudas que fue mi mejor momento. Llegué al Argentino de los livianos en 1967, ganándole al rosarino Hugo Rambaldi. A Hugo le gané la revancha y la tercera en 1968 en Mar del Plata. Estuvo en juego mi título argentino y el sudamericano de él. Uno de los trances que más recuerdo de aquella época fue cuando le gané la revancha a Pedro Benelli, con el que había perdido el invicto tres años”.
“Fue en el Luna Park a lleno, y le gané por nocaut en el último round. Una verdadera exhibición de la técnica depurada del boxeo, un triunfo elaborado, como le gustaba a don Paco”. Dejó atrás muchas figuras, haciendo crecer el mito .
“Lo mejor de ese entonces. Raúl Santos Villalba, Nascimento, Víctor Hugo Echegaray, el tucumano Cirilo Pausa, el cordobés Tristán Falfán, el brasileño Acosta Azevedo, el estadounidense George Foster” y tantos otros que fueron testigos de la gran categoría del inolvidable zurdo.
La guitarra, otra pasión
En la época que peleaba en Buenos Aires “Carlitos” hizo amistad con grandes cantantes como Antonio Prieto, Roberto Yanés, Danny Martin y los mendocinos Daniel Riolobos, Polo Márquez y Leonardo Favio, los que iban a verlo boxear.
“Eso siempre me gustó, pese a que nunca aprendí música. Era la otra vena que tenía escondida. Con el tiempo compuse cuecas, zambas, tonadas, tangos y hasta boleros. Tengo algunas letritas hechas, que le cantan la vida, reverdecen vivencias” contaba orgulloso.