Una lluvia de gases deja una neblina tóxica y picante sobre la plaza Altamira, donde comenzaba una concentración que luego se sumaría a la gran movilización organizada en la autopista Francisco Fajardo, muy cerca de ahí. Después del mediodía la policía reprimió con una dureza que la cantidad de gente que estaba en ese sitio no lo justificaba.
Una mujer queda tendida, herida. El ataque produjo corridas por las calles laterales, donde, en todas las esquinas, los vecinos armaron piquetes o trancas con basura descompuesta, ladrillos, tierra, bolsas y hasta sogas atadas de poste a poste. Una medida de rebelión que la dirección opositora de la alianza MUD había pedido no hacer en Caracas este día de la cuestionada elección de los constituyentes de Nicolás Maduro. El plan era solo la movilización, pero la policía, con tanquetas y decenas de hombres trabó los acceso a la autopista desde la mañana.
Contingentes de agentes iban y venían por los laterales de la plaza y las avenidas de los alrededores en escuadras de doce motociclistas montados de a dos, uniformados de negro, el de atrás con arma larga.
Cada tanto alguien avisa en esos piquetes anunciando que llegan y la gente se desparrama en una huida descontrolada.
Algunos dudan, otros se van, hay quien se agacha detrás de un auto, o buscan refugio en los comercios que van cerrando. La amenaza no es tanto la policía y sus gases sino los civiles armados, los parapoliciales que acribillan a la gente. Cuando el peligro decrece otra vez vuelven allí, a la esquina, con más escombros y maderas para que las calles de esta guerra desesperada queden intransitables.
Una chica regordeta que parece extraterrestre con sus trenzas rubias a cada lado y una máscara anti gas que le cubre toda la cara dice que no pudo llegar a Altamira, “hubo palo, mucha locura”, se llama Carla y tiene 18 años.